tag:blogger.com,1999:blog-48834701064116594082024-03-13T08:37:42.297-06:00Las dos culturas<b>Por Martín Bonfil Olivera</b><br>
La columna de divulgación científica que publiqué en el extinto periódico <i>Humanidades</i>, de la UNAM, de enero de 1997 a diciembre de 2004Martín Bonfil Oliverahttp://www.blogger.com/profile/05286138874576064756noreply@blogger.comBlogger74125tag:blogger.com,1999:blog-4883470106411659408.post-25094694238380314612006-10-11T22:04:00.002-05:002009-08-19T09:45:15.762-05:00Asesoría mística<div style="text-align: right; font-style: italic;"><span style="font-size:100%;">OJO: a diferencia de todos los demás textos publicados en este blog, éste no lo publiqué en Humanidades, </span><span style="font-size:100%;">ni en ningún otro lado. Lo escribí en <span style="font-weight: bold;">octubre de 2006 </span>para la extinta revista </span><span style="font-size:100%;">Wow Internacional</span><span style="font-size:100%;">, como primer intento de colaboración (pedido por ellos). No les gustó o se pasó el momento, y ya no lo publicaron, aunque luego me publicaron otros. Pero me costó mucho trabajo escribirlo y hoy pensé que vale la pena ponerlo en algún lado, como testimonio de algo que vale la pena recordar.</span><br /></div><p style="text-align: right; font-style: italic;"></p><p class="primerprrafo" style="margin-top: 12pt;"><span lang="ES-TRAD">No cabe duda que tener a un especialista como asesor es la mejor garantía de tranquilidad. Cuando uno sabe, por ejemplo, que el banquete de bodas está siendo organizado por un <i style="">chef </i>experto, o que el jefe de la policía es un perito competente y experimentado, puede dormir tranquilo, confiando en que todo saldrá a pedir de boca.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Por eso, y sobre todo en un país como el nuestro </span><span lang="ES-TRAD" style="font-family:Symbol;"><span style="">-</span></span><span lang="ES-TRAD">que como es bien sabido es la encarnación del surrealismo</span><span lang="ES-TRAD" style="font-family:Symbol;"><span style="">-</span></span><span lang="ES-TRAD"> nada podría ser más adecuado y tranquilizador que saber que la Presidencia de la República cuenta con una asesora mística.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">En efecto: un reportaje de Anabel Hernández publicado en <i style="">La revista</i> del diario <i style="">El universal</i> reveló hace poco que el nombre de esta insigne funcionaria es Rebeca Moreno Lara Barragán, y que está contratada como Directora de Logística de la Oficina de Apoyo a la Esposa del C. Presidente con un sueldo mensual bruto de 78 mil pesos.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">La situación no debería extrañar a nadie. En todo caso, no hace sino mostrar la coherencia ideológica de quienes llegaron a ocupar la posición de “pareja presidencial” gracias a una campaña orquestada por el publicista <a href="http://www.canal100.com.mx/telemundo/entrevistas/?id_nota=8134">Santiago Pando</a> siguiendo los dictados de los “mayas galácticos” y las enseñanzas de la psicomagia de Alejandro Jodorowski.</span></p> <p style="font-weight: bold;" class="subttulo"><span lang="ES-TRAD">Los especialistas</span></p> <p class="primerprrafo"><span lang="ES-TRAD">La red de expertos que asesoraron la campaña presidencial de Fox resulta notable: el propio Santiago Pando, Antonio Calvo, compositor y productor de teatro; Álex Slucki, “canalizador de ángeles”, y la mencionada Rebeca Moreno (quien según Anabel Hernández es conocida con el nombre de Kadoma Sing Ya, que significa “lo que está siempre vibrando”).</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Quizá entre ellos el más conocido sea Pando, famoso no sólo por ser el creador de la campaña que condujo a la victoria el 2 de julio de 2000. Saltó a las primeras planas en 2002, cuando decidió renunciar al equipo foxista por órdenes de sus chamanes, quienes le anunciaron que “debía seguir la luz de los mayas galácticos y ser su vocero en la revolución de conciencias que ya se gesta en México”, según afirma Rodolfo Montes en un reportaje publicado en la revista <i style="">Proceso</i> en septiembre de ese año.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">¿Quiénes son estos mayas galácticos? Unos “seres extraterrestres que desde hace mucho tiempo habitan en la Tierra”, reveló entonces Pando. Con semejantes guías, no es de extrañarse el gran éxito que tuvo la campaña foxista: la mejor prueba, contra todo lo que pudieran refutar los escépticos, que nunca faltan, es precisamente el triunfo del 2 de julio.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Aunque el discurso de este especialista podría parecer oscuro y hasta hueco o incoherente (“en nuestro país está ocurriendo la primera revolución, una implosión a nivel de conciencia, que tiene que ver más con el lado de la espiritualidad”), no cabe duda de que es un hombre que sabe de lo que habla. “Me estuvieron preparando hace mucho tiempo para esto. Recibo vibras. Oigo todo el tiempo voces. Son entes, son seres de luz. Al principio, no sabía qué era, pensaba que eran ideas que se me ocurrían, pero poco a poco fui dándome cuenta de que cuando siento un hormigueo y me duele aquí y siento muy caliente, es el momento en que cojo una pluma y me pongo a escribir, pues es cuando se quieren comunicar conmigo”. Podría sonar como un caso para el neurólogo, pero no: en esta ocasión, es claro que estamos ante un auténtico fenómeno de contacto con extraterrestres. Al menos, eso asegura Pando.</span></p> <p style="font-weight: bold;" class="subttulo"><span lang="ES-TRAD">La versión de los místicos</span></p> <p class="primerprrafo"><span style="" lang="ES-MX">Y es que, contra lo que uno pudiera suponer en esta época de avances vertiginosos de la ciencia y la tecnología, el pensamiento racional no ha logrado desbancar a otras formas de conocimiento. Pando lo expresa cuando habla de lo que viene: “es difícil explicarlo, porque justamente lo que se romperá es una lógica, un arquetipo, un paradigma y todo un sistema”.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="" lang="ES-MX">¿Por qué suponer que el pensamiento racional es la única visión posible? Después de todo, sólo ha dado frutos tan importantes como nuestro sistema social de derecho, nuestras reglas de convivencia y de gobierno, nuestra visión de la justicia y los derechos humanos, amén de todo el aparato científico y tecnológico con que contamos en la actualidad (vacunas, transportes, telecomunicaciones, computadoras, edificios, medicamentos, métodos de diagnóstico, nuevos materiales... la lista es tan amplia como el horizonte que nos rodea cotidianamente). ¿Por qué no creer que también el mundo de los espíritus –en caso de que exista– puede ser fuente de conocimiento confiable?<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="" lang="ES-MX">Al menos Rebeca Moreno sí lo creyó. Y para ello entró en contacto con un personaje ya conocido para los lectores de <i style="">Wow</i>: el médium cubano Jorge Berroa, quien en el número 19 de nuestra revista sirvió como canal para llevar a cabo una divertida entrevista nada menos que con el mismísimo Mahatma Gandhi, con la que se inauguró la era del “periodismo esotérico”.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="" lang="ES-MX">Habrá quien se niegue a creer en semejante posibilidad, pero a la hoy asesora presidencial Rebeca Moreno el médium Berroa le reveló que “ya antes, en otra vida había preparado el rescate de Ricardo Corazón de León”. Y a Antonio Calvo le dijo que “era un alma que venía de Orión a cumplir una misión en esta Tierra”.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="" lang="ES-MX">Quizá lo que nuestro país necesitaba, precisamente, es un gobierno nuevo que lograra el necesario cambio: abandonar los caducos valores de la racionalidad y luchar, con el apoyo de ángeles, chamanes y espíritus del más allá galáctico, para lograr que México entre a una nueva era de luz. Es más, ¡quizá ya estamos en esa era luminosa, sólo que no hemos sido capaces de darnos cuenta!<o:p></o:p></span></p> <p style="font-weight: bold;" class="subttulo"><span lang="ES-TRAD">La visión racional</span></p> <p class="primerprrafo"><span lang="ES-TRAD">Desgraciadamente, nunca falta el negrito en el arroz: los defensores del pensamiento racional. El que se basa en la lógica; el que pide razones y explicaciones, y que requiere una coherencia en los argumentos. Estos escépticos de lo sobrenatural insisten en la superioridad de su forma de ver el mundo. No en balde, dicen, la racionalidad es la modalidad de pensamiento que utilizan detectives, periodistas y científicos para hallar las respuestas más confiables a las preguntas que intentan contestar. Es también, idealmente, la base para tomar decisiones en una democracia (aunque, como nos demostró Pando, la realidad dista mucho de este ideal: las enseñanzas de los mayas galácticos, junto con una buena dosis de propaganda bien planeada, bastaron para ganar las elecciones).</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Los escépticos son los eternos aguafiestas. Insisten en negar la posibilidad de que estemos siendo observados y asesorados por civilizaciones extraterrestres más antiguas y sabias que la nuestra. Se basan para ello en argumentos aparentemente sólidos, como las tremendas distancias, de miles de años luz, que nos separan incluso de las estrellas más cercanas. Su argumento –racional, por supuesto, y suponiendo en primer lugar que tales civilizaciones existen, que<span style=""> </span>cuentan con una tecnología avanzada y que tienen interés en venir hasta acá –, es que un viaje desde tal lejanía requiere un gasto de energía más allá de lo imaginable. Además del tiempo necesario, que según nos enseña el doctor Einstein debe ser superior a la cifra en años luz que nos separan de ellos, pues nada puede superar la velocidad de la luz.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Pero claro, eso dicen ellos, los racionalistas. ¿Por qué no puede superarse la velocidad de la luz? ¿Por qué no podrían los extraterrestres contar con la energía necesaria y estar ahí, escondidos en sus platillos voladores, o bien aquí mismo, ocultos entre nosotros, asesorándonos como los niños que somos para conducirnos por el camino de la luz? ¿Sólo porque lo dijo Einstein?</span></p> <p style="font-weight: bold;" class="subttulo"><span lang="ES-TRAD">¿Y usted qué opina?</span></p> <p class="primerprrafo"><span lang="ES-TRAD">En realidad se trata de un choque de cosmovisiones. Habrá quien prefiera limitarse a lo que podemos observar, medir y comprobar mediante la experimentación. Habrá quien opte por “sentir las vibraciones”.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">La diferencia estriba en qué tan confiable sea la visión que ofrece cada una de estas formas de pensar. Los científicos, por ejemplo, a cambio de la poderosa herramienta de producción de conocimiento que manejan, se limitan a tomar en cuenta sólo explicaciones naturales, y se ven obligados a dejar fuera las <i style="">sobre</i>naturales (si las aceptaran, no tendría caso realizar experimentos para comprobar las hipótesis que explican la naturaleza: cualquier explicación sería posible). A lo largo de la historia humana, ha sido esta capacidad de formular hipótesis sobre el mundo que nos rodea, y después someterlas a prueba para desechar las que no ofrezcan predicciones acertadas, la que ha permitido que la humanidad sobreviva con gran éxito y transforme el mundo para su beneficio.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">La visión mística, en cambio, nos ofrece un mundo en que las cosas pueden cambiar simplemente porque nosotros así lo deseamos. Después de todo, entidades superiores, seres extraterrestres y presencias del más allá están ahí para ayudarnos.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Al margen de lo que cada uno opine, podemos estar seguros de que el rumbo de México está bien definido. Si la política racional no ha dado buenos resultados, quizá la asesoría de adivinos y guías espirituales nos pueda ayudar a superar el eterno bache nacional. Podemos respirar tranquilos: el futuro de la nación está en buenas manos. La vidente Rebeca Moreno asesora a la esposa del C. Presidente. Ella es, según la describió Santiago Pando en una entrevista radiofónica, “un faro que transmite energía distinta a la que tiene la gente cuando está atrapada en la razón”. Menos mal, porque si trata uno de usar la razón para analizar la situación del país, la verdad es que no se entiende nada.</span></p><div class="blogger-post-footer">Derechos reservados, Copyright (R) 1997-2007, Martín Bonfil Olivera. Prohibido su uso comercial sin autorización del autor.</div>Martín Bonfil Oliverahttp://www.blogger.com/profile/05286138874576064756noreply@blogger.com86tag:blogger.com,1999:blog-4883470106411659408.post-76027899850060066752004-10-06T09:05:00.002-05:002010-04-14T09:15:36.993-05:00La ciencia es un juego de azar<span style="font-style: italic;">Por Martín Bonfil Olivera</span><br /><span style="font-style: italic;">(Publicado en </span><span>Humanidades</span><span style="font-style: italic;">,</span><br /><span style="font-style: italic;">periódico de la Coordinación de Humanidades de la UNAM,</span><br /><span style="font-style: italic;">el 6 de octubre de 2004)</span><br /><br />Uno de los grandes malentendidos en relación con el papel de la ciencia en una sociedad moderna es pensar que los científicos son una especie de “inventores” que se dedican a fabricar aparatos, a buscar cómo obtener energía ilimitada a partir del aire o a buscar la cura del cáncer. Otro malentendido es pensar que la ciencia es una especie de máquina de fabricar soluciones a problemas concretos: una especie de aparato de hacer salchichas al que basta meterle problemas por un lado para obtener soluciones por el otro.<br /><br />Desde luego, no es que todo mundo tenga una visión tan simplista de la ciencia, aunque quizá sí la tengan quienes la conocen sólo por la imagen que de ella nos presentan la televisión o el cine (es decir, el 90 por ciento de la población). En general, se reconoce que la maquinaria de la ciencia necesita también recursos para poder funcionar, tanto económicos (hoy tan disputados) como humanos, en forma de profesionales capacitados para convertirse en buenos investigadores.<br /><br />Pero para hacer ciencia también se necesita una compleja y costosa infraestructura que va desde los edificios adecuados para realizar la investigación, con sus respectivas adaptaciones particulares (tuberías de gas, agua, vacío, cuartos refrigerados, líneas de voltaje controlado, bibliotecas, auditorios, almacenes, oficinas administrativas, comedores, salas de discusión, cuartos para instrumental, etcétera, etcétera...) hasta los caros y complejos instrumentos que se requieren en cada disciplina como herramientas básicas de trabajo: computadoras, cristalería, espectrómetros, telescopios, microscopios, globos aerostáticos, submarinos, barcos, secuenciadores de ADN y una gama casi infinita. Y eso sin considerar los casos en que el instrumento científico es tan grande como un edificio, o incluso como una pequeña ciudad (como sucede con los gigantescos aceleradores de partículas gracias a los cuales los físicos estudian la estructura del átomo y sacan conclusiones acerca del universo).<br /><br />En realidad, la ciencia es un sistema mucho más complejo de lo que la mayoría de la gente piensa. Complejo en el sentido usual de la palabra, pues se trata de una red en la que los individuos que trabajan en los laboratorios se relacionan no sólo con sus colegas de todo el mundo, y también con quienes trabajan en otras disciplinas (la famosa interdisciplina), sino también con quienes administran sus institutos, con los profesores que forman a sus futuros aprendices, con los políticos y funcionarios que les proporcionan (o les niegan) el apoyo para sus proyectos, con los periodistas y comunicadores que pueden ayudarlos a construir una reputación ante el público general, o dañarla con un “periodicazo”, y en general con los ciudadanos que con sus impuestos financian su valiosa labor.<br /><br />Pero la ciencia también es un “sistema complejo” en el sentido más técnico, pues constituye una estructura en la que una gran cantidad de componentes están relacionados unos con otros en forma múltiple y no lineal, por lo que un pequeño cambio en una de las partes puede tener efectos profundos e inesperados en el resto del sistema. El aparato de producción de conocimiento científico (que, no lo olvidemos, es el único producto directo de la investigación científica) influye no sólo en qué cosas sabemos acerca de la naturaleza (como es usual, me estoy refiriendo a las ciencias naturales, que son las que conozco). Tiene también complejas (en ambos sentidos) implicaciones éticas, políticas, económicas, sociales, humanas, literarias, religiosas y en general en todas las esferas de la acción humana. Y recíprocamente, todas estas esferas tienen también una influencia, muchas veces decisiva, sobre la actividad científica.<br /><br />Dentro de todo este panorama, una constante es la falta de una cultura científica. La ignorancia cerca del funcionamiento, importancia, historia y estructura de la ciencia es triste en el público general, que no puede opinar ni tomar decisiones en cuestiones relacionadas con estos temas, además de que pierde la oportunidad de disfrutar del placer que produce la visión del mundo que nos ofrece la ciencia. Pero esa misma ignorancia se torna trágica cuando se trata de nuestros gobernantes y en particular de los funcionarios que tienen que ver con cuestiones de cultura y ciencia.