2 de septiembre de 1998

¿Y qué pasó con los microbios marcianos?

por Martín Bonfil Olivera
(Publicado en Humanidades,
periódico de la Dirección de Humanidades de la UNAM,
el 2 de septiembre de 1998)


Una de las desventajas de la ciencia es que, en muchas ocasiones, no puede asegurar nada con un cien por ciento de certeza.

Tomemos, por ejemplo, esos frecuentes debates televisivos en los que algún locutor o locutora, frecuentemente con acento cubano, siente de un lado a una serie de científicos “serios”: astrónomos, biólogos y demás. Del lado opuesto se hallan “expertos” en ovnis, extraterrestres y complots de los gobiernos por ocultar la evidencia de los mismos.

¿Qué es lo que normalmente sucede? Que los científicos hacen el ridículo, con sus afirmaciones llenas de expresiones como “tal vez”, “probablemente”, “no se sabe aún”, “no es posible asegurarlo”, “hasta donde sabemos”, etcétera.

En cambio, los “ovniólogos” (y aquí no puedo dejar de visualizar, no sin cierto estremecimiento, los ojos húmedos y enrojecidos de Jaime Mausán) cuentan con el aplomo que sólo puede tener quien ha construido alrededor de su intelecto una coraza tan gruesa que ni la duda ni las razones en contra pueden penetrar. Afirman tajantemente que las constantes visitas de extraterrestres a nuestro planeta están “científicamente comprobadas”. Cualquier evidencia en contra es rechazada con argumentos ad hoc: sacados de la manga especialmente para el caso. En caso de que no haya suficiente información para comprobar alguna de sus afirmaciones, alegan que las pruebas han sido ocultadas por gobiernos que no desean que el público se entere de los tratos que tienen con los extraterrestres. (No, no estoy haciendo propaganda para la película “Los expedientes X”, que no he visto.)

El problema, claro, es que los científicos se empeñan en respetar la verdad: aun cuando la fiabilidad de un dato sea aceptada por prácticamente toda la comunidad científica, rara vez pueden afirmar que “está absolutamente comprobado”.

Bien, pues recientemente han salido a la luz los resultados de un largo debate en el que los creyentes en la existencia de extraterrestres tuvieron que defender su posición ante los cuestionamientos de científicos escépticos. Sólo que esta vez los miembros de ambos bandos eran científicos serios, y los extraterrestres cuya existencia se ponía en duda eran -supuestamente- antiguas bacterias marcianas.

El origen del debate -como recordarán quienes estén pendientes de las noticias científicas- fue una roca hallada en la Antártida, con una antigüedad de 4,500 millones de años. Dicha roca, aparentemente, fue despedida desde la superficie de Marte debido al choque de un meteorito, y vino a caer en nuestro planeta hace 13 mil años. La roca fue hallada en 1984 y, recientemente, se hallaron en ella vestigios que parecían indicar la presencia -hace miles de años- de vida microscópica en el planeta rojo.

¿Cuáles son las evidencias? Básicamente, la presencia de minerales de carbonato, del tipo que es común hallar en sitios donde hay o hubo vida; unos microscópicos granos de magnetita, mineral que se encuentra en algunas bacterias terrestres; ciertas moléculas orgánicas -conocidas como hidrocarburos aromáticos policíclicos- que frecuentemente se forman a partir de restos de materia viva y, finalmente, unos supuestos microfósiles de bacterias: estructuras microscópicas con forma de twinky wonder que son notablemente semejantes a las modernas bacterias terrestres.

Desgraciadamente, ninguna de estas evidencias es definitiva. A pesar de lo que decía el detective Auguste Dupin, antecesor de Sherlock Holmes creado por Edgar Allan Poe, no siempre la acumulación de suficiente evidencia circunstancial basta para comprobar la veracidad de una hipótesis. Resulta que el carbonato se deposita no sólo en donde haya vida, sino en cualquier lugar que presente, por ejemplo, las condiciones de acidez suficientes para provocar la precipitación. Lo mismo puede decirse de las demás evidencias: la magnetita tampoco se forma sólo como resultado de la acción de seres vivos, y los cristales hallados en la roca marciana -conocida como alh84001-, a diferencia de los que contienen las bacterias terrestres, presentan imperfecciones. Los hidrocarburos policíclicos también pueden hallarse en meteoritos y, por tanto, pueden formarse por procesos inorgánicos. Y los supuestos microfósiles, además de ser mucho más pequeños que las bacterias terrestres, pueden también muy bien ser simples depósitos minerales.

Independientemente de esto, las búsqueda de vida en Marte -y en otros mundos- continúa, y ha recibido impulso gracias al prematuro anuncio de las “pruebas de vida en Marte”, hecho por el geoquímico David S. McKay. Aunque muchos han criticado la prisa con que McKay dio a conocer sus “hallazgos”, comparándolo incluso con el chasco-fraude científico de la fusión fría, lo cierto es que la posibilidad de vida, aunque fuera microscópica y extinta, en el vecino planeta dio un impulso muy necesario al interés de la nasa en la exploración espacial.

Sin embargo, también hay un lado negativo: muchos investigadores de la vida extraterrestre han comenzado a hacer suposiciones poco sólidas sobre la gran posibilidad de hallar vida en otros mundos sólo porque hay condiciones similares a algunos medios terrestres en los que existen seres vivos. Continuaremos hablando de este tema.

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