17 de marzo de 1999

Electrones y relaciones humanas

por Martín Bonfil Olivera
(Publicado en Humanidades,
periódico de la Dirección de Humanidades de la UNAM,
el 17 de marzo de 1999)


Dos de los problemas centrales de la divulgación de la ciencia son cómo expresar los conceptos y métodos de la ciencia de modo que sean interesantes para el público y cómo, al hacer lo anterior, evitar el peligro de tergiversar, sobre-simplificar o simplemente traicionar los conceptos. Muchas veces el uso de una metáfora demasiado lejana al concepto original hace que lo que se transmite sea ya simplemente una idea bonita, pero que nada tiene que ver con la ciencia.

Isaac Asimov, probablemente el divulgador de la ciencia más prolífico de que se tiene noticia (escribió alrededor de 450 libros, más de la mitad de los cuales eran ensayos científicos) gustaba de usar metáforas, y normalmente solía lograr cumplir con los dos requisitos que he mencionado.

Ernesto Sábato, por su parte, se quejaba amargamente en su libro Uno y el universo de cómo, cuando un amigo le pedía que le explicara la teoría de la relatividad, se veía obligado a ir presentándole versiones cada vez menos matemáticas y más llenas de trenes, luces y campanitas. Finalmente, cuando el amigo por fin entendía, Sábato respondía amargamente: “sí, pero eso no es más la relatividad”.

Todo esto viene a cuento porque hace poco se me cruzaron los cables (cosa que me sucede a menudo) y estuve pensando cómo relacionar dos temas aparentemente inconexos.

El primer tema lo encontré mientras hojeaba ociosamente la red (creo que el verbo es válido, pues lo que uno encuentra en la red se denomina “páginas”). Se trata de la existencia de grupos de hombres y mujeres que han decidido rechazar la monogamia (espero que el grupo Pro-sida no censure este párrafo) y se dedican a encontrar otras formas de relacionarse, como tríos, cuartetos, familias múltiples y otras cosas más extrañas como triángulos, ángulos, polígonos, ruedas de carreta y varios más. La denominación que este tipo de personas ha adoptado no es fácil de traducir (no, no es “promiscuos”), pero un buen intento sería “poliamóricas” o “poliamorosas”. Para mayor facilidad, prefieren decir simplemente que son “poli”, y han adoptado el simpático símbolo de un loro (como el típico “Polly” de las caricaturas gringas).

El segundo tema lo traía en la mente desde hacía varios días: cómo explicar en términos sencillos qué es un enlace químico. En los libros de texto sencillos se afirma que un enlace químico (lo que hace que dos átomos se unan entre sí y formen una molécula) está formado por dos electrones, con carga negativa, que son compartidos por dos átomos, cuyos núcleos tienen carga positiva. (Si esa explicación suena complicada, imaginen la que se puede encontrar en un libro de química cuántica, que abunda en ecuaciones de Schröedinger, exponentes, integrales y demás preciosidades.)

Y, debido a que el tema de los “poli” llamó mi atención, me encontré pensando que una posible analogía (aunque, tengo que aceptarlo, algo obscena en una primera aproximación) podría ser la siguiente. La unión entre dos átomos podría asemejarse a dos hombres (los átomos) que estuvieran unidos por la compartición de dos mujeres. Después de todo, ¿qué vínculo podría haber más profundo que ese? Dos hombres que tienen, cada uno, dos mujeres sólo que son las mismas. Esos hombres, necesariamente, convivirían, se estimarían y tendrían intereses comunes: formarían una unidad. Como dos átomos de hidrógeno, pongamos por caso, que compartieran un par de electrones.

Claro que luego me dí cuenta de que esta metáfora tiene serios defectos: es profundamente sexista, pues toma a las mujeres como si fueran entes carentes de voluntad, menos importantes que los hombres y supeditadas a sus deseos. Hombres y mujeres son iguales, mientras que los núcleos de los átomos de hidrógeno son muy distintos de sus electrones (cada átomo de hidrógeno tiene sólo un núecleo, formado por un protón, y un electrón que gira alrededor de él).