<br /><br />Especialmente alarmantes son las declaraciones que constantemente hacen nuestros funcionarios, desde el presidente hasta el director de Conacyt, pasando por el secretario de educación pública, quien recientemente recomendó a jóvenes interesados en la ciencia que “investiguen problemas de importancia para el país, [para que] no les suceda como a aquel alumno de doctorado interesado en saber por qué 42 por ciento de cierto tipo de peces tiene una manchita negra y 58 por ciento no la tiene” (<span style="font-style: italic;">La Jornada</span>, 22 de septiembre).<br /><br />Normalmente se supone que basta con que un científico decida ocuparse de un problema, tenga los recursos para hacerlo y trabaje duro, para que logre resolverlo. Abundan las historias de investigadores que, gracias a su gran tesón y mente genial, lograron descifrar tal o cual enigma de la naturaleza (aunque, si nos fijamos, muchos de ellos –no todos– fueron en realidad inventores que desarrollaron alguna tecnología).<br /><br />Pero en realidad, la naturaleza del proceso de generación de nuevo conocimiento científico es mucho más caprichosa. Un científico –o más bien, un grupo de científicos, que pueden estar distribuidos en muchos países– decide enfocarse en cierto campo de investigación, y comienza a explorarlo. Al mismo tiempo, tiene que estar perfectamente al tanto de lo que otros han hecho antes que él en ese campo, y de lo que sus colegas están haciendo (de ahí la importancia de la comunicación entre científicos, que se da formalmente en seminarios, congresos y publicaciones).<br /><br />Lo interesante es, precisamente, lo que resulta de este esfuerzo múltiple de exploración de la naturaleza y formulación de hipótesis para explicarla: en la gran mayoría de los casos, las preguntas iniciales con que se comenzó no son contestadas en forma directa. A veces, la pregunta misma cambia; a veces lo que surge son nuevas preguntas que llevan a algunos investigadores a desviarse del camino inicialmente trazado, y muchas veces a descubrir fenómenos nuevos que no hubieran podido imaginar si no hubieran emprendido su búsqueda con la libertad.<br /><br />El avance de la ciencia es, visto de este modo, un proceso darwiniano: se requiere una gran diversidad de investigadores, trabajando en muchos campos y generando una gran cantidad de hipótesis, para que surjan algunas que sean revolucionarias y, de vez en cuando, algunas cuya aplicación cambie nuestras vidas. Puesto así, podría sonar ineficiente (como todos los procesos darwinianos: ineficientes, pero muy eficaces). Pero, ante los enormes beneficios económicos, médicos, humanos y sociales producidos por aplicaciones como vacunas, antibióticos, transistores, computadoras, aviones o telecomunicaciones, ¿no vale la pena la inversión? (quien lo dude puede revisar los números: el valor de cualquiera de estas industrias supera con creces la inversión que haga un país en ciencia y tecnología).<br /><br />En pocas palabras, la ciencia es, efectivamente, un juego de azar, pero uno en el que definitivamente vale la pena invertir, porque a la larga produce beneficios. Lástima que nuestros funcionarios no lo sepan.<div class="blogger-post-footer">Derechos reservados, Copyright (R) 1997-2007, Martín Bonfil Olivera. Prohibido su uso comercial sin autorización del autor.</div>Martín Bonfil Oliverahttp://www.blogger.com/profile/05286138874576064756noreply@blogger.com6tag:blogger.com,1999:blog-4883470106411659408.post-11519650724438002822004-06-02T11:53:00.000-05:002009-09-17T11:59:01.780-05:00Los ovnis de mi señor general: un golpe para la credibilidad científica<div style="text-align: right; font-style: italic;"><div style="text-align: left;">Por Martín Bonfil Olivera<br />(Publicado en <span>Humanidades</span>,<br />periódico de la Coordinación de Humanidades de la UNAM,<br />el 2 de junio de 2004)<br /><span style="font-style: italic;"></span></div><span style="font-style: italic;"><br /></span>A Gerardo Gálvez Correa, un amigo lúcido<br /></div><br />La situación haría llorar al más plantado. Luego de años de fomentar la enseñanza científica, como lo manda la constitución; luego de décadas de llevar a cabo múltiples actividades de divulgación científica, de dar conferencias, escribir en todos los medios, tener programas de radio y televisión, de construir museos, y tantas otras cosas... luego de todo esto, la comunidad científica mexicana no ha logrado adquirir la más mínima credibilidad.<p></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Al menos eso es lo que puede deducirse de la actitud del Secretario de la Defensa Nacional, general Clemente Ricardo Vega García, cuando decidió entregar los videos de unos ovnis observados por un avión de la fuerza aérea mexicana en el cielo de Campeche a Jaime Maussán, el conocido charlatán que se gana la vida como “experto” en el llamado fenómeno ovni.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">El avión de marras patrullaba el cielo en busca de aviones de contrabandistas. Para ello contaba con un radar y una cámara infrarroja, capaz de detectar objetos por el calor que despiden. Los objetos voladores no identificados que descubrieron en el radar, pero que permanecían invisibles, aparecían en la cámara infrarroja como bolas luminosas. Se movían al unísono y, al parecer, comenzaron a seguir a la aeronave mexicana.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Suena intrigante, en efecto. Una persona curiosa y honesta pensaría que hay buenas razones para investigar más, y quizá tendría razón. Pero a partir de ahí, la historia se tuerce por el camino del desastre. La Secretaría de la Defensa Nacional (SEDENA) decide entregar el material a Maussán con el fin de que lo haga público: <i>strike one</i>. Maussán echa las campanas al vuelo (como ya lo ha hecho en tantas ocasiones, muchas de ellas comprobadas más tarde como fraudes en mayor o menor grado), y se refiere a la decisión de la SEDENA como algo histórico, único en la historia mundial: un gobierno que oficialmente reconoce la existencia del fenómeno ovni. El ridículo internacional, nada menos.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Y desde luego, cuando Maussán dice “ovni”, no se refiere a que no sabe de qué se trata: el está seguro de que son naves extraterrestres. Platillos voladores, pues. Y aprovecha el espaldarazo que ha recibido su credibilidad para asegurar que ya no es posible negar que los extraterrestres nos visitan. Los medios de comunicación, sobre todo los de Televisa, empresa donde trabaja Maussán, destacan la nota en primera plana (aunque hay que decir que la mayoría de los medios presentaron los hechos sin mostrar que creían que efectivamente se tratara de extraterrestres... quizá no todo está perdido). De este modo, el público general recibe un mensaje claro: los marcianos llegaron ya, y el ejército tiene pruebas. <i>Strike two </i>para la cultura científica de nuestro pueblo.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Pero ahí no acaba todo: en entrevista, el general Vega García afirma que si no le dio el video a verdaderos científicos es porque ¡no los conoce! <i>Strike three</i>. Existen astrónomos en la UNAM y otras instituciones, especialistas en fenómenos atmosféricos y otros que podrían haber ayudado a interpretar lo observado por los asustados pilotos caza-narcos. Al afirmar que no los conoce, el general no sólo reconoció públicamente que es un ignorante (y un irresponsable, pues ¿se imagina usted qué haría en caso de una emergencia militar de otro tipo si no tiene al menos la cultura indispensable para saber que el ejército, en caso necesario, puede recurrir a la comunidad científica nacional para obtener asesoría confiable?). Implicó también que las fuerzas armadas del país no reconocen la existencia y la calidad de los científicos mexicanos. Y de paso, les negó credibilidad.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">En una encuesta reciente, el ejército quedó en segundo lugar entre las instituciones más confiables para el pueblo mexicano, sólo después de la iglesia (la católica, claro). Hoy esa institución muestra que no reconoce la capacidad de los científicos de la UNAM, y en general del país, y al mismo tiempo que sí conoce y respeta la autoridad de un charlatán como Maussán. ¿Qué efecto tendrá este golpe en la credibilidad de los científicos ante la opinión pública mexicana?</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Desde luego, la cosa no quedó así. La comunidad científica de la UNAM organizó una mesa redonda a la que asistieron los medios, y en ella se aclaró la situación. Se mostró que la SEDENA debió haber recurrido a los científicos, y se propusieron explicaciones sensatas al fenómeno observado (la más probable es la de las centellas o “rayos bola”, un fenómeno relativamente poco estudiado, aunque hay quien afirma que se trataba de aviones caza estadounidenses). Y más recientemente, un grupo de astrónomos, divulgadores y científicos de todo tipo lanzaron un manifiesto para protestar por los hechos. Pero el alcance que estas medidas tengan no es comparable con el golpe publicitario que la SEDENA le ofreció en bandeja de plata a un seudocientífico apoyado por el aparato mediático más poderoso del país.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Al menos, como dice un amigo cuyos argumentos he citado libremente en este texto, la UNAM protestó, pero ¿dónde está la protesta de la Secretaría de Educación Pública? ¿La del Conacyt, la Academia Mexicana de Ciencias, el Consejo Asesor de Ciencias de la Presidencia?</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Y como dice otro amigo, el ejército no se manda solo: el jefe supremo de las fuerzas armadas es el presidente de la república. ¿Cuál es su posición al respecto? ¿O será que todo, como afirman los que saben, fue sólo un golpe mediático para desviar la atención del público y los medios de los desoladores escándalos políticos que ensombrecen el panorama nacional? “Yo no me presto a eso”, afirmó indignado el general Vega cuando se le mencionó la hipótesis, pero no es fácil encontrar otra explicación.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Lo que sí es evidente es que la comunidad científica como un todo, incluyendo a investigadores, funcionarios, educadores y comunicadores de la ciencia, tendremos que redoblar esfuerzos si queremos hacer un “control de daños” ante el golpe que la Secretaría de la Defensa le ha propinado a la imagen pública de la ciencia en México. Ni modo, así es nuestro país. Ahora sólo nos queda seguir trabajando.</span></p><div class="blogger-post-footer">Derechos reservados, Copyright (R) 1997-2007, Martín Bonfil Olivera. Prohibido su uso comercial sin autorización del autor.</div>Martín Bonfil Oliverahttp://www.blogger.com/profile/05286138874576064756noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-4883470106411659408.post-70355289680351211912004-05-05T13:43:00.002-05:002008-11-10T13:48:22.335-06:00¿Una nueva teoría sobre el olfato?Por Martín Bonfil Olivera<br /><span style="font-style: italic;">(Publicado en </span><span>Humanidades</span><span style="font-style: italic;">,</span><br /><span style="font-style: italic;">periódico de la Coordinación de </span><span style="font-style: italic;">Humanidades </span><span style="font-style: italic;">de la UNAM,</span><br /><span style="font-style: italic;">el 5 de mayo de 2004)</span><br /><br />La ciencia no es sólo un cuerpo de conocimientos que deban aceptarse dogmáticamente. Se trata, más bien, de una forma de ver el mundo y de adquirir conocimiento confiable acerca de él. Un ejemplo reciente nos muestra cómo, en ciencia, vale más el <i>cómo</i> que el <i>qué</i>: es más importante la forma en que se obtiene conocimiento que el conocimiento mismo que se obtenga, pues éste está siempre sujeto a revisión.<p></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">El caso en cuestión tiene que ver con la teoría del olfato. Hoy sabemos mucho acerca de la vista y el oído (sentidos físicos, que detectan, respectivamente, radiación electromagnética y vibraciones mecánicas del aire). Sin embargo, conocemos relativamente poco sobre el tacto (un sentido físico más directo, y que en realidad consta de varios sub-sentidos que detectan, entre otras cosas, vibraciones, temperaturas, texturas y presión). Quizá esto se deba a que, siendo la nuestra una especie eminentemente audiovisual, la investigación sobre el tacto ha recibido menos atención, y por ello este sentido se comprende con mucho menos detalle.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Los sentidos químicos, gusto y olfato, son también muy complejos. El gusto puede subdividirse, dicen los expertos, en la capacidad para percibir 5 sabores: dulce, salado, ácido, amargo y un quinto sabor llamado <i>umami</i>, que es el del conocido conservador de alimentos glutamato de sodio (el que le da su típico e inconfundible sabor a las famosísimas sopas instantáneas Maruchán).</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">El olfato, por su parte, quizá sea el más complejo de los cinco sentidos. Es capaz de detectar (y distinguir) miles de olores distintos. De hecho, gran parte de lo que percibimos como el sabor de algo es realmente su olor, que llega a las células olfativas de la nariz a través de la conexión que existe entre la parte trasera de la boca y la cavidad nasal.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Gusto y olfato, según la explicación tradicional, aceptada hasta hoy, se basan en el reconocimiento de moléculas por proteínas en la superficie de las células gustativas u olfatorias. En el gusto, el contacto es directo; en el olfato, las moléculas de olor viajan por el aire y penetran en la nariz hasta ponerse en contacto con las proteínas de la membrana externa de estas células. Para cada tipo de molécula, se postula, hay una proteína receptora, en la que encaja como una llave en su cerradura (así funcionan, entre otras, proteínas como las enzimas y los anticuerpos, que también tienen que reconocer a sus moléculas blanco).</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Pero hay un problema: a pesar de la capacidad del olfato para discriminar miles de aromas distintos, un estudio hecho en 2001 pudo detectar sólo 347 tipos de proteínas receptoras de olores. Según la teoría llave-cerradura, al menos en su versión más simple, se necesitarían miles, una para cada tipo de olor.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Un investigador italiano, Luca Turin, revivió en los años 90 una vieja teoría, formulada en los 30, que pretende explicar el olfato mediante un principio diferente: que las neuronas olfativas detectan las vibraciones intramoleculares de las moléculas odoríferas.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Como usted, querido lector o lectora, recordará, las moléculas son átomos unidos mediante enlaces químicos. Pero estos enlaces no son rígidos como las varillas que nos muestran en los modelos químicos; son atracciones electromagnéticas entre los núcleos positivos de los átomos y los electrones negativos que giran alrededor de ellos (un poco, con perdón de los lectores divorciados, como dos esposos que ya no se soportan pero que se mantienen unidos por los hijos que comparten...). Debido a esto, los átomos que forman la molécula están constantemente vibrando y girando; acercándose y alejándose. Y es precisamente ese “estiramiento” molecular lo que, según Turin, es detectado por los receptores olfativos (como átomos y electrones portan cargas eléctricas, su movimiento produce ondas electromagnéticas que pueden ser detectadas: así funcionan aparatos como el espectroscopio, que permiten a los químicos averiguar la composición de las moléculas).</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Basándose en las ideas de Turin, el escritor Chandler Burr escribió un libro titulado <i>El emperador del olfato</i>, en el que lo presenta como un genio revolucionario que está siendo ignorado por la comunidad científica. El libro despertó la atención de la BBC de Londres, que filmó un documental de gran éxito.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Si hay algo que los científicos odian, porque va en contra del espíritu de su profesión, es ser acusados de “cerrados” y “dogmáticos”. Así que, en vez de sólo descalificar a Turin y sus teorías, decidieron someterlas a prueba. En un número reciente de la revista <i>Nature Neuroscience</i> Andreas Keller y Leslie Vosshall, de la Universidad Rockefeller, publicaron un artículo titulado “Una prueba psicofísica de la teoría vibracional del olfato”.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">La labor se facilitó porque el propio Turin había propuesto experimentos clave para distinguir si su teoría vibracional del olfato hacía mejores predicciones que la teoría clásica del reconocimiento molecular. (En esto, Turin actuó como un buen científico, siguiendo los preceptos del filósofo Karl Popper, quien exige que, para ser considerada científica, toda teoría proponga experimentos que, de fracasar, permitan descartarla. Se trata de su famoso criterio de “falsabilidad” para distinguir las ciencias verdaderas de seudociencias como la astrología, que nunca pueden refutarse.)</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Los experimentos propuestos por Turin y realizados por Keller y Vosshall fueron sencillos y elegantes: comparar el olor de pares de moléculas que, según la teoría de Turin, deberían oler parecido o diferente, y ver si efectivamente. Para evitar que los experimentadores influyeran sobre la percepción de los sujetos, las pruebas se realizaron –como debe hacerse siempre– con el método de “doble ciego”: ni experimentadores ni sujetos experimentales sabían qué sustancia estaban utilizando en cada caso.