3 de octubre de 2001

Divulgación e improvisación

Por Martín Bonfil Olivera
(Publicado en Humanidades,
periódico de la Coordinación de Humanidades de la UNAM,
el 3 de octubre de 2001)

En la Gaceta UNAM del pasado 17 de septiembre aparece una convocatoria para un “Concurso de guión de series radiofónicas de divulgación científica”, dirigida a “estudiantes, investigadores, profesores y divulgadores de la ciencia de la UNAM”.

Me congratulo de ver el interés de Radio UNAM por la divulgación de la ciencia: por un momento parecía que la consideraba dispensable, pues como se recordará (Humanidades 217), recientemente la nueva dirección de la emisora decidió –unilateral y súbitamente– cancelar los programas de la barra de ciencia que se habían transmitido con buen éxito durante años para hacer espacio a un nuevo programa noticioso conducido por Ricardo Rocha.

El hecho despertó numerosas protestas. Tantas, que el director de la estación, Fernando Escalante, ofreció abrir un nuevo espacio para estos programas, siempre y cuando se presentaran nuevos proyectos (dando a entender así que los proyectos originales no eran satisfactorios, suposición que habría que comprobar).

Ahora, la convocatoria publicada es muestra de que, además de los espacios que Escalante tan sensatamente se ha ofrecido respetar para los programas de la antigua barra de ciencia, Radio UNAM desea explorar nuevas vías.

No obstante, hay que comentar que la idea del concurso, aun cuando es muy buena, tiene la desventaja de abrir las puertas a uno de los males que han plagado gran parte de la divulgación científica que se hace en nuestro país: la improvisación.

La importancia de la divulgación científica se reconoce cada vez más ampliamente. A diferencia de lo que sucedía hace unos años -cuando el simple hecho de realizar labores de divulgación podía significar que un investigador fuera despreciado y hasta sancionado por sus colegas, por dedicarse a una labor “poco seria”- hoy se reconoce que el conocimiento científico debe ponerse al alcance de la población general.

Evidencia de ello es el auge de los museos y centros de ciencias, de revistas, colecciones de libros y programas de radio que actualmente pueden disfrutarse en el panorama mexicano.

Desgraciadamente, todavía no se ha logrado el reconocimiento paralelo de la importancia que tiene la labor de los divulgadores profesionales de la ciencia.

Durante años los divulgadores nos hemos enfrentado con el arraigado prejuicio de que nuestra ocupación es algo que puede improvisarse sobre las rodillas, que no requiere una formación previa. Es frecuente encontrar esta idea entre los investigadores científicos (aunque aclaro, no en todos). Después de todo, ¿quién mejor preparado que ellos para comunicar al público los conceptos científicos que construyen y con los que diariamente trabajan?

Y sin embargo, la amarga realidad es que son raros -salvo contadas y muy honorables excepciones en las que una habilidad innata suple la carencia de una formación especializada- los casos en los que un investigador puede desempeñar esta labor de forma efectiva. Sobre todo si se trata de hacerlo en forma constante. La divulgación científica no consiste simplemente en “traducir” la ciencia a un lenguaje sencillo y cotidiano; se trata de una labor de recreación que requiere no sólo de una buena comprensión de los conceptos sino de una cultura científica amplia y un manejo profesional de los recursos del lenguaje y la comunicación, además del criterio necesario para adecuar el mensaje al público receptor y la creatividad para hacerlo de forma novedosa e interesante. Es por ello que, idealmente, debe ser realizada por divulgadores profesionales.

La divulgación científica y la formación de divulgadores han sido una preocupación constante de la UNAM, materializada en la creación del Programa Experimental de Comunicación de la Ciencia, que después se convertiría en el Centro Universitario de Comunicación de la Ciencia y finalmente en la actual Dirección General de Divulgación de la Ciencia, DGDC. A lo largo de su existencia, dicha dependencia ha lanzado diversos e importantes proyectos de divulgación en diversos medios. Asimismo, la formación de divulgadores profesionales ha avanzado de la preparación de personal por aprendizaje práctico, primero, y posteriormente con cursos especializados, hasta el actual Diplomado en Divulgación de la Ciencia y, en un futuro próximo, una Maestría en Divulgación de la Ciencia, actualmente en preparación.

A lo largo de toda esta trayectoria, y con base en la experiencia y la reflexión sobre el tema, ha quedado claro que la divulgación científica es una tarea que puede ser realizada óptimamente sólo cuando el personal dedicado a ello cuenta con una preparación especializada.

Volviendo al concurso convocado por Radio UNAM, en mi opinión personal muestra que todavía se sigue prefiriendo improvisar labores de divulgación que encomendarlas a expertos que cuenten con la formación y la experiencia necesarias.

Pensar que estudiantes, investigadores o profesores sin experiencia ni formación en divulgación puedan generar una propuesta profesional de divulgación resulta, cuando menos, muy optimista. Habrá que esperar los resultados, claro, pero si esa es la vía, ¿por qué no se abrió un concurso equivalente para generar un nuevo espacio noticioso, en vez de recurrir a un profesional reconocido como Ricardo Rocha? Después de todo, como argumenta Florence Toussaint en una nota reciente publicada en Proceso (2 de septiembre), “no deja de ser una afrenta a la comunidad universitaria –con dos escuelas y una facultad en donde se enseña periodismo– que su propia emisora no sea capaz de producir un noticiario innovador, profundo”.

En un texto publicado en Humanidades (no. 217), el director de Radio UNAM aboga por que la divulgación científica se presente “a través de radionovela, biografía, episodio dramatizado o cualquier otro formato que motive al radioescucha para seguirnos sintonizando y logre entusiasmar a nuevos radioescuchas”. Pero quien conozca un poco respecto a la divulgación en radio sabrá que precisamente los géneros dramatizados presentan dificultades especiales para realizar esta labor, en virtud de la densidad de información que tiene que comunicarse para lograr un mensaje que tenga sentido y el poco tiempo con el que se cuenta en radio para lograrlo: las dramatizaciones reducen todavía más ese tiempo.

Sería muy deseable que, junto con el afán por, en palabras de Escalante, “replantearnos esquemas que motiven a quienes nos sintonizan a seguir valorando el trabajo académico, científico y cultural de la UNAM”, se valorara la experiencia acumulada por los profesionales que durante años han producido y conducido programas de divulgación científica en Radio UNAM, para que, junto con los nuevos planteamientos, esta labor pueda enriquecerse no sólo con base en ideas preconcebidas, sino en el sólido conocimiento y experiencia de los profesionales.