Un segundo intento sería el de dos madres que compartieran sendos hijos. Es decir, las dos serían madres de los dos hijos (olvidémonos de los padres, para compensar lo sexista de la metáfora anterior). Nuevamente, el sistema podría resultar una buena analogía con la molécula de hidrógeno: las dos madres permanecerían juntas, unidas por el amor a sus hijos y el interés común de asegurar su bienestar.

¿Podría extenderse esta analogía a moléculas más complicadas? Probablementes sí: Robert A. Heinlein, escritor de ciencia ficción que ha servido de inspiración para muchos grupos poliamorosos, presenta en varias de sus novelas ejemplos de grupos de personas no monogámicas que forman, por ejemplo, familias múltiples en que todos los hombres son esposos de todas las mujeres, de modo que se forma una especie de dinastía que perdura a lo largo de década y siglos, pues conforme los miembros viejos mueren, otros más jóvenes se “casan” con la familia y la perpetúan. Una cosa así suena bastante parecida, por ejemplo, al llamado “enlace metálico”, en que los electrones se mueven libremente y forman una especie de “mar” que es compartido por todos los átomos del metal. Estos electrones compartidos son los que mantienen unidos a los átomos del metal y son responsables de su conductividad eléctrica, entre otras propiedades características.

Pero me doy cuenta de que regresé a la metáfora sexista del principio, y por otro lado puede pensarse que estoy tratando de hacer propaganda velada a estas alternativas a la monogamia. Así que, antes de que Pro-sida me incluya en la lista de periodistas y maestros a quienes hay que boicotear (junto con los participantes en el congreso de sexualidad llevado a cabo recientemente), más vale que me despida. Salud.

3 de marzo de 1999

La soberbia de los científicos

por Martín Bonfil Olivera
(Publicado en Humanidades,
periódico de la Dirección de Humanidades de la UNAM,
el 3 de marzo de 1999)


A Luis Felipe Brice, por prestarme su síntesis informativa

El asunto es éste: hace unas semanas vino a México el doctor Arthur Kornberg, estadounidense ganador del premio Nobel de medicina en 1959 debido a sus investigaciones sobre el mecanismo de replicación del adn. (Cabe aclarar que es gracias a sus descubrimientos que hoy podemos contar con toda la ingeniería genética, biotecnología, clonación y demás avances.)

El doctor Kornberg fue invitado a dar una conferencia magistral el 8 de febrero en El Colegio Nacional, a la que tuve la suerte de asistir. En ella abordó diversos temas alrededor de la biotecnología y el futuro. Sin embargo, el punto más comentado de su exposición fue cuando habló de la importancia de la investigación científica para países del tercer mundo (como el nuestro). Dijo algo así como “El tren de la revolución informática ya partió, y México no lo tomó. Hoy es tarde: México no fabrica computadoras, ni realiza investigación importante en este campo, ni desarrolla programas. El tren de la biotecnología está cobrando velocidad: México no debe quedarse atrás, pues luego será más difícil alcanzarlo”.

Y he aquí que se desató la debacle. En cuanto terminó la conferencia, el doctor Adolfo Martínez Palomo, director del cinvestav del ipn y anfitrión del premio Nobel, tomó de inmediato el micrófono y afirmó que “México ya está arriba del tren, pero en clase turista”.

No pude menos que extrañarme. Miré a mi alrededor, observando el gran lujo del aula magna de El Colegio Nacional, y me dije, “ah, claro...”

Dos días después, el 10 de febrero, Kornberg ofreció una segunda conferencia en el Instituto de Biotecnología de la unam, en Cuernavaca. Ocasión que aprovecharon los funcionarios científicos mexicanos para corregir la indiscreción cometida por su distinguido visitante. (A esa conferencia no asistí ¾uno tiene obligaciones¾ pero consulté los reportajes publicados en los periódicos, de donde tomé las citas que siguen.)