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">En primer lugar se comparó el olor de una mezcla de guayacol (que huele a humo) y benzaldehído (que huele a almendras) con el de la vainilla. Según la teoría vibracional, las vibraciones moleculares de la mezcla guayacol/benzaldehído se aproximan a las vibraciones de la vainillina, por lo que debían tener un olor semejante. Resultado: negativo. Las docenas de sujetos experimentales fueron incapaces de detectar olor a vainilla en la mezcla, pero identificaron con facilidad la vainillina.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">El segundo experimento sometió a prueba la predicción vibracional de que aldehídos (moléculas particularmente olorosas, que le dan, por ejemplo, su olor a muchas frutas) que tienen un número par de átomos de carbono debían oler distinto de los aldehídos que tienen un número non de carbonos. Al oler los aldehídos de distintos tamaños, los sujetos encontraron que la mayor diferencia se daba conforme el número de carbonos aumentaba progresivamente, y no como función del número par o non de carbonos: nuevamente, la predicción vibratoria no se cumple, y el resultado encaja (nunca mejor dicho) con la teoría del reconocimiento llave-cerradura.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">El experimento final fue comparar dos moléculas químicamente casi idénticas, pero con vibraciones moleculares muy distintas: acetofenona y acetofenona deuterada (en esta última, todos los átomos de hidrógeno han sido sustituidos por deuterio, primo pesado del hidrógeno). Nuevamente, el resultado fue negativo: los olores fueron indistinguibles.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">¿Queda descartada la teoría de Turin? No totalmente, pero está en problemas, pues no cuenta con pruebas a su favor. Los experimentos no prueban tampoco que la teoría llave-cerradura sea correcta: probablemente tendrá que refinarse para poder explicar el funcionamiento detallado del olfato. Pero hasta ahora es la explicación más prometedora.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">En resumen, el caso es un ejemplo de buena ciencia: no se descalifican <i>a priori </i>las ideas: se someten a prueba. Si los resultado hubieran sido positivos, no habría más remedio que reportarlos y comenzar a revisar la teoría actual del olfato. En ciencia, las teorías-hijos que son refutadas, por más que nos duela, tienen que ser descartadas.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Aunque hay una última esperanza: “¿Significa esto que nadie en el planeta puede distinguir la diferencia (entre acetofenona normal y deuterada)?” pregunta Vosshall en entrevista. Y responde: “No, y no pudimos hacer la prueba con Luca Turin”. A lo mejor él si puede oler las vibraciones de las moléculas. Luca Turin es <i>casi </i>un buen científico: sólo le falta ser buen perdedor.</span></p><p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"><br /></span></p><div class="blogger-post-footer">Derechos reservados, Copyright (R) 1997-2007, Martín Bonfil Olivera. Prohibido su uso comercial sin autorización del autor.</div>Martín Bonfil Oliverahttp://www.blogger.com/profile/05286138874576064756noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-4883470106411659408.post-37848389263964534972003-10-08T21:33:00.000-05:002014-02-21T21:40:35.892-06:00Ciencia: las desventajas del amor romántico (o por qué no tirar a su novia a la basura)<span style="background-color: white; color: #555544; font-family: tahoma, 'Trebuchet MS', lucida, helvetica, sans-serif; font-size: 12.727272033691406px; font-style: italic; line-height: 18.200000762939453px;">Por Martín Bonfil Olivera</span><br style="background-color: white; color: #555544; font-family: tahoma, 'Trebuchet MS', lucida, helvetica, sans-serif; font-size: 12.727272033691406px; line-height: 18.200000762939453px;" /><span style="background-color: white; color: #555544; font-family: tahoma, 'Trebuchet MS', lucida, helvetica, sans-serif; font-size: 12.727272033691406px; font-style: italic; line-height: 18.200000762939453px;">(Publicado en </span><span style="background-color: white; color: #555544; font-family: tahoma, 'Trebuchet MS', lucida, helvetica, sans-serif; font-size: 12.727272033691406px; line-height: 18.200000762939453px;">Humanidades</span><span style="background-color: white; color: #555544; font-family: tahoma, 'Trebuchet MS', lucida, helvetica, sans-serif; font-size: 12.727272033691406px; font-style: italic; line-height: 18.200000762939453px;">,</span><br style="background-color: white; color: #555544; font-family: tahoma, 'Trebuchet MS', lucida, helvetica, sans-serif; font-size: 12.727272033691406px; line-height: 18.200000762939453px;" /><span style="background-color: white; color: #555544; font-family: tahoma, 'Trebuchet MS', lucida, helvetica, sans-serif; font-size: 12.727272033691406px; font-style: italic; line-height: 18.200000762939453px;">periódico de la Coordinación de Humanidades de la UNAM,</span><br style="background-color: white; color: #555544; font-family: tahoma, 'Trebuchet MS', lucida, helvetica, sans-serif; font-size: 12.727272033691406px; line-height: 18.200000762939453px;" /><span style="background-color: white; color: #555544; font-family: tahoma, 'Trebuchet MS', lucida, helvetica, sans-serif; font-size: 12.727272033691406px; font-style: italic; line-height: 18.200000762939453px;">el 8 de octubre de 2003)</span><br /><br /><div style="text-align: right;">
<i>A Lilu, que se enamora pero no a lo tonto</i></div>
<div style="text-align: right;">
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A veces, la idea que tenemos de cómo funciona la ciencia es parecida a estar enamorado.<br /><br />El enamoramiento, dice el conocimiento popular, es un estado extático en que tendemos a ver en el ser amado todas las virtudes posibles, todas las perfecciones. La encarnación del ideal.<br /><br />Estar enamorado es volverse un tonto feliz; perder por completo el sentido crítico y disfrutar simplemente del placer de embelesarse observando, escuchando, tocando, oliendo y gustando del objeto de nuestro amor. Parecería el estado ideal para cualquiera –y en cierta forma lo es, sin duda–, sólo que tiene un gran inconveniente. El enamoramiento, como tantas cosas en esta vida, tarde o temprano termina.<br /><br />La vida se vuelve entonces una dura caída desde la nube en que andábamos para terminar estrellarnos en el duro suelo de la triste realidad. Descubrimos que esa persona que idealizábamos es en realidad tan imperfecta como cualquier otro cristiano. Tiene mal carácter; a veces le huele la boca. No es capaz de hacer tantas cosas como esperábamos. A veces es necia, tonta, egoísta. Tiene granos en la cara. Va al baño. En ocasiones suelta flatulencias. Es, en otras palabras, humana.<br /><br />Cuando a algún querido amigo le pasa esto (o a mí mismo), no me queda otra opción que decir lo que siempre se dice en estos casos: “¿pero qué esperabas?”.<br /><br />Y en efecto: ¿cómo pudo uno creer que alguien pudiera ser tan perfecto? ¿Cómo podría alguien responder a todas, absolutamente todas, las expectativas de otra persona? La idealización que el enamorado hace del objeto de su amor es una trampa que él mismo se tiende y en la que irremediablemente cae. Y lo peor –y lo mejor también, porque sería terrible estar condenados a gozar sólo una vez en la vida de las delicias del enamoramiento– es que no se aprende: vuelve uno a caer en la trampa una y otra vez. Enamorarse es indudablemente un acto muy poco racional, y es por ello que, aunque la lógica nos prevenga, volvemos a tropezarnos con la misma deliciosa piedra.<br /><br />¿Y qué sucede con la ciencia? Algo bastante parecido. Cuando uno la descubre, la ciencia fascina porque es un método que promete revelarnos las verdades últimas acerca del universo y la naturaleza. Es fuente de conocimiento cierto, comprobable y objetivo. Tan objetivo que podemos aplicarlo para generar tecnología que funciona. A través de la ciencia, el ser humano se ha ido quitando los sucesivos velos que nublaban su visión para ir avanzando con pie cada vez más firme hacia la comprensión certera de todas las cosas.<br /><br />Suena maravilloso... sólo que no es cierto. Como un enamorado cuando vuelve a la realidad, quien profundiza un poco más en el conocimiento de qué es la ciencia y cómo funciona descubre cosas que probablemente no le van a agradar, y que amenazan con romper su idilio.<br /><br />Descubrirá, por ejemplo, según nos enseñan los sociólogos de la ciencia, que los científicos, lejos de ser almas bondadosas que trabajan sólo por el amor al conocimiento y el bienestar de sus congéneres, son feroces competidores en una lucha por la supervivencia. Que forman clubes y mafias que excluyen y atacan a los grupos rivales en la carrera por lograr el descubrimiento, ganar la primicia, acertar en la hipótesis. Que intercambian el conocimiento que producen por el reconocimiento de sus colegas –y el prestigio que lo acompaña, y el dinero y el poder que a su vez acompañan a éste.<br /><br />Igual que el enamorado que comete el error de visitar a su amada por la mañana y sin previo aviso, descubriéndola sin maquillaje y recién levantada de la cama, quien estudia la filosofía de la ciencia –otra de las disciplinas que ponen la ciencia bajo el domo de observación– hallará grandes y desagradables sorpresas. Que la pretendida objetividad científica es inalcanzable. Que la superioridad de la ciencia sobre otras formas de conocimiento es tan difícil de justificar como la supremacía de unas razas sobre otras inferiores. Que la fe ciega que los científicos tienen en la existencia de un mundo físico regido por leyes regulares es tan imposible de probar como la superioridad de nuestra “media naranja” por sobre todas las otras personas en el mundo.<br /><br />Y cuídese usted, si ama la ciencia, de escarbar en los tenebrosos pantanos de las relaciones entre ciencia y sociedad. Puede resultar tan arriesgado –y peligroso– como revisar el diario de la persona amada. “El que busca encuentra”, dice el dicho, y al investigar uno halla que la ciencia es una empresa que no sólo no puede existir aislada de la sociedad que la financia y sostiene, sino que obedece a mandatos políticos y económicos que la misma sociedad le impone. Habrá temas que serán impulsados porque así conviene a la ideología dominante; otros serán suprimidos por no convenir a los intereses monetarios o políticos de la clase en el poder. Empresas y gobiernos invertirán dinero y esfuerzo sólo en los campos de investigación que prometan redituar nuevas armas y tecnologías que proporcionen poder.<br /><br />Y sin embargo, a pesar de todas estas imperfecciones, a pesar de que la imagen pura e impoluta de la ciencia que nos ofrecieron en la escuela haya resultado no ser cierta, sería una lástima renegar de ella. La ciencia tiene algo más, algo que la hace valiosa a pesar y por encima de estos “defectos”.<br /><br />¿Qué se pensaría de un amante que, al descubrir que su amada (o amado) tiene verrugas, arrugas, canas, malos humores, olores y torpezas –como las tiene todo ser humano– sufriera una desilusión tan grande que lo hiciera desecharla como una muñeca defectuosa? ¿De la chica que rechazara a los príncipes de los que durante un breve rato estuvo enamorada, sólo porque descubre que se trata sólo de simples plebeyos teñidos de azul?<br /><br />Se pensaría, sin duda, que tales personas viven en un mundo de fantasía, y que probablemente les espera una vida de desilusión y soledad. A menos, claro, que pongan los pies en la tierra y acepten que los humanos son seres imperfectos que y hay que aprender a apreciar lo que tienen de bueno y disfrutable.<br /><br />La ciencia, en efecto, puede tener verrugas, ser imperfecta, pero eso no demerita su valor como empresa que ha dado al hombre muchos de los frutos más valiosos de su historia. Que le ha revelado algunas de las visiones más fascinantes y bellas acerca del universo –aunque algunas de ellas hayan resultado ser erróneas y hayan sido suplantadas por otras visiones, quizá igual de engañosas.<br /><br />La ciencia, como los hombres y mujeres que la hacemos, es humana, y por tanto imperfecta. Pero, ¿qué otra cosa hubiéramos podido esperar? El valor de la ciencia no es su perfección, sino la riqueza de la visión que nos presenta. Riqueza, claro, que tenemos que cultivar y redescubrir cada día, como lo hacen los amantes que superan el simple enamoramiento y pasan a la etapa más plácida pero más firme del amor.<br /><br />Amar a la ciencia por lo que es, sin idealizarla, es quizá una labor difícil para un científico, pero si se logra nos da una visión mucho más profunda y sólida de esta fascinante disciplina.<div>
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<div class="blogger-post-footer">Derechos reservados, Copyright (R) 1997-2007, Martín Bonfil Olivera. Prohibido su uso comercial sin autorización del autor.</div>Martín Bonfil Oliverahttp://www.blogger.com/profile/05286138874576064756noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-4883470106411659408.post-28842607582578566442003-05-21T18:14:00.000-05:002011-09-02T18:20:57.053-05:00Tecnoamenaza microscópica (o los placeres de la paranoia)<span class="Apple-style-span" style="background-color: white; color: #555544; font-family: tahoma, 'Trebuchet MS', lucida, helvetica, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;"><span style="font-style: italic;">Por Martín Bonfil Olivera</span><br /><span style="font-style: italic;">(Publicado en </span>Humanidades<span style="font-style: italic;">,</span><br /><span style="font-style: italic;">periódico de la Coordinación de Humanidades de la UNAM,</span><br /><span style="font-style: italic;">el 21 de mayo de 2003)</span></span><br />
<br />
Todo comenzó con el anuncio de una mesa redonda sobre nuevas tecnologías. “La convergencia tecnológica: nanotecnología, biotecnología, informática... ¿el futuro de la ciencia?”, anunciaba el cartel. Estaba ilustrado con un fragmento del infierno del famoso tríptico del Jardín de las Delicias, de Hyeronimus Bosch (El Bosco), en el que se observa un humano con cabeza de pájaro y una olla de sombrero, sentado en un trono, que devora a un ser humano mientras defeca a otro dentro de una burbuja. Pero para mí quedaba claro, por lo simbólico de la ilustración, que el tema de la mesa redonda debía ser algo muy peligroso. <br />
<br />
El texto que acompañaba a la imagen eliminaba cualquier duda: “Nuevas y poderosas tecnologías con gran potencial militar (como genómica, neurociencias, robótica, informática y la más significativa de todas: la nanotecnología o tecnología atómica [sic]), están siendo desarrolladas principalmente por el gobierno de Estados Unidos, sin que la sociedad tenga prácticamente ninguna información sobre éstas ni sobre sus proyectos. Invitamos a este panel para compartir nuestra investigación sobre estas tecnologías, el contexto en que se desarrollan, y sus posibles consecuencias.” <br />
<br />
Decidí asistir, con el fin de enterarme de la versión que el <a href="http://www.etcgroup.org/es/sobre">grupo ETC</a> (Grupo de Acción sobre Erosión, Tecnología y Concentración) tenía del asunto, y quizá para expresar la opinión de un divulgador de la ciencia (yo). <br />
<br />
Por coincidencia, unos días antes un amigo me había enviado una nota periodística muy curiosa: el príncipe Carlos de Inglaterra <a href="http://news.bbc.co.uk/2/hi/uk_news/3883749.stm">había convocado</a> a la prestigiosa <i>Royal Society</i> de Londres (la institución científica más antigua del mundo) a debatir los riesgos de la nanotecnología, bajo la impresión de que esta disciplina -que busca producir máquinas de tamaños submicroscópicos (<i>nano</i> se entiende como apócope de <i>nanómetro</i>, la millonésima parte de un milímetro), compuestas por relativamente pocos átomos- podría llegar a crear una especie de virus artificiales que acabaran con la vida en el planeta. La idea es que los científicos y tecnólogos, apoyados por las grandes empresas y el gobierno estadounidense, están tratando de desarrollar nanorrobots capaces de reproducirse a sí mismos, que posteriormente podrían (como tiene que ser, según el canon anticientífico establecido por Frankenstein) salirse de control y apoderarse del mundo. <br />
<br />
Pues bien, resulta que la principesca angustia fue causada por la lectura de un documento llamado <i><a href="http://www.etcgroup.org/en/node/172">The big down</a></i> (traducido extrañamente como “la inmensidad de lo mínimo”), escrito por el activista Pat Mooney y distribuido precisamente por el grupo ETC. La noticia había salido a la luz el día de la mesa redonda, causando curiosidad y risas en la comunidad científica de todo el mundo. Los organizadores de la mesa, sin embargo, no tuvieron empacho en vanagloriarse del “apoyo” que estaban recibiendo del real personaje. <br />
<br />
La convocatoria para la mesa, que se realizó en la Facultad de Economía, había sido distribuida ampliamente en la UNAM, así como en los medios de comunicación. Yo esperaba encontrar un discurso relativamente moderado, cauteloso, que tratara de convencer por medio de una historia más o menos creíble. <br />
<br />
Lo que me encontré fue exactamente lo opuesto: ciencia ficción pura. No puedo negar que los ponentes contaban con datos bastante precisos, pero la historia que hilvanaban, con base en sus muy peculiares interpretaciones de esos datos, y sobre todo las predicciones que pretendían deducir de ellas, eran tan increíbles como las <i>space operas</i> (novelones tipo Guerra de las Galaxias) que le recetan a los estudiantes de Dianética y Cienciología. <br />
<br />
Junto con la historia de la amenaza de la nanotecnología fuera de control (que denominan <i>grey goo</i>, o plasta gris), este grupo, al que netamente puedo denominar anticientífico, propaga la llamada (por ellos) “teoría del pequeño BANG”. Basada en las iniciales de Bit, Átomo, Neurona y Gen (objetos de estudio de las nuevas y peligrosas tecnologías que tanto temen los de ETC: informática, nanotecnología, neurociencias y biotecnología), la “teoría” advierte que el gobierno de los Estados Unidos está promoviendo la fusión de estas cuatro ramas para “garantizar la dominación... tanto militar como económica en el siglo 21”. <br />
<br />
¿Por qué es anticientífico el enfoque de este grupo? Después de todo uno podría pensar que simplemente tratan de advertir a la sociedad sobre posibles peligros de las tecnologías futuras. <br />
<br />
Pero hay varias pistas que delatan la agenda oculta del grupo. Una es la burda estrategia que usan de cambiar nombres para crear asociaciones negativas (la sigla BANG, por ejemplo, o proponer que a la nanotecnología se la llame “tecnología atómica”). <br />
<br />
Otra es su confusión entre ciencia y la tecnología (aunque lo mismo se podría decir del Conacyt...), así como la visión amenazante que tienen de ellas (a diferencia del Conacyt, afortunadamente). En su opinión, la meta de los Estados Unidos es desarrollar los nanorrobots autorreplicantes para poder así ¡manipular las mentes de la gente! La prueba de ello, según ETC, es que se está tratando de desarrollar un mapa de cada neurona del cerebro humano. <i>Matrix</i> combinado con el <i>Big Brother</i> de George Orwell. <br />
<br />
Otra pista es la manera tramposa en que argumentan: si algo <i>podría</i> ser peligroso (ciencia ficción), pero no hay datos para evaluar si ese riesgo es realista (ciencia), ETC decide que está comprobado y hay una conspiración para ocultarlo (amarillismo). También liga datos inconexos para crear la ilusión de riesgo, como cuando afirman que las nanopartículas que forman parte de la contaminación causan daño a la salud, y concluyen que la nanotecnología causará daños a la salud. <br />
<br />
Pero lo más notorio, a pesar del barniz superficial que presentaban los oradores de la mesa, aparentando ser expertos en ciencia, era su gran ignorancia en cuanto a los temas científicos. <br />
<br />
En efecto: a pesar de manejar palabras y conceptos científicos sencillos, los conceptos en los que se basa la visión apocalíptica de ETC contienen graves errores. Uno que ha sido señalado por la prensa mundial es la extraña concepción que tienen de la nanotecnología: parecen pensar que los átomos pueden manipularse como si no estuvieran sujetos a las leyes de la química, formando enlaces unos con otros. Creen que los átomos se pueden manipular como si fueran ladrillos inertes. <br />
<br />
He aquí otras perlas que alcancé a pescar durante la mesa: <br />
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“Creemos que la nanotecnología va hacia la manipulación subatómica” (como si también electrones y protones se pudieran manejar como ladrillos –las reacciones nucleares vistas como sencillos rompecabezas). <br />
<br />
“A escala nanométrica, los átomos de oro son rojos” (a escala nanométrica, el concepto de color pierde sentido. Quizá querían decir que las partículas nanométricas de oro, no los átomos, vistas macroscópicamente, son rojas). <br />
<br />
“Los trabajos de los bio-nanotecnólogos (otro invento de ETC) tienden a borrar la diferencia entre lo vivo y lo no vivo” (no es ninguna novedad: desde el advenimiento de la biología molecular se sabe que no hay ninguna “esencia” que distinga a lo vivo de lo inerte, excepto su alto nivel de organización). <br />
<br />
“Gracias a la nanotecnología, de basura se podría hacer una hamburguesa” (sólo si se lograra la transmutación alquímica de los elementos, pues una hamburguesa está hecha de <i>elementos</i> distintas que la basura). <br />
<br />
El problema con grupos como ETC es que son gente que sabe muy poca ciencia, pero es suficientemente hábil en su discurso como para que su público –que no sabe <i>nada</i> de ciencia– les crea cuando se hacen pasar por expertos. <br />
<br />
El discurso amarillista que manejan les asegura amplia aceptación en una prensa cada vez menos dispuesta a dedicar un espacio a la ciencia. Un ejemplo: el periódico <i>La Jornada</i> cuenta entre sus columnistas a Silvia Ribeiro, miembro de ETC y destacada por su furiosa oposición a todo lo que huela a biotecnología, genómica, y ahora nanotecnología, así como por la dudosa calidad de su información “científica”. (Y al mismo tiempo, hace muchos meses que <i>La Jornada</i> suspendió la publicación de su suplemento de ciencia.) <br />
<br />
Quienes nos dedicamos a divulgar la ciencia tenemos un compromiso no sólo con compartir con el público los placeres y la importancia de la actividad científica y del conocimiento que produce: también tenemos que señalar los errores y tergiversaciones que grupos como ETC, lamentablemente, difunden en los medios. Después de todo, su verdadero objetivo no parece ser fomentar el bueno uso de la ciencia, sin combatir su desarrollo. ¿Se tratará, después de todo, de una conspiración imperialista para impedir que haya ciencia en otras partes del mundo? (Pero no, en realidad no lo creo: se trata simplemente de una gran dosis de ignorancia combinada con el enemigo de siempre: la tontería.)<br />
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<div class="blogger-post-footer">Derechos reservados, Copyright (R) 1997-2007, Martín Bonfil Olivera. 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Es un hecho que sin avances como antibióticos, aviones, teléfonos, telas sintéticas, computadoras, automóviles, pañales desechables e infinidad de otros artefactos y productos que usamos diariamente, la vida podría ser, efectivamente, muy difícil.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Lo que nunca se dice son las muchas y sutiles formas en que estos avances logran también, paradójicamente, complicar nuestra existencia y llenar el camino diario de infinidad de piedritas que convierten hasta la actividad más sencilla en una verdadera monserga.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Un ejemplo son esos conmutadores telefónicos computarizados a los que uno se enfrenta, por ejemplo, cuando llama al banco. Para empezar, suponen que uno tiene un teléfono de teclas (tonos). Si se tiene la mala fortuna de mi amiga Estrella, editora de la revista <i>¿Cómo ves?</i>, quien en cuatro años no ha logrado que cambien el anticuado teléfono de disco de su oficina por un modelo más moderno, la cosa está perdida.<i> </i>La computadora también da por hecho que uno es capaz de memorizar una larga lista de opciones numéricas (“si quiere reportar un robo, marque uno; si no quiere reportar un robo, marque dos; si no sabe lo que quiere, marque tres”). La opción que se necesita siempre está enterrada al fondo del “menú”. Uno se pregunta, ¿por qué abandonar el viejo sistema de operadoras humanas? (No me responda, querido lector; la pregunta es retórica.)</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Otro ejemplo detestable son esas alarmas electrónicas de los coches, que cuando uno se acerca demasiado le espetan un agresivo “¡aléjese!”. ¡Uf!</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Otro más: nada hay más desesperante que estar junto a uno de esos tipos que creen que la principal utilidad de su teléfono celular es: a) que todos nos demos cuenta de la horrible musiquita que escogió como timbre, y b) que nos enteremos también de todos los detalles de una conversación que debería ser personal (la última moda son unos teléfonos con bocinita que hacen que los usuarios se sientan como si fueran policías hablando por su radio, lo cual tiene un efecto francamente ridículo).</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Por todo ello me atrevo a presentar aquí a consideración de usted algunas sugerencias de etiqueta electrónica que, estoy seguro, ayudarán a hacer más fácil la convivencia en esta era dominada por los microprocesadores.</span></p> <p style="font-weight: bold;" class="subttulo"><span lang="ES-TRAD">Teléfono fijo</span></p> <p class="primerprrafo"><span lang="ES-TRAD">El uso del teléfono tiene ya un siglo, y sin embargo los modales al respecto siguen teniendo algo de cavernario. Fui consciente de ello recientemente, cuando mi amigo Javier ironizó acerca de lo poco adecuado que resultaba que él, que se había tomado la molestia de subir tres pisos hasta mi oficina para hablar conmigo, tuviera que interrumpir su charla para esperar a que otra persona que me llamó en ese momento por teléfono acabara de decirme lo que quería. De modo que la primera regla para el uso del teléfono sería: Nunca interrumpa una conversación en persona por atender una llamada. En todo caso, lo indicado es informarle al que llama que uno está ocupado y pedirle que llame en un rato.</span></p> <p style="font-weight: bold;" class="subttulo"><span lang="ES-TRAD">Teléfono celular</span></p> <p class="primerprrafo"><span lang="ES-TRAD">Como ya habrá usted notado, pienso que el abuso de los “móviles” es una de las principales calamidades que no s ha legado la tecnología moderna. Y abuso es prácticamente el 99% del uso que se les da: avisarle a la esposa que “ya va uno llegando a la casa”, traerlo prendido en clase “por si a alguien se le ocurre llamar”, usarlo a voz en cuello en cines o restaurantes, destruyendo la paz de los demás e imponiéndoles una conversación que las más de las veces suena como las del anuncio ese de “hay llamadas que no se deberían cobrar” (¡hay llamadas que no se deberían <i>hacer</i>!)</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">De modo que los modales mínimos para uso del celular serían los siguientes: si está en un lugar en donde resulta a todas luces inadecuado recibir llamadas </span><span lang="ES-TRAD" style="font-family:Symbol;"><span style="">-</span></span><span lang="ES-TRAD">una misa, una junta de trabajo, una conferencia (sobre todo si es usted el conferencista, aunque he presenciado casos en que un asistente, en el momento de hacerle una pregunta al expositor, recibe una llamada y ¡prefiere contestarla!</span><span lang="ES-TRAD" style="font-family:Symbol;"><span style="">-</span></span><span lang="ES-TRAD">, apague su celular. Si es usted incapaz de apagarlo, debido a un caso avanzado de adicción, por favor acuda cuanto antes a un psicólogo, pero mientras tanto tenga al menos el decoro de apagar el timbre y usar el vibrador. Si está usted en un restorán, donde la gente normalmente intenta pasar un buen rato y no escuchar los gritos del “celulítico” de la mesa de junto, y recibe una llamada, salga del local. Esto tiene la ventaja de mejorar la recepción del aparatejo, que siempre tiende a ser pésima, y la desventaja de que deja uno a los amigos con la palabra en la boca, lo cual siempre es grosero. Lo mismo se aplica si va uno de visita a casa de algún amigo. Ver uso del teléfono alámbrico.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Una regla adicional, que por alguna razón relacionada con el subdesarrollo todavía no ha sido convertida en ley, es la prohibición terminante de utilizar el celular mientras se maneja. Está comprobado que atender una llamada reduce el tiempo de respuesta de un conductor en forma significativa (tan significativa como para chocar, en muchos casos). Usar el celular mientras maneja es signo seguro de barbarie. Al menos, asegúrese de utilizar un equipo de manos libres.</span></p> <p style="font-weight: bold;" class="subttulo"><span lang="ES-TRAD">Correo electrónico</span></p> <p class="primerprrafo"><span lang="ES-TRAD">El uso del <span style="font-style: italic;">e-mail </span>se ha popularizado a extremos escalofriantes. Aunque la etiqueta a este respecto es conocida, no está de más recordar algunas reglas vitales:</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Al responder un mensaje, procure “citar” las palabras de su corresponsal, copiándolas de su mensaje original. La mayoría de los programas facilitan esto poniendo copia del texto cuando lo responde. No hay nada más desconcertante que recibir un mensaje como los que suele mandar Sergio, otro amigo, que sólo dicen “órale, ya vas” (imaginar a un servidor rascándose la cabeza tratando de recordar de qué se trata el asunto).</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Asegúrese también de revisar <i>siempre</i> que el destinatario del correo sea el correcto. Los modernos programas “facilitan” la vida insertando automáticamente la dirección de la persona a la que <i>creen</i> que uno le quiere escribir, con el resultado de que a veces la carta de encendida pasión que uno quería enviar a <i>Cons</i>uelo le llega al <i>Cons</i>ejo directivo. Los resultados pueden ser desastrosos, sobre todo si Consuelo es la esposa de uno de los miembros de dicho consejo. He visto matrimonios y amistades terminar por errores de este tipo. Una variante es cuando uno se balconea al responder a todos los miembros de una lista de correos, en vez de hacerlo sólo a la persona que envió el último mensaje.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Finalmente, no, no, no envíe cadenas, sean del amuleto de la suerte, del niño que necesita transplante de riñón o de la niña que fue secuestrada. <i>Son todas falsas</i> y sólo sirven para saturar el buzón de sus amigos. Lo mismo es cierto respecto a la mayoría de los avisos sobre virus. Mejor consígase un buen antivirus que se actualice automáticamente por internet (algunos son gratis). </span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Tampoco es buena idea enviar mensajes que contienen anexos (<i>attachments</i>) gigantescos, aunque se trate de las últimas fotos del chilpayate recién nacido.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Las computadoras portátiles (<i>laptops</i>) y de bolsillo (Palm) tienen también sus complicaciones (escribir en la Palm mientras se cruza una calle, por ejemplo, es suicida), pero el espacio no da para abordarlas. Le recomiendo, querido lector, que use su sentido común y piense un poco en el respeto que le debe a sus vecinos. De otro modo, habrá que copiar la idea de algunos restoranes estadounidenses, que cuentan ya con “zonas libres de celulares”. La idea me parece maravillosa.</span></p><p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"><br /></span></p><div class="blogger-post-footer">Derechos reservados, Copyright (R) 1997-2007, Martín Bonfil Olivera. Prohibido su uso comercial sin autorización del autor.</div>Martín Bonfil Oliverahttp://www.blogger.com/profile/05286138874576064756noreply@blogger.com76tag:blogger.com,1999:blog-4883470106411659408.post-51754031083803700152003-02-05T23:35:00.002-06:002009-03-30T15:43:20.342-06:00El triste caso del regio más chupador (o “la dosis hace el veneno”)<span class="Apple-style-span" style="border-collapse: separate; color: rgb(85, 85, 68); font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: normal; letter-spacing: normal; line-height: 18px; orphans: 2; text-align: left; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; widows: 2; word-spacing: 0px;font-family:tahoma;font-size:13px;"><span style="font-size:100%;"><span style="font-family:georgia;">Por Martín Bonfil Olivera</span><br /><span style="font-style: italic; font-family:georgia;">(Publicado en<span class="Apple-converted-space"> </span></span><span style="font-family:georgia;">Humanidades</span><span style="font-style: italic; font-family:georgia;">,</span><br /><span style="font-style: italic; font-family:georgia;">periódico de la Coordinación de<span class="Apple-converted-space"> </span>Humanidades<span class="Apple-converted-space"> </span>de la UNAM,</span><br /></span><span style="font-style: italic;"><span style="font-size:100%;"><span style="font-family:georgia;">el 5 de febrero de 2003)</span></span><br /><br /></span></span>A finales del año pasado se publicó en el diario <i>Reforma </i>(27 de diciembre de 2002) una historia que merece pasar a formar parte de la amplia enciclopedia de la estupidez humana. O quizá de recibir uno de los prestigiados premios Darwin (www.darwinawards.com/), que se otorgan <span lang="ES-TRAD" style="font-family:Symbol;"><span style="">-</span></span><span lang="ES-TRAD">muchas veces póstumamente</span><span lang="ES-TRAD" style="font-family:Symbol;"><span style="">-</span></span><span lang="ES-TRAD"> a aquellas personas que se distinguen por su capacidad para eliminarse a sí mismos en la lucha por la existencia, contribuyendo así a la selección natural que elimina a los menos aptos.</span><p></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">El caso consiste en lo siguiente: en una discoteca de Monterrey, Nuevo León, llamada <i>Vat Kru</i> (vaya usted a saber el porqué del nombrecito), los conductores del programa televiso de televisión “No te equivoques” organizaron un concurso para encontrar “al regio más chupador” (bueno, el periódico era más educado y decía “al regio que toma más tequila”).</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">El afortunado ganador fue un joven de 19 años, Marco Israel López Vargas, quien demostró sus habilidades –y su escasa inteligencia</span><span lang="ES-TRAD" style="font-family:Symbol;"><span style="">-</span></span><span lang="ES-TRAD"> bebiéndose la escalofriante cantidad de ¡40 tequilas! (Para un abstemio como un servidor, la hazaña parece tan imposible como consumir 40 huevos cocidos uno tras otro y sin tomar agua.)</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Pero como usted imaginará, la historia no terminó ahí. Después de ganar el concurso, el joven llegó –seguramente con más que un poco de ayuda de sus amigos</span><span lang="ES-TRAD" style="font-family:Symbol;"><span style="">-</span></span><span lang="ES-TRAD"> a su casa en la madrugada del domingo y se durmió. A la mañana siguiente, su padre, Martín López Huerta, intentó despertarlo sólo para descubrir que estaba muerto. Ya imaginarán ustedes la angustia del padre, quien pedía (no muy perspicazmente; la inteligencia tiene un componente hereditario) “que se esclarezcan los hechos y me digan de qué murió mi hijo”.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Y precisamente ese es el punto de esta nota: cualquier persona medianamente sensata debería (sí, debería) saber que tomar un exceso de alcohol puede ser mortal. En particular, quienes organicen un concurso de tomar alcohol deberían tener claro cuál es la dosis letal de esta sustancia, y saber al menos aproximadamente cuánto alcohol contiene cada copa, de manera que pudieran establecer un límite de seguridad para evitar precisamente lo que sucedió con el joven Marco. (Para ser justos, habría que señalar que Tony Dalton y Kristoff, los conductores del programa, niegan haber organizado un “concurso”. “Qué es para ti un concurso? Porque nosotros no hacemos concursos, güey, digo, había unas niñas y eso sí, mas, bueno, tampoco es un concurso, y dijimos que la que bailara más sexy le regalábamos la entrada, ya sabes. Pero no fue concurso, básicamente no fue un concurso de que ‘eh, esto es un concurso’, ya sabes”, afirmó con gran lucidez Kristoff. Dios los cría y ellos se juntan, añade este relator.)</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">De hecho, se trata de un caso extremo de falta de cultura científica (en particular, de cultura química, tan despreciada por... bueno, supongo que por todos los que no son químicos). En mi opinión, todo mundo debería saber un principio importante: que cualquier sustancia, en dosis suficientes, puede resultar tóxica. En otras palabras, como lo expresa un certero dicho, “la dosis hace el veneno”.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">¿Qué es un veneno? El diccionario lo define como una sustancia que, introducida o aplicada al cuerpo en poca cantidad, causa la muerte o trastornos graves. Por supuesto el chiste es saber cuánto se considera “poca cantidad” (o como dice otro dicho, “qué tanto es tantito”). Quizá por eso los químicos preferimos hablar de “sustancias tóxicas” y decir que hay grados de toxicidad.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Existen sustancias capaces de matar a un humano de 70 kilos que consuma menos de 700 microgramos de ellas (o sea, menos de un miligramo). Se trata de las biotoxinas, los venenos más potentes que existen. Dos ejemplos son la toxina botulínica, producida por la bacteria <i>Clostridium botulinum</i>, y la ricina, que puede obtenerse de la semilla conocida en inglés como <i>castor bean </i>y cuyo nombre no he logrado averiguar en español.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Existen también sustancias “supertóxicas”, que son mil veces menos tóxicas que las biotoxinas (70 miligramos se requieren para matar a nuestro sujeto de 70 kilos), como los agentes neurotóxicos y la atropina. Luego siguen las sustancias “muy tóxicas” (cianuro, ciertas toxinas producidas por hongos y ¡la vitamina D! Dosis letal para nuestro sujeto: 3 y medio gramos); las “moderadamente tóxicas” (35 gramos resultan mortales; insecticidas organofosforados, barbitúricos) y las “ligeramente tóxicas”, que incluyen a los disolventes comerciales y, sorprendentemente, a la aspirina (aunque tendría usted que consumir hasta 350 gramos de aspirina para suicidarse, si no le perfora antes el estómago... lo cual, desde luego, igual resulta mortal).</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Las sustancias cuya dosis letal es mayor que 350 gramos se consideran inofensivas. Pero, ¿lo son en realidad? Para todo fin práctico sí, pero lo notable es darse cuenta de que <i>toda </i>sustancia tiene una dosis letal: “la dosis hace el veneno”. La vitamina D, por ejemplo, es indispensable para nuestra vida, pero un exceso la convierte en mortal. En el otro extremo, la toxina botulínica, cuyo uso por terroristas sería una catástrofe, se usa en clínicas de belleza, en dosis exquisitamente controladas, para eliminar (por unas semanas o meses) las arrugas de los rostros de mujeres que se niegan a dejar de ser bellas.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">En cuanto al alcohol, que tiene una función depresora sobre el sistema nervioso, la dosis consumida es determinante para sus efectos. Una concentración de 0.05 por ciento de volumen en la sangre produce un efecto de tranquilidad y desinhibición. Pero cuando el nivel llega a 0.1 por ciento se produce falta de coordinación, con 0.3 por ciento, inconsciencia, y con 0. 5 por ciento de alcohol en la sangre, es decir, con sólo una parte en doscientas, se produce la muerte.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Antes de organizar un evento como el que causó la muerte de Marco, creo que los organizadores </span><span lang="ES-TRAD" style="font-family:Symbol;"><span style="">-</span></span><span lang="ES-TRAD">y también el propio Marco, igual que todos nosotros</span><span lang="ES-TRAD" style="font-family:Symbol;"><span style="">-</span></span><span lang="ES-TRAD"> tenían la responsabilidad de saber que podía resultar peligroso, y de obtener la información mínima para saber hasta dónde puede llegar un “chupador” consumiendo tequila. No resulta tan difícil; cualquier médico los podría haber asesorado. Como dijo posteriormente el papá de Marco: “Es letal lo que les están dando a los muchachos, es alcohol, es como una arma”. Lástima que su hijo no lo supo a tiempo.</span><span lang="ES-TRAD" style="font-family:Arial;"> </span><span lang="ES-TRAD">La cultura química sí sirve para algo... sobre todo si no quiere usted pasar a formar parte de los merecedores de los premios Darwin.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Termino con un descarado anuncio: hace unos años escribí, dentro de una colección publicada por la Secretaría del Medio Ambiente y la Sociedad Mexicana para la Divulgación de la Ciencia y la Técnica, un pequeño libro, en forma de relato para jóvenes, que habla de estos temas, titulado precisamente <i><a href="http://mbonfil.googlepages.com/ladosishaceelveneno">La dosis hace el veneno</a></i>. Si desea puede usted adquirirlo en las oficinas de la Sociedad, al teléfono 56-22-73-30.</span></p><p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"><br /></span></p><div class="blogger-post-footer">Derechos reservados, Copyright (R) 1997-2007, Martín Bonfil Olivera. Prohibido su uso comercial sin autorización del autor.</div>Martín Bonfil Oliverahttp://www.blogger.com/profile/05286138874576064756noreply@blogger.com87tag:blogger.com,1999:blog-4883470106411659408.post-81529991072683332612002-12-04T21:04:00.007-06:002010-03-03T00:05:58.235-06:00Luz de la ciencia, luz del arte: seis años del Museo de la Luz<div><span class="Apple-style-span" style="color: rgb(85, 85, 68); font-style: italic; line-height: 18px;font-family:tahoma,'Trebuchet MS',lucida,helvetica,sans-serif;" ><span class="Apple-style-span" style="font-size:small;">Por Martín Bonfil Olivera<br />(Publicado en </span><span><span class="Apple-style-span" style="font-size:small;">Humanidades</span></span><span class="Apple-style-span" style="font-size:small;">,<br />periódico de la Coordinación de Humanidades de la UNAM,<br />el 4 de diciembre de 2002)</span></span></div><div><span class="Apple-style-span" style="color: rgb(85, 85, 68); font-style: italic; line-height: 18px;font-family:tahoma,'Trebuchet MS',lucida,helvetica,sans-serif;font-size:13px;" ><br /></span></div><div>No hay noches oscuras en la gran ciudad. El brillo tecnológico de la civilización compite con el manto estrellado y, al iluminarlo, lo opaca.</div><div><br /></div><div>Aún así, el amanecer es triunfo sobre la oscuridad y muestra detalles que permanecían invisibles en la penumbra, por más iluminada que ésta estuviera con fluorescencias verdosas, brillos rojizos de mercurio o arcoiris de neón.</div><div> </div><div>A la salida del sol, las calles del centro adquieren vida lentamente.<br /><br /></div><div><div><div><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="http://2.bp.blogspot.com/_gwbx2lqsqNE/S43U7KHepoI/AAAAAAAAEJM/b4T1w93zIXk/s1600-h/mululz.JPG"><img style="margin: 0pt 0pt 10px 10px; float: right; cursor: pointer; width: 280px; height: 226px;" src="http://2.bp.blogspot.com/_gwbx2lqsqNE/S43U7KHepoI/AAAAAAAAEJM/b4T1w93zIXk/s400/mululz.JPG" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5444241637353891458" border="0" /></a></div> </div>Primero con el rumor de barrenderos. De policías. De panaderos y voceadores. Luego con la lenta construcción de puestos callejeros. Horas después el bullicio de los vendedores ambulantes y sus marchantes las habrá invadido irremediablemente –en algunas calles cerrando el paso de los automóviles–, llenándolas de colores y plásticos y gritos y regateos y también de pequeños robos; de olores y sabores; de colores y sonidos, de gente y movimiento.</div><div><br /></div><div>En medio de esta vida, este caos que constituye el orden diario del centro de la capital, los nacientes rayos del sol iluminan la torre del Antiguo Templo de san Pedro y san Pablo, que fuera también sede de la Hemeroteca Nacional. El Museo de la Luz surge a un nuevo día.</div><div style="text-align: center;">* * *</div><div><br /></div><div>La ciencia ilumina. Igual que ilumina el arte. Igual que la luz. En ausencia de luz, las cosas no tienen color; no son siquiera visibles. Un niño “ilumina” cuando colorea un dibujo; así también arte y ciencia, razón y belleza, cuando iluminan nuestro mundo, nuestras vidas, les dan color, luz y significado. Sin arte y sin ciencia, que es como decir sin luz, el mundo no es comprensible, no tiene color, no tiene sentido, no tiene siquiera sabor ni textura: es gris e insípido.<br /><br /></div><div><div> </div><div> <div><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="http://2.bp.blogspot.com/_gwbx2lqsqNE/S43WsBviPOI/AAAAAAAAEJU/ghnOOcIf5vM/s1600-h/muluz+dentro.JPG"><img style="margin: 0pt 0pt 10px 10px; float: right; cursor: pointer; width: 236px; height: 158px;" src="http://2.bp.blogspot.com/_gwbx2lqsqNE/S43WsBviPOI/AAAAAAAAEJU/ghnOOcIf5vM/s400/muluz+dentro.JPG" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5444243576431197410" border="0" /></a></div> </div> La ciencia ilustra; muestra, explica. Educa; ilumina. También el arte ilustra: muestra el significado profundo de las experienc<div> </div> ias; muchas veces construye las experiencias mismas, engendrándolas ahí donde antes no las había. Para entender la luz, hay que conocer la total oscuridad. Cualquiera que haya experimentado la forma en que la luz, al ir apuntando luego de la oscuridad total, hace que las cosas vayan apareciendo –vayan de hecho existiendo ahí donde antes, al no ser visibles, no estaban– cuenta con una metáfora adecuada para explicar la experiencia científica, ese momento en que entendemos, en que las cosas adquieren de pronto un sentido que parece imposible no haber percibido antes.<div> </div> </div><div><div> </div><br /><div> </div> Ilustrar, aluzar, iluminar. La historia también ilustra. La época llamada de la ilustración fue, más que nada, una época científica. El espíritu de compartir la visión racional y empírica del mundo llevó a grandes proyectos como la Enciclopedia, y a la consolidación de la ciencia como la concebimos modernamente.</div><div><br /></div><div>Con este mismo sentido, <div> </div>el proyecto del Museo de la Luz de la UNAM, con su carga de historia, de ciencia y de arte, surge en el caos ciudadano: como una suerte de faro, una manera de lanzar una luz que ilumine, ilustre y comparta el placer de la ciencia –el placer del arte– con quienes convivimos en el diario ajetreo de esta capital, quizá la más poblada del mundo.</div><div><br /></div><div style="text-align: center;">* * *</div><div><br /></div><div>La idea de compartir la luz –lo que es la luz, en todos sus aspectos– con el público de la ciudad es novedosa; quizá única. Se trató, desde la concepción misma del proyecto hasta el momento de darlo al mundo, de conjuntar todos los diferentes aspectos del fenómeno luminoso: sus facetas científica, humana, artística, vital, histórica. Una utopía que hoy, seis años después, se mantiene, todavía incompleta pero a la vez exitosa y disfrutable, como un punto de paz en medio de los puestos, las mercancías, el ruido y la gente que puebla el centro citadino.</div><div><br /></div><div>La luz es radiación electromagnética, que es decir vibración de un éter inexistente. Perturbación del campo eléctrico y magnético que viaja a la velocidad, sí, de la luz. </div><div><br /></div><div> La luz viaja en línea recta... menos cuando prismas, espejos, lentes la desvían. O cuando, atrapada en fibra óptica, se comporta como el agua en la manguera y posibilita las modernas telecomunicaciones, la computación óptica y cuántas otras cosas.</div><div><br /></div><div>La luz nos permite ver, gracias a ojos que han evolucionado en millones de años; a moléculas minúsculas que cambian al ser iluminadas, a lentes vivas que enfocan y a cerebros que interpretan señales. Da color y temperamento al mundo, según sean los matices que porte.</div><div><br /></div><div>La luz surge, fluorescente, de sustancias que la generan, o en reacciones termonucleares que ocurren en las estrellas. Se descompone en arcoiris, se refleja, crea infinitos en un par de espejos. Impulsa la vida, desde la intimidad fotosintética de las células hasta el ciclo ecológico global de la biósfera.</div><div><br /></div><div>Crea ilusiones ópticas, se enfoca, merced la labor de los optometristas, correctamente para ver. Nos sorprende con cualidades paradójicas y efectos inesperados –sombras de colores, figuras imposibles, reflejos geométricos de belleza insospechada.<br /><br /></div><div> </div><div>Y nos permite también apreciar la majestad del recinto que alberga el museo, la calidad de su historia y de los murales y vitrales que lo adornan. Su pequeña tienda compite, cándida, con la vendimia de las calles. Su portal ofrece un puñado de sueños de ciencia teñida con arte ante la pobreza que reina en las calles. No es inútil el empeño, pues ante la realidad dura sólo la maravilla de la razón, la esperanza y la belleza salvan. Vale la pena, sí, compartir los sueños del hombre científico y artista, no sólo limitarse a sobrevivir un día más. Vale la pena un museo, vale la pena la luz, vale la pena la ciencia como vale el arte. Ése es quizá el mensaje más oculto en los viejos muros.</div><div><br /></div><div style="text-align: center;">* * *</div><div><br /></div><div><div> <div><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="http://4.bp.blogspot.com/_gwbx2lqsqNE/S432U04ByEI/AAAAAAAAEJc/BBe-9HBVhSc/s1600-h/muluz+dentro+2.JPG"><img style="margin: 0pt 0pt 10px 10px; float: right; cursor: pointer; width: 257px; height: 172px;" src="http://4.bp.blogspot.com/_gwbx2lqsqNE/S432U04ByEI/AAAAAAAAEJc/BBe-9HBVhSc/s400/muluz+dentro+2.JPG" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5444278362212255810" border="0" /></a></div> </div> El atardecer tiñe de rosa el horizonte, la luz va disminuyendo al caer la noche. Un día más ha pasado en el Museo de la Luz. El publico, ávido de maravillas, no se va decepcionado, aunque sí con ganas de más... El divulgador se debate entre el optimismo se maravillarse por lo logrado y el pesimismo de lamentarse por lo que se podría lograr. Es un paso en el camino de compartir, iluminando con el gozo de lo disfrutable que tienen ciencia y arte.</div><div><br /></div><div><div> </div> Y luego la noche cae nuevamente en la esquina de El Carmen y San Ildefonso. El Museo de la Luz duerme y las calles a su alrededor, ahora silenciosas, son un poco menos oscuras que hace seis años. Quizá su torre no sea realmente un faro, un rayo poderoso que barrene la noche, sino sólo una modesta boya que ancla y marca el sitio donde puede encontrarse un poco de ciencia, un poco de arte. De razón y belleza. Con suerte, un poco de luz con qué dar sentido al diario ajetreo de la capital.</div><div><br /></div><div class="blogger-post-footer">Derechos reservados, Copyright (R) 1997-2007, Martín Bonfil Olivera. Prohibido su uso comercial sin autorización del autor.</div>Martín Bonfil Oliverahttp://www.blogger.com/profile/05286138874576064756noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4883470106411659408.post-60820093010234784812002-07-10T13:30:00.001-05:002009-09-07T13:34:54.741-05:00Las reglas para discutir<p class="primerprrafo"><span class="Apple-style-span" style=" color: rgb(85, 85, 68); line-height: 18px; font-family:tahoma;font-size:13px;">Por Martín Bonfil Olivera<br /><span style="font-style: italic; ">(Publicado en </span><span>Humanidades</span><span style="font-style: italic; ">,</span><br /><span style="font-style: italic; ">periódico de la Coordinación de </span><span style="font-style: italic; ">Humanidades </span><span style="font-style: italic; ">de la UNAM,</span><br /><span style="font-style: italic; ">el 10 de julio de 2002)</span></span></p><p class="primerprrafo"><span lang="ES-MX" style="mso-fareast-MS Mincho"; mso-ansi-language:ES-MXfont-family:";">Desde hace tiempo me inscribí a una de esas listas de discusión por correo electrónico que están disponibles en internet. La experiencia ha resultado interesante por la oportunidad de discutir distintos temas con personas de medios distintos al que normalmente me muevo.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-MX" style="mso-fareast-MS Mincho"; mso-ansi-language:ES-MXfont-family:";">Quizá una de las sorpresas más inesperadas ha sido descubrir lo distinta que puede ser la forma de discutir y argumentar de las personas. Tanto así, que a veces la comunicación parece imposible. Por mi parte, mi formación científica me ha condicionado a utilizar una cierta modalidad de discusión y argumentación que me atrevería a llamar “científica”, si no fuera porque es exactamente la misma que utilizan los filósofos, los humanistas y científicos sociales, y básicamente cualquiera que se dedique a la reflexión racional (¿habrá de otra?).<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-MX" style="mso-fareast-MS Mincho"; mso-ansi-language:ES-MXfont-family:";">De cualquier modo, en las discusiones de la famosa lista de correos me he llevado algunas sorpresas. Una fue cuando, luego de opinar (en contra de lo expresado por otro miembro de la lista) que no porque a uno no le guste algo deber tratarse de eliminarlo, pues otras personas sí pueden disfrutar de ello, fui tachado de “intolerante”.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-MX" style="mso-fareast-MS Mincho"; mso-ansi-language:ES-MXfont-family:";">Recordando otras ocasiones en las que he tenido discusiones acaloradas con amigos en las que a veces parece que no hay manera de entendernos, se me ocurrió formular algunas “reglas” elementales para facilitar las discusiones y evitar las peleas. Y al hacerlo, me di cuenta de que los científicos normalmente proceden utilizando algo parecido.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><i><span lang="ES-TRAD" style="mso-fareast-MS Mincho"font-family:";">Regla 1: Comunicar claramente al otro nuestras ideas. </span></i><span lang="ES-TRAD" style="mso-fareast-MS Mincho"font-family:";">Esto podría parecer obvio, si no fuera por la cantidad de ocasiones en que uno entiende precisamente lo contrario a lo que nuestro interlocutor intentaba comunicar. Lo mejor es expresar nuestro mensaje de la manera menos ambigua posible, asegurándonos de que el otro nos entienda. A veces incluso conviene definir los términos.<o:p></o:p></span></p> <p class="leyendasubttulo" style="line-height:18.0pt"><span lang="ES-TRAD" style="mso-fareast-MS Mincho"font-family:";">Los científicos tratan de evitar este problema utilizando un lenguaje especializado en el que las palabras resultan lo menos ambiguas posible (en términos técnicos, tratan de eliminar la <i>polisemia</i>). El uso que hacen de abreviaturas, esquemas, diagramas y cifras precisas ayuda también a evitar los malentendidos.</span><span lang="ES-MX" style="mso-fareast-MS Mincho";mso-ansi-language:ES-MXfont-family:";"><o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><i><span lang="ES-TRAD" style="mso-fareast-MS Mincho"font-family:";">Regla 2: Tratar de entender lo que el otro comunica. </span></i><span lang="ES-TRAD" style="mso-fareast-MS Mincho"font-family:";">Como complemento a la regla 1, esto significa que no basta con que alguien trate de comunicarse claramente; también se necesita de un interlocutor dispuesto a hacer el esfuerzo de entender el mensaje. Desde simplemente prestar atención hasta preguntar cuando no se entienda algo, el papel activo del escucha resulta vital cuando se trata de comunicarse productivamente.<o:p></o:p></span></p> <p class="leyendasubttulo" style="line-height:18.0pt"><span lang="ES-TRAD" style="mso-fareast-MS Mincho"font-family:";">Quien haya asistido a un seminario científico o a una buena clase de ciencia sabrá a lo que me refiero: cuando un científico no entiende algo, simplemente levanta la mano y pregunta. Como la claridad resulta esencial para una discusión, esta actitud ayuda a evitar muchos problemas.</span><span lang="ES-MX" style="mso-fareast-MS Mincho"; mso-ansi-language:ES-MXfont-family:";"><o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><i><span lang="ES-TRAD" style="mso-fareast-MS Mincho"font-family:";">Regla 3: Apoyar nuestras tesis con argumentos. </span></i><span lang="ES-TRAD" style="mso-fareast-MS Mincho"font-family:";">Todo periodista distingue claramente entre una simple opinión y un argumento basado en pruebas. Cuando dos personas tienen puntos de vista distintos, lo que se esperaría en una discusión racional es que cada un explique por qué piensa lo que piensa y en qué se basa para proponer lo que propone.<o:p></o:p></span></p> <p class="leyendasubttulo" style="line-height:18.0pt"><i><span lang="ES-TRAD" style="mso-fareast-MS Mincho"font-family:";">Regla 4: Discutir abierta y respetuosamente los argumentos. </span></i><span lang="ES-TRAD" style="mso-fareast-MS Mincho"font-family:";">Como contraparte a la regla 3, la discusión de las ideas y la evidencia en la que se apoyan permite llegar a un entendimiento, o al abandono de los argumentos que no resultan convincentes. La discusión de los argumentos y el abandono de los incorrectos o menos convincentes, es de hecho un proceso darwiniano de selección muy similar al que permite la evolución de los seres vivos. Sólo que aquí lo que se selecciona son las ideas.</span><span lang="ES-MX" style="mso-fareast-MS Mincho";mso-ansi-language:ES-MXfont-family:";"><o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD" style="mso-fareast-MS Mincho"font-family:";">Para los científicos, las reglas 3 y 4 son esenciales: el pan de cada día. En todos los niveles de discusión científica, desde las que se dan con los compañeros de laboratorio hasta el arbitraje de los artículos enviados a una revista internacional, pasando por los seminarios y congresos en los que los investigadores presentan sus resultados preliminares ante sus colegas para obtener retroalimentación y crítica, los científicos (como los filósofos) siempre discuten y discuten, tratando de convencerse mutuamente y de hallar los errores o lagunas en la argumentación del otro. Es así como la ciencia avanza, tal como lo expresara el filósofo Karl Popper en el título de su libro <i>Conjeturas y refutaciones</i>.</span><span lang="ES-MX" style="mso-fareast-MS Mincho"; mso-ansi-language:ES-MXfont-family:";"><o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><i><span lang="ES-MX" style="mso-fareast-MS Mincho"; mso-ansi-language:ES-MXfont-family:";">Regla 5: Estar dispuestos a cambiar nuestras ideas. </span></i><span lang="ES-MX" style="mso-fareast-MS Mincho";mso-ansi-language:ES-MXfont-family:";">Una discusión no tiene sentido si los interlocutores están de antemano decididos a <i>no</i> cambiar su manera de pensar. Desde un principio debe aceptarse que tal vez uno sea convencido (convertido) por los argumentos del otro.<o:p></o:p></span></p> <p class="leyendasubttulo" style="line-height:18.0pt"><span lang="ES-MX" style="mso-fareast-MS Mincho";mso-ansi-language:ES-MXfont-family:";">En ciencia está claro que éste es el mecanismo que permite el avance del conocimiento. Al igual que sucedería con una especie de organismos que se reprodujeran siempre perfectamente, sin errores ni mutaciones, las discusiones dogmáticas impiden la evolución del pensamiento.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><i><span lang="ES-MX" style="mso-fareast-MS Mincho"; mso-ansi-language:ES-MXfont-family:";">Regla 6: En caso de no poder ponerse de acuerdo, estar dispuestos a discrepar. </span></i><span lang="ES-MX" style="mso-fareast-MS Mincho";mso-ansi-language:ES-MXfont-family:";">Esto es lo que se conoce en inglés como <i>agree to disagree</i>: la disposición a respetar, en caso de desacuerdo, el derecho del otro a no compartir nuestra opinión. Otro nombre que recibe esta actitud de el de <i>tolerancia</i>.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-MX" style="mso-fareast-MS Mincho"; mso-ansi-language:ES-MXfont-family:";">En ciencia se trata siempre de mantener la cohesión de una comunidad científica, pero de vez en cuando se dan desacuerdos que no pueden reducirse, y entonces la comunidad se divide en dos bandos, cada uno defendiendo –y argumentando– su propio punto de vista. Normalmente, tarde o temprano, uno de los bandos gana, por contar con mejores pruebas y argumentos. Pero mientras esto sucede, hay que respetar la posición contraria, aunque a uno le parezca equivocada.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-MX" style="mso-fareast-MS Mincho"; mso-ansi-language:ES-MXfont-family:";">Finalmente, </span><span lang="ES-TRAD" style="mso-fareast-MS Mincho"font-family:";">en caso extremo, tenemos la <i>Regla 7: Si el punto en el que no se puede congeniar es vital, uno puede decidir cortar la comunicación</i>. Esto puede resultar doloroso, pero es necesario cuando los dos interlocutores –que a partir de ahora dejarán de serlo– viven, diríamos, en “mundos diferentes”. Los políticos sufren este tipo de rupturas con cierta frecuencia. También los amantes. De cualquier modo, es importante saber que la sana distancia es mejor que la guerra.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD" style="mso-fareast-MS Mincho"font-family:";">En el caso de los científicos, el mejor ejemplo de esta imposibilidad de comunicación se da cuando se enfrenta a charlatanes y seudocientíficos como los creyentes en el “fenómeno ovni” (el peor ejemplo es Jaime Mausán), astrólogos, adivinos y vendedores de máquinas de movimiento perpetuo. Resulta imposible comunicarse con ellos porque su cosmovisión es totalmente distinta –e incompatible– con la de la ciencia. Al grado de que muchas veces resulta irracional. Y sin embargo, no puede negarse el derecho que tienen las personas a creer en este tipo de cosas.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD" style="mso-fareast-MS Mincho"font-family:";">Bien, ahí está. Espero que a algún lector le pueda resultar interesante este intento de evitar pleitos. En caso de que no esté usted de acuerdo, puede estar seguro de que estoy dispuesto a discutir con gusto.</span><span lang="ES-MX" style="mso-fareast-MS Mincho";mso-ansi-language:ES-MXfont-family:";"><o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal"><br /></p><div class="blogger-post-footer">Derechos reservados, Copyright (R) 1997-2007, Martín Bonfil Olivera. Prohibido su uso comercial sin autorización del autor.</div>Martín Bonfil Oliverahttp://www.blogger.com/profile/05286138874576064756noreply@blogger.com8tag:blogger.com,1999:blog-4883470106411659408.post-88737594618840065482001-12-05T16:52:00.007-06:002011-04-04T18:09:25.218-05:00Lo que usted siempre quiso saber sobre divulgación científica*<div style="text-align: left;"><i><span class="Apple-style-span" style="color: #555544; font-family: tahoma, 'Trebuchet MS', lucida, helvetica, sans-serif; font-size: 13px; font-style: normal; line-height: 18px;">Por Martín Bonfil Olivera<br />
<span style="font-style: italic;">(Publicado en </span>Humanidades<span style="font-style: italic;">,</span><br />
<span style="font-style: italic;">periódico de la Coordinación de </span><span style="font-style: italic;">Humanidades </span><span style="font-style: italic;">de la UNAM,</span><br />
<span style="font-style: italic;">el 5 de diciembre de 2001)</span></span></i></div><div style="text-align: right;"><i><br />
</i><br />
<i><br />
</i><br />
<i>*pero no le pareció que valiera la pena preguntar</i></div><br />
La divulgación científica se ha venido realizando desde hace ya algunos siglos. Algunos señalan a Galileo o a Fontanelle como los primeros divulgadores científicos. En México destacan, durante la colonia, Alzate y Bartolache como precursores del arte de llevar el saber científico al público general.<br />
En nuestros días, la labor de pioneros como <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Luis_Estrada_Mart%C3%ADnez">Luis Estrada</a> y el proyecto que se aglutina alrededor del Programa Experimental de Comunicación de la Ciencia de la UNAM (posteriormente Centro Universitario de Comunicación de la Ciencia y hoy <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Direcci%C3%B3n_General_de_Divulgaci%C3%B3n_de_la_Ciencia">Dirección General de Divulgación de la Ciencia</a>) ha llegado a producir frutos importantes, entre los que se cuentan revistas como <i>Naturaleza</i> y <i><a href="http://www.comoves.unam.mx/">¿Cómo ves?</a></i>, museos como <i><a href="http://www.universum.unam.mx/">Universum</a></i> y el <a href="http://www.luz.unam.mx/">de la Luz</a>, e infinidad de exposiciones, conferencias, actividades, libros y folletos (amén de la formación de un buen número de divulgadores profesionales).<br />
<br />
Y sin embargo, entre el grueso de la comunidad científica sigue privando un gran desconocimiento acerca de la naturaleza, e importancia de la divulgación científica como disciplina profesional.<br />
<br />
Mucho camino se ha recorrido, hay que reconocerlo, desde los tiempos en que era necesario enfrentar la desconfianza y a veces la abierta hostilidad de los investigadores científicos cuando se enfrentaban a un periodista o divulgador científico. Tales actitudes estaban, hasta cierto punto, justificadas por la improvisación y falta de profesionalismo de los comunicadores, que muchas veces tergiversaban –no intencionalmente, desde luego, sino por falta de preparación– la información proporcionada por el investigador.<br />
<br />
Hoy lo común es que, cuando uno busca acercarse a un especialista, encuentre a una persona amable y dispuesta a colaborar, pues a lo largo de los años el trabajo de los comunicadores de la ciencia ha logrado ganar la confianza de la comunidad de investigadores. En general, parece que éstos han adquirido conciencia de que no basta con hacer buena investigación, sino que hay que fomentar la apreciación de la ciencia y la cultura científica entre la población.<br />
<br />
Pero, ¿quién lo debe hacer? Desde hace tiempo se reconoce que hace falta profesionalizar la formación de divulgadores. Para ello se han hecho varios esfuerzos, entre los que quiero destacar la creación del <a href="http://www.cientec.or.cr/mhonarc/redpop/doc/msg00488.shtml">Diplomado en Divulgación de la Ciencia</a>, de la DGDC, que actualmente está por empezar su octavo ciclo. Se tienen planes de crear también una Maestría en Divulgación de la Ciencia.<br />
<br />
Y es precisamente ahora que han vuelto a poner de manifiesto algunos de los prejuicios (en el sentido de juicios previos, hechos antes de contar con la información necesaria, no de discriminación) que tienen los investigadores científicos en relación con la divulgación de la ciencia.<br />
<br />
Hay investigadores que están naturalmente dotados no sólo para hacer su labor, sino también para divulgar. Escriben excelentes artículos y libros, o dan conferencias y participan programas de radio y TV. Sin embargo, son una minoría. Existen muchos otros científicos que no cuentan con las habilidades para comunicar sus conocimientos al público en forma comprensible y atractiva.<br />
<br />
Y estrictamente hablando, no tendrían por qué.<br />
<br />
La ciencia ha desarrollado un lenguaje superespecializado como una más de las herramientas que le permiten funcionar eficientemente, y el abismo que se ha creado entre quienes son capaces, digamos, de leer un artículo publicado en una revista de investigación científica y el público que puede leer un periódico es inmenso. Porque básicamente cualquier ciudadano cuenta con la información previa –el contexto– que le permite comprender una nota periodística (qué es México, quién es Fox, qué significan siglas como PRI, EUA, DF...). En cambio, sólo los especialistas saben qué es un condensado de Bose-Einstein, o qué significan las iniciales fMRI.<br />
<br />
Para poner la información científica al alcance del no especialista, se necesta una labor de <i><a href="http://nodivulgaras.blogspot.com/2006/09/divulgacin-y-recreacin.html">recreación</a></i> (algunos dicen “traducción”, que bien entendida tiene que ser necesariamente una recreación). Los recursos con que cuenta el divulgador –explicaciones, comparaciones, metáforas, símiles, acompañados desde luego del buen manejo de los diversos medios de comunicación, en especial el escrito– permiten dar el contexto faltante, de modo que el conocimiento científico pueda tener sentido para el público.<br />
<br />
Los investigadores científicos son formados para realizar otro tipo de labor: la investigación. No reciben durante sus estudios herramientas para divulgar sus conocimientos. Si a esto agregamos que en los sistemas de evaluación y estímulos no se les reconocen las labores de divulgación que lleven a cabo –aunque esta última situación parece estar comenzando a cambiar–, es perfectamente entendible que sólo unos cuantos investigadores especialmente dotados e interesados realicen regularmente estas tareas.<br />
<br />
La conclusión que en general se ha considerado razonable es que se deben formar divulgadores profesionales, cuya ocupación específica sea precisamente esa labor de ser un puente entre el mundo de la investigación científica y el los ciudadanos comunes que, sin ser especialistas, tienen necesidades informativas y culturales en relación con la ciencia.<br />
<br />
Sin embargo, recientemente he oído opiniones –de primera y segunda mano– de investigadores que, a pesar de reconocer la importancia de la divulgación científica, a la hora de la hora revelan que les parece una labor secundaria, de escaso interés y –lo más preocupante–, definitvamente un problema trivial: algo que cualquier científico puede hacer fácilmente. Sobre las rodillas, digamos. (Una notoria excepción son los pocos investigadores destacados que defienden a capa y espada la importancia de la divulgación profesional: entre ellos <a href="http://books.google.com/books?id=ZKnKXuxhNMAC&printsec=frontcover&source=gbs_ge_summary_r&cad=0#v=onepage&q&f=false">Marcelino Cereijido</a>, del CINVESTAV-IPN, por ejemplo, quien ha afirmado que si tuviera que elegir entre la supervivencia de investigadores y divulgadores, escogería lo segundo.)<br />
<br />
De modo que, por lo que puedo ver, sigue habiendo necesidad de convencer a muchos investigadores de que hacer divulgación no sólo es un bonito juego que a algunos nos gusta hacer en nuestros ratos libres. Constituye una necesidad nacional que puede beneficiar notoriamente al sistema científico, y es una labor que sólo puede llevarse a cabo al nivel profesional que se necesita si se cuenta con profesionales preparados específicamente, a los que se les pague por realizarla. Hacia allá se encaminan los esfuerzos de divulgadores en todo el país.<br />
<div><br />
</div><div><br />