Al parecer, según unomásuno, “la comunidad científica mexicana se sintió incómoda y mandó via e-mail mensajes preguntando qué le pasaba a Kornberg… los investigadores comentaban que Kornberg parecía gente del mundo del espectáculo… que gusta declarar sin fundamento”.

¿Por qué seremos así los mexicanos? En vez de agradecer la advertencia, nos da por hacernos los ofendidos. Como el caso de la señora que invitó a un extranjero a comer en su hogar. Al ver una gotera que caía directamente sobre la alfombra de la sala, el invitado, con la mejor de las intenciones, se la señaló y le recomendó repararla, pues de otro modo se dañaría y le saldría más caro cambiarla. Y la señora se indignó de cómo aquel extranjero malagradecido había tenido la desfachatez de criticar su casa, “¡después de que lo invité y le di de comer!”

Pero dejémonos de anécdotas. En Cuernavaca, nos dice unomásuno, “poco habló Kornberg, no fue como el lunes que tenía la mesa puesta”. Por el contrario, el doctor Francisco Bolívar Zapata, coordinador de la investigación científica de la unam y presidente de la Academia Mexicana de Ciencias, afirmó que “México está subido en el tren de la biotecnología, pero no en el mismo de países como Estados Unidos y algunos europeos, porque las necesidades nacionales son diferentes” (La Jornada).

El lado bueno fue que las declaraciones de Kornberg sirvieron para poner sobre la mesa el tema del apoyo a la ciencia, pues se señaló que en México hay sólo 7 mil científicos para 95 millones de habitantes, y de éstos sólo 400 son biotecnólogos. También se comparó la situación con Cuba, que “invirtió mil millones de dólares en 20 años”, en tanto que México sólo 300” (Novedades).

Sin embargo, las observaciones simples y directas del invitado indignaron a los científicos mexicanos e incomodaron a sus anfitriones, preocupados por preservar la buena imagen de la ciencia mexicana. ¿Cómo se va alguien a atrever a decir que México no tiene ciencia? ¡Si estamos a la altura de lo mejor del mundo!

O tal vez no. “Nuestro problema en ciencia no es cuestión de calidad, sino falta de apoyos y de cómo interesar a los jóvenes por la ciencia”, dijo Bolívar (unomásuno). Kornberg parece estar de acuerdo, pues “insistió en la necesidad de fomentar la cultura científica como parte esencial del desarrollo de las naciones”, y “dijo que la mejor inversión que los gobiernos pueden hacer es preparar capita humano” (Crónica). En esto, invitado y anfitriones parecían estar de acuerdo.

Pero hubo contradicciones. Mientras Kornberg declaró que, “debido a que la ciencia es una inversión a largo plazo, debe estar, en su mayoría, a cargo del gobierno” (Excélsior y La Jornada), Bolívar dijo que había que fomentar una “cultura de la industria” (Excélsior), y que “no es sólo ni principalmente el gobierno el que debe hacer esas inversiones, sino las grandes empresas y las organizaciones empresariales” (Novedades). Es curioso que piense así, pues, según Kornberg, en los eua la ciencia “es financiada por el propio gobierno en un 95 a 99 por ciento” (Novedades).

Tal vez el mejor final para esta historia es la nota de unomásuno: “Al doctor Kornberg se le preguntó si una vez que había visitado el Instituto de Biotecnología... había cambiado su opinión sobre la ciencia en México. Él sonrió y dijo: ‘he tenido poco tiempo en el instituto y no puedo tener una opinión formada; estoy impresionado favorablemente por lo que se hace aquí. Lo que esperaría es que hubiera más instituciones como ésta y no sólo una; en Estados Unidos hay cientos de establecimientos científicos y eso permite a los estudiantes entusiasmarse por una carrera científica’.”

Gracias, doctor Kornberg, por tratar de ser amable, pero desgraciadamente en México preferimos pensar que vamos muy bien en vez de aceptar que nuestra ciencia es muy poca y de poca importancia a nivel mundial. ¡Lástima!