</div><div class="blogger-post-footer">Derechos reservados, Copyright (R) 1997-2007, Martín Bonfil Olivera. Prohibido su uso comercial sin autorización del autor.</div>Martín Bonfil Oliverahttp://www.blogger.com/profile/05286138874576064756noreply@blogger.com5tag:blogger.com,1999:blog-4883470106411659408.post-58729853501827730642001-11-21T10:38:00.001-06:002009-07-08T10:46:13.979-05:00Mente y belleza<div style="text-align: right;"><div style="text-align: left;"><span class="Apple-style-span" style="border-collapse: separate; color: rgb(0, 0, 0); font-family: 'Times New Roman'; font-size: 16px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: normal; letter-spacing: normal; line-height: normal; orphans: 2; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; widows: 2; word-spacing: 0px;"><span class="Apple-style-span" style="color: rgb(85, 85, 68); font-family: tahoma; font-size: 13px; line-height: 18px; text-align: left;">Por Martín Bonfil Olivera</span></span><br /><span class="Apple-style-span" style="border-collapse: separate; color: rgb(0, 0, 0); font-family: 'Times New Roman'; font-size: 16px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: normal; letter-spacing: normal; line-height: normal; orphans: 2; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; widows: 2; word-spacing: 0px;"><span class="Apple-style-span" style="color: rgb(85, 85, 68); font-family: tahoma; font-size: 13px; line-height: 18px; text-align: left;"><span style="font-style: italic;">(Publicado en<span class="Apple-converted-space"> </span></span><span>Humanidades</span><span style="font-style: italic;">,</span></span></span><br /><span class="Apple-style-span" style="border-collapse: separate; color: rgb(0, 0, 0); font-family: 'Times New Roman'; font-size: 16px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: normal; letter-spacing: normal; line-height: normal; orphans: 2; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; widows: 2; word-spacing: 0px;"><span class="Apple-style-span" style="color: rgb(85, 85, 68); font-family: tahoma; font-size: 13px; line-height: 18px; text-align: left;"><span style="font-style: italic;">periódico de la Coordinación de<span class="Apple-converted-space"> </span></span><span style="font-style: italic;">Humanidades<span class="Apple-converted-space"> </span></span><span style="font-style: italic;">de la UNAM,</span></span></span><br /><span class="Apple-style-span" style="border-collapse: separate; color: rgb(0, 0, 0); font-family: 'Times New Roman'; font-size: 16px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: normal; letter-spacing: normal; line-height: normal; orphans: 2; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; widows: 2; word-spacing: 0px;"><span class="Apple-style-span" style="color: rgb(85, 85, 68); font-family: tahoma; font-size: 13px; line-height: 18px; text-align: left;"><span style="font-style: italic;">el 5 de mayo de 2004)</span></span></span><br /><span class="Apple-style-span" style="border-collapse: separate; color: rgb(0, 0, 0); font-family: 'Times New Roman'; font-size: 16px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: normal; letter-spacing: normal; line-height: normal; orphans: 2; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; widows: 2; word-spacing: 0px;"><span class="Apple-style-span" style="color: rgb(85, 85, 68); font-family: tahoma; font-size: 13px; line-height: 18px; text-align: left;"><span style="font-style: italic;"></span></span></span></div><span style="font-style: italic;">Para Enrique, por tantas explicaciones.</span><br /></div><br />El estudio del comportamiento humano es quizá una de las áreas más controvertidas en las ciencias biológicas. El debate entre lo que es producto de la cultura y lo que tiene una base biológica o genética ha durado cientos de años, y sigue siendo tema de debate e investigación. El comportamiento sexual del ser humano ha sido uno de los temas más favorecidos por este tipo de investigaciones.<p></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Hace unos años, por ejemplo, varios investigadores, entre los que se encontraban Dean Hammer y Simon LeVay, investigaron acerca de las causas biológicas de la homosexualidad, el primero encontrando genes relacionados con este comportamiento, y el segundo estudiando las diferencias en ciertas estructuras de los cerebros de hombres homo y heterosexuales. Estos resultados parecían apoyar la idea de que las preferencias sexuales son algo determinado biológicamente, y no tanto un rasgo cultural aprendido (o incluso elegido por decisión personal). Desde luego, las protestas de quienes consideraban que este enfoque era reduccionista y absurdo no se hicieron esperar.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Pero la tecnología avanza, y los métodos para estudiar el funcionamiento cerebral permiten hoy hacer experimentos en humanos que antes hubieran sido inconcebibles (no por peligrosos o poco éticos, sino literalmente porque a nadie se le hubiera ocurrido que pudieran llevarse a cabo –excepto quizá a los escritores de ciencia ficción).</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Recientemente, un reporte difundido por la agencia Reuters indica que investigadores de la universidad de Harvard han estudiado la respuesta cerebral de hombres heterosexuales ante las caras de individuos de uno y otro sexo considerados atractivos. Los resultados son por demás interesantes, y abren vías para numerosas investigaciones posteriores, así como para la especulación e incluso las visiones fantacientíficas.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Para el estudio, publicado en la revista <i>Neuron</i>, los científicos utilizaron una de las nuevas técnicas para obtener imágenes del interior del cuerpo vivo, todas ellas basadas en el fenómeno de resonancia magnética nuclear (RMN), descubierto en 1946. Las técnicas de RMN aprovechan la propiedad que tienen ciertos átomos –en particular el de hidrógeno– de absorber radiación electromagnética –ondas de radio– y emitirlas de nuevo con cambos en su fase o su frecuencia. Como las moléculas que forman la materia viva contienen abundante hidrógeno, y como la absorción y emisión de radiación varía según el tipo de tejido, es posible, utilizando computadoras, formar imágenes nítidas del interior del cuerpo vivo. Inicialmente estas imágenes estaban limitadas a una especie de “rebanadas” bidimensionales, pero posteriormente se ha avanzado hasta obtener imágenes volumétricas e incluso “videos” en los que puede apreciarse el movimiento o el flujo de sangre que ocurre en el interior de un cuerpo –o un cerebro– vivos. </span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">En particular, la técnica particular utilizada en el estudio al que me refiero se denomina MRI, o visualización por resonancia magnética (<i>magnetic resonance imaging</i>). El experimento consistió en 3 fases: en la primera, varios varones heterosexuales jóvenes observaron en una pantalla fotos de rostros de hombres y mujeres, y las clasificaron en “atractivas” o “normales”. Las caras ya habían sido clasificadas previamente mediante un estudio de opinión. Se encontró que las opiniones de los sujetos del experimento coincidían con la clasificación previa: tanto caras femeninas como masculinas podían ser reconocidas como atractivas o “promedio” por los sujetos.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">En la segunda fase, utilizando otro grupo de varones con las mismas características, los sujetos podían controlar mediante un botón el tiempo durante el que el rostro aparecía en la pantalla: se notó que tendían a ver por más rato los rostros femeninos atractivos, mientras que hacían desaparecer rápidamente todos los demás.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Finalmente, en la tercera etapa –la más interesante–, un tercer grupo de jóvenes observó las fotos mientras que los científicos observaban el interior de sus cerebros utilizando MRI. En particular, se estudiaron ciertos centros cerebrales (conocidos como “centros del placer”, entre ellos el llamado <i>nucleus accumbens</i>) cuya actividad ha sido relacionada con objetos placenteros (o como dicen los especialistas, “gratificantes”), por ejemplo, con la comida, las drogas o el dinero.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">El resultado fue claro: sólo las fotos de mujeres atractivas activaban los “centros del placer”; las fotos de hombres, aun si eran considerados atractivos, no producían la activación de estas zonas cerebrales, e incluso produjeron “lo que puede considerarse como una respuesta de aversión”, en palabras de Hans Breiter, autor principal del estudio.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">La finalidad del estudio era separar la apreciación estética de rostros bellos de la atracción hacia ellos (cuestión que ha sido debatida, según comentan los propios autores, desde hace largo tiempo en el campo de la estética –Kant se preguntaba si la percepción de la belleza podía separarse del deseo). El tema es apasionante, y tiene ramificaciones que abarcan de lo biológico (las bases evolutivas de la apreciación de la belleza) hasta lo social (la posible discriminación laboral hacia personas “promedio” para favorecer a la gente guapa).</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Sin embargo, la metodología y las características del los sujetos resultan muy sugerentes más allá el campo de las bases neurológicas del juicio estético.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Por un lado, y regresando al tema con que inicia este texto, el experimento obvio que uno pensaría es realizar la misma prueba con individuos homo y bisexuales (así como mujeres con diversas orientaciones sexuales). Aunque el sentido común predice que los “centros de placer” de los cerebros de homosexuales sólo reaccionarían ante rostros atractivos del mismo sexo, y los de bisexuales ante los de cualquier sexo, sería muy interesante comprobar si en efecto sucede así. (Las elaboraciones sofisticadas como una “máquina para detectar homosexuales” me parecen demasiado fantasiosas –por inútiles–, pero sería interesante encontrar también si las reacciones cerebrales coinciden siempre con lo que se afirma a nivel consciente, por ejemplo en personas que no aceptan la atracción que sienten por su mismo sexo.)</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Sin embargo, hay que tener cuidado. El boletín de Reuters cita a Nancy Etcoff, una de las coautoras del estudio, comentando que los resultados sugieren que “la percepción humana de la belleza puede ser innata”. Me parece que la afirmación es muy arriesgada: no hay que confundir el encontrar una estructura cerebral que se correlaciona con un fenómeno mental, con el erróneo concepto de que dicha estructura <i>es</i> el fenómeno. El hallar que un gen o una estructura cerebral sean indispensables y participan en un fenómeno de la conciencia no quiere decir que dicho fenómeno no sea mental, sino físico: por el contrario, sería absurdo pensar que pudiera haber fenómenos mentales que <i>no</i> tuvieran un sustrato en el cerebro.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Al final, lo que quizá este tipo de experimentos logren es enfrentarnos a la visión dualista que todavía muchas veces tenemos cuando nos enfrentamos al estudio de lo mental.</span></p><div class="blogger-post-footer">Derechos reservados, Copyright (R) 1997-2007, Martín Bonfil Olivera. Prohibido su uso comercial sin autorización del autor.</div>Martín Bonfil Oliverahttp://www.blogger.com/profile/05286138874576064756noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4883470106411659408.post-8887954554739109032001-11-07T10:34:00.002-06:002009-07-08T10:37:48.923-05:00Los premios Nobel 2001<span class="Apple-style-span" style="border-collapse: separate; color: rgb(0, 0, 0); font-family: 'Times New Roman'; font-size: 16px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: normal; letter-spacing: normal; line-height: normal; orphans: 2; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; widows: 2; word-spacing: 0px;"><span class="Apple-style-span" style="color: rgb(85, 85, 68); font-family: tahoma; font-size: 13px; line-height: 18px; text-align: left;">Por Martín Bonfil Olivera<br /><span style="font-style: italic;">(Publicado en<span class="Apple-converted-space"> </span></span><span>Humanidades</span><span style="font-style: italic;">,</span><br /><span style="font-style: italic;">periódico de la Coordinación de<span class="Apple-converted-space"> </span></span><span style="font-style: italic;">Humanidades<span class="Apple-converted-space"> </span></span><span style="font-style: italic;">de la UNAM,</span><br /><span style="font-style: italic;">el 7 de noviembre de 2001)<br /><br /></span></span></span>Cada año, en el mes de octubre, se anuncian los ganadores de los premios Nobel, esa especie de óscares del mundo de la ciencia, la literatura y la economía. En esta ocasión los premios científicos (fisiología o medicina, física y química) recayeron en tres tríos de investigadores, principalmente estadounidenses, cuyos logros abarcan interesantes campos de frontera. <p></p> <p class="MsoNormal"><span style="">William Knowles, Ryoji Noyori y Barry Sharpless (japonés el segundo y estadounidenses los otros dos) fueron elegidos para recibir el premio Nobel de química, “por su trabajo en reacciones de hidrogenación y oxidación catalizadas quiralmente”. Por su parte, Eric Cornell, Wolfgang Ketterle y Carl Weiman (el segundo alemán naturalizado estadounidense, y los otros estadounidenses por nacimiento) recibirán el premio de física “por obtener condensación de Bose-Einstein en gases diluidos de átomos alcalinos, y por los primeros estudios fundamentales de las propiedades de los condensados”. Finalmente, Leland Hartwell, Timothy Hunt y Paul Nurse (estadounidense el primero e ingleses los otros) ganaron el premio de fisiología o medicina por ser descubridores de “reguladores clave del ciclo celular”.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Como siempre, hace falta algunas explicaciones para entender precisamente el significado de estos logros.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Vemos primero el premio de química: destacan dos palabras: “catálisis” y “quiralmente”. La primera no es tan desconocida: la catálisis es un fenómeno químico que consiste en que una reacción química es acelerada (o, en ocasiones, retardada) por la participación de una sustancia (el catalizador) que no es consumida en la reacción: el catalizador modifica la velocidad de la reacción. Las enzimas, proteínas que controlan las reacciones químicas que ocurren dentro de las células vivas, son quizá los catalizadores mejor conocidos.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Respecto a la segunda palabra, la quiralidad es una propiedad de las moléculas que pueden existir en dos formas, una “izquierda” y otra “derecha”. En la química de todos los días, especialmente la inorgánica, no es frecuente encontrar este tipo de sustancias, pero en la química orgánica, y especialmente en la bioquímica, son de lo más común. Los aminoácidos que forman nuestras proteínas, o los azúcares que pueden utilizar nuestras células, por ejemplo, sólo son útiles en una de sus dos formas posibles. Los fármacos normalmente también sólo tienen efecto en una de sus dos presentaciones, y la opuesta puede incluso resultar dañina. El problema es que para los químicos resulta extremadamente difícil fabricar sólo una de las dos formas: normalmente se obtiene una mezcla en partes iguales.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">El trabajo premiado con el Nobel de química consiste en la obtención de catalizadores que permiten llevar a cabo reacciones en las que se produce sólo una de las dos formas de una molécula en particular. Esto se logra gracias a que dichos catalizadores son en sí mismos quirales (es decir, son “izquierdos” o “derechos”). Los catalizadores desarrollados por Knowles y Noyori permiten realizar reacciones de hidrogenación (también conocidas como de reducción), mientras que los que obtuvo Sharpless catalizan reacciones de oxidación. De este modo, será posible obtener con gran eficiencia y pureza compuestos que seguramente resultarán vitales para la industria farmacéutica: actualmente ya se ha obtenido mediante estos métodos la L-dopa, útil en el tratamiento del mal de Parkinson.</span></p> <p class="leyendasubttulo" style="line-height: 18pt;"><span lang="ES-TRAD">El premio Nobel de física, por su parte, es resultado de los trabajos de un físico hindú de apellido Bose, quien escribió a Einstein en 1924 para comunicarle algunos cálculos que había realizado sobre las propiedades de los fotones. Einstein extendió los cálculos de Bose para aplicarlos a átomos, y predijo que si ciertos tipos de átomos se enfriaran podrían sufrir una especie de cambio de estado en el que pasarían a ocupar todos un mismo nivel de energía. Comparando esta transición a lo que ocurre cuando un gas se condensa para formar un líquido, se le llamó “condensación de Bose-Einstein”. Cornell y Weiman lograron en 1995 confirmar este predicción y obtener un condensado Bose-Einstein al enfriar unos dos mil átomos de rubidio a dos milmillonésimas de grado por encima del cero absoluto (un logro tecnológico verdaderamente notable). Ketterle, por parte, realizó experimentos similares, pero usando átomos de sodio, y además en mayor número, lo que permitió estudiarlos más detenidamente.</span></p> <p class="leyendasubttulo" style="line-height: 18pt;"><span lang="ES-TRAD">Los átomos que forman un condensado Bose-Einstein se comportan de manera particular, pues además de estar en un mismo nivel de energía, en cierto modo se superponen unos con otros. Los físicos afirman que su comportamiento es similar a los de los fotones en un rayo láser (en el que la vibración de los fotones está perfectamente sincronizada, a diferencia de lo que sucede con los desordenados fotones de la luz común). Gracias a esto, los condensados Bose-Einstein han sido ya utilizados para estudiar las propiedades de la luz, lográndose disminuir su velocidad e incluso detenerla. Se espera que estos desarrollos tengan aplicación en los campos de la nanotecnología (tecnología a escala microscópica).</span></p> <p class="leyendasubttulo" style="line-height: 18pt;"><span lang="ES-TRAD">Finalmente, el premio de fisiología o medicina se otorga a estudios que revelan el mecanismo que controla uno de los fenómenos más centrales de la vida: el ciclo celular. Las células son la unidad fundamental de los seres vivos, y por tanto nacen, crecen, se reproducen y... bueno, como las células se reproducen dividiéndose para formar dos células nuevas, estrictamente no mueren. Y precisamente el ciclo celular consiste en la secuencia en que una célula nueva crece, luego comienza a duplicar su material genético (ADN) en preparación para la división, luego continúa creciendo mientras confirma que todo esté en orden y finalmente, se divide. Cada nueva célula lleva consigo una de las copias del ADN completo.</span></p> <p class="leyendasubttulo" style="line-height: 18pt;"><span lang="ES-TRAD">Los trabajos de Hartwell en los sesenta permitieron estudiar el ciclo celular, identificando los genes que lo controlan, en particular el gen que da inicio al proceso. Hartwell también descubrió que las células revisan que la duplicación del ADN haya sido realizada sin errores antes de proceder a la siguiente fase del ciclo celular.</span></p> <p class="leyendasubttulo" style="line-height: 18pt;"><span lang="ES-TRAD">Hunt, por su parte, descubrió que las proteínas llamadas ciclinas, que se forman y se destruyen secuencialmente a lo largo del ciclo celular, son las encargadas de controlar sus distintas fases. Y Nurse descubrió posteriormente que ciertas enzimas, activadas por las ciclinas, modifican<span style=""> </span>a otras proteínas para a su vez activarlas o desactivarlas. </span></p> <p class="leyendasubttulo" style="line-height: 18pt;"><span lang="ES-TRAD">De este modo, los trabajos de estos investigadores han permitido desentrañar gran parte del mecanismo general por el que los genes, fabricando proteínas que a su vez controlan la actividad de otras proteínas y genes, regulan el crecimiento ordenado de las células. Sus descubrimientos han tenido gran importancia para el estudio del cáncer, que consiste fundamentalmente en un crecimiento desordenado y dañino de células.</span></p> <p class="leyendasubttulo" style="line-height: 18pt;"><span lang="ES-TRAD">Como se ve, los tres premios abren nuevas áreas de desarrollo para sus respectivas ciencias. Muy apropiado para un premio que este año cumple un siglo de distinguir lo más destacado en el campo de la ciencia.</span></p><div class="blogger-post-footer">Derechos reservados, Copyright (R) 1997-2007, Martín Bonfil Olivera. Prohibido su uso comercial sin autorización del autor.</div>Martín Bonfil Oliverahttp://www.blogger.com/profile/05286138874576064756noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-4883470106411659408.post-72831715930790854302001-10-17T10:24:00.002-06:002009-07-08T10:30:12.300-05:00Genes y lenguaje<span class="Apple-style-span" style="border-collapse: separate; color: rgb(0, 0, 0); font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: normal; letter-spacing: normal; line-height: normal; orphans: 2; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; widows: 2; word-spacing: 0px;font-family:'Times New Roman';font-size:16;" ><span class="Apple-style-span" style="color: rgb(85, 85, 68); line-height: 18px; text-align: left;font-family:tahoma;font-size:13;" >Por Martín Bonfil Olivera<br /><span style="font-style: italic;">(Publicado en<span class="Apple-converted-space"> </span></span><span>Humanidades</span><span style="font-style: italic;">,</span><br /><span style="font-style: italic;">periódico de la Coordinación de<span class="Apple-converted-space"> </span></span><span style="font-style: italic;">Humanidades<span class="Apple-converted-space"> </span></span><span style="font-style: italic;">de la UNAM,</span><br /><span style="font-style: italic;">el 17 de octubre de 2001)<br /><br /></span></span></span>Hace unos días se dio a conocer, en la revista <i>Nature</i>,<i> </i>una noticia científica de gran interés: el descubrimiento del primer gen directa e indiscutiblemente relacionado con el lenguaje.<p></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Claro que la novedad fue rápidamente opacada por el anuncio de los ganadores de los premios Nobel de este año, que siempre acaparan los reflectores del mundo científico. Sin embargo, vale la pena comentar el descubrimiento, pues se relaciona con problemas que llegan a tocar la esencia del ser humano.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">El gen en cuestión es, como todos los genes, un fragmento de ADN (ácido desoxirribonucleico) localizado, hoy se sabe, en el cromosoma 7 del ser humano, y recibe el curioso nombre de FOXP2. (No, querido, lector o lectora, no me lo estoy inventando. Si algún lector quiere lucir su ingenio e inventar algún chiste político con la sigla, por favor no me lo envíe.) Fue localizado gracias a un estudio a largo plazo realizado en una numerosa familia en la que se presenta con gran frecuencia una profunda alteración de la capacidad de hablar, que incluye dificultades para coordinar los movimientos de sus labios y lengua, así como para formar palabras y formar frases gramaticalmente correctas. </span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Debido a la forma típica en que se heredaba la enfermedad dentro de la familia, los genetistas que las estudiaban supieron que la alteración era causada por un solo gen. Esta circunstancia resultó especialmente atractiva, pues era la oportunidad de analizar la influencia de un gen individual –en vez de un conjunto complejo de genes, interactuando unos con otros– en un comportamiento humano complejo como es el habla.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Estudiando la forma en como la enfermedad se heredaba entre los miembros de la familia, los investigadores pudieron ir localizando al gen responsable en forma cada vez más precisa. Finalmente, gracias a la aparición de un nuevo sujeto, ajeno a la familia estudiada, y a la información publicada por el proyecto del genoma humano, pudieron “acorralar” al gen y detectar su ubicación precisa.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Y precisamente es ahí donde empieza la parte controvertida del asunto, porque la discusión sobre si el lenguaje es una construcción cultural o si, por el contrario, es una consecuencia de nuestra constitución biológica se ha mantenido durante décadas. </span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Quizá ya haya usted reconocido el tema: se trata nuevamente de la vieja discusión entre natura y cultura: biología contra educación (casi casi podríamos decir “cuerpo <i>versus </i>alma”). Y sí, podría ser sorprendente que las cosas no hayan avanzado más allá de esta dicotomía maniquea, pero la realidad es que hay evidencias claras de que existe un componente biológico (y por tanto, genético) importante en el habla humana. Por otro lado, hay estudiosos que piensan que no tiene sentido tratar de “reducir” algo tan claramente cultural, tan típicamente humano como el lenguaje, a simple biología y genes. Incluso puede ser un ejemplo más de la ciencia deshumanizante.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Analicemos un poco la cuestión. En cierto modo, se puede decir que el habla, el lenguaje, es la base de la comunicación y hasta de la conciencia humana. Es por ello que suena peligroso pensar que eso que nos hace humanos pudiera ser simplemente el producto de uno o unos genes. Y en efecto, tal reduccionismo suena desmesurado y absurdo.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Pero tampoco la posición radicalmente opuesta suena sensata: ¿cómo podría el ser humano haber adquirido, a lo largo de la historia de su evolución, la capacidad del lenguaje, si no es gracias a que contaba primero con las estructuras biológicas –cerebrales, con un desarrollo controlado por los genes correspondientes– con las que pudiera implementarse esta capacidad? Pensar de otra manera –que el lenguaje es una capacidad puramente “mental”, o “cultural”, separada tajantemente de la biología, sería recurrir a un dualismo que si bien era convincente –o casi– en la época de Descartes, hoy resulta insostenible.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">¿Y qué es lo que hace el gen FOXP2, a todo esto? Como todos los genes, contiene las instrucciones para fabricar una proteína. Se trata, sin embargo, de una proteína especial, pues controla a su vez la activación o inactivación de otros genes (adhiriéndose a otros tramos de ADN y permitiendo que la información que contienen sea leída o no). Tomando en cuenta lo notorio de sus efectos, es probable que FOXP2 sea un gen que influye en la base del desarrollo del complejo aparato neural y fisiológico que hace posible el habla. Probablemente, piensan los expertos, haya otros genes cuyas alteraciones afecten aspectos menos generales del lenguaje: que, por ejemplo, dificulten la construcción de palabras, o el uso de ciertas reglas de gramática.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">De cualquier modo, no se trata de pensar que un fenómeno tan fascinante como el lenguaje –que da origen al mundo de lo humano y de la cultura– pueda ser explicado como el resultado directo de un gen o unos genes. Los propios autores la investigación son cautelosos al reportar sus hallazgos: “Nuestros hallazgos sugieren que FOXP2 está involucrado en el proceso de desarrollo que culmina con el habla y el lenguaje”.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Uno de los genetistas entrevistados por <i>Nature</i> expresa la complejidad genética del ser humano mediante un símil interesante: “encontrar un gen es como encontrar una pieza de un auto. Se ve útil, como si fuera parte de un mecanismo más grande. Pero no sabemos qué hace, con qué otras piezas interactúa, o cómo es el vehículo completo.”</span></p> <span style=";font-family:";font-size:12;" lang="ES-TRAD"><span style="font-family: verdana;font-family:times new roman;font-size:100%;" >De lo que sí podemos estar seguros, es de que este descubrimiento abrirá la puerta a nuevos desarrollos. Y aunque no es probable que se encuentren genes para, por ejemplo, hablar otro idioma o con acento argentino, sí comenzaremos a entender mejor cómo surge en nuestro cerebro esa maravillosa capacidad que es el lenguaje, puente que une el mundo físico con el universo cultural.</span><br /><br /></span><div class="blogger-post-footer">Derechos reservados, Copyright (R) 1997-2007, Martín Bonfil Olivera. Prohibido su uso comercial sin autorización del autor.</div>Martín Bonfil Oliverahttp://www.blogger.com/profile/05286138874576064756noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-4883470106411659408.post-37456087911495705612001-10-03T10:20:00.002-06:002009-07-08T10:31:48.254-05:00Divulgación e improvisación<span class="Apple-style-span" style="border-collapse: separate; color: rgb(0, 0, 0); font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: normal; letter-spacing: normal; line-height: normal; orphans: 2; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; widows: 2; word-spacing: 0px;font-family:'Times New Roman';font-size:16;" ><span class="Apple-style-span" style="color: rgb(85, 85, 68); line-height: 18px; text-align: left;font-family:tahoma;font-size:13;" >Por Martín Bonfil Olivera<br /><span style="font-style: italic;">(Publicado en<span class="Apple-converted-space"> </span></span><span>Humanidades</span><span style="font-style: italic;">,</span><br /><span style="font-style: italic;">periódico de la Coordinación de<span class="Apple-converted-space"> </span></span><span style="font-style: italic;">Humanidades<span class="Apple-converted-space"> </span></span><span style="font-style: italic;">de la UNAM,</span><br /><span style="font-style: italic;">el 3 de octubre de 2001)<br /><br /></span></span></span>En la Gaceta UNAM del pasado 17 de septiembre aparece una convocatoria para un “Concurso de guión de series radiofónicas de divulgación científica”, dirigida a “estudiantes, investigadores, profesores y divulgadores de la ciencia de la UNAM”.<p></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Me congratulo de ver el interés de Radio UNAM por la divulgación de la ciencia: por un momento parecía que la consideraba dispensable, pues como se recordará (<a href="http://2culturas.blogspot.com/2001/09/adios-la-ciencia-en-radio-unam.html"><i>Humanidades </i>217</a>), recientemente la nueva dirección de la emisora decidió –unilateral y súbitamente– cancelar los programas de la barra de ciencia que se habían transmitido con buen éxito durante años para hacer espacio a un nuevo programa noticioso conducido por Ricardo Rocha.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">El hecho despertó numerosas protestas. Tantas, que el director de la estación, Fernando Escalante, ofreció abrir un nuevo espacio para estos programas, siempre y cuando se presentaran nuevos proyectos (dando a entender así que los proyectos originales no eran satisfactorios, suposición que habría que comprobar).</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Ahora, la convocatoria publicada es muestra de que, <i>además </i>de los espacios que Escalante tan sensatamente se ha ofrecido respetar para los programas de la antigua barra de ciencia, Radio UNAM desea explorar nuevas vías.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">No obstante, hay que comentar que la idea del concurso, aun cuando es muy buena, tiene la desventaja de abrir las puertas a uno de los males que han plagado gran parte de la divulgación científica que se hace en nuestro país: la improvisación. </span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">La importancia de la divulgación científica se reconoce cada vez más ampliamente. A diferencia de lo que sucedía hace unos años </span><span lang="ES-TRAD" style="font-family:Symbol;"><span style="">-</span></span><span lang="ES-TRAD">cuando el simple hecho de realizar labores de divulgación podía significar que un investigador fuera despreciado y hasta sancionado por sus colegas, por dedicarse a una labor “poco seria”</span><span lang="ES-TRAD" style="font-family:Symbol;"><span style="">-</span></span><span lang="ES-TRAD"> hoy se reconoce que el conocimiento científico debe ponerse al alcance de la población general.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Evidencia de ello es el auge de los museos y centros de ciencias, de revistas, colecciones de libros y programas de radio que actualmente pueden disfrutarse en el panorama mexicano.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Desgraciadamente, todavía no se ha logrado el reconocimiento paralelo de la importancia que tiene la labor de los divulgadores profesionales de la ciencia.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Durante años los divulgadores nos hemos enfrentado con el arraigado prejuicio de que nuestra ocupación es algo que puede improvisarse sobre las rodillas, que no requiere una formación previa. Es frecuente encontrar esta idea entre los investigadores científicos (aunque aclaro, no en todos). Después de todo, ¿quién mejor preparado que ellos para comunicar al público los conceptos científicos que construyen y con los que diariamente trabajan?</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Y sin embargo, la amarga realidad es que son raros </span><span lang="ES-TRAD" style="font-family:Symbol;"><span style="">-</span></span><span lang="ES-TRAD">salvo contadas y muy honorables excepciones en las que una habilidad innata suple la carencia de una formación especializada</span><span lang="ES-TRAD" style="font-family:Symbol;"><span style="">-</span></span><span lang="ES-TRAD"> los casos en los que un investigador puede desempeñar esta labor de forma efectiva. Sobre todo si se trata de hacerlo en forma constante. La divulgación científica no consiste simplemente en “traducir” la ciencia a un lenguaje sencillo y cotidiano; se trata de una labor de recreación que requiere no sólo de una buena comprensión de los conceptos sino de una cultura científica amplia y un manejo profesional de los recursos del lenguaje y la comunicación, además del criterio necesario para adecuar el mensaje al público receptor y la creatividad para hacerlo de forma novedosa e interesante. Es por ello que, idealmente, debe ser realizada por divulgadores profesionales.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">La divulgación científica y la formación de divulgadores han sido una preocupación constante de la UNAM, materializada en la creación del Programa Experimental de Comunicación de la Ciencia, que después se convertiría en el Centro Universitario de Comunicación de la Ciencia y finalmente en la actual Dirección General de Divulgación de la Ciencia, DGDC. A lo largo de su existencia, dicha dependencia ha lanzado diversos e importantes proyectos de divulgación en diversos medios. Asimismo, la formación de divulgadores profesionales ha avanzado de la preparación de personal por aprendizaje práctico, primero, y posteriormente con cursos especializados, hasta el actual Diplomado en Divulgación de la Ciencia y, en un futuro próximo, una Maestría en Divulgación de la Ciencia, actualmente en preparación.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">A lo largo de toda esta trayectoria, y con base en la experiencia y la reflexión sobre el tema, ha quedado claro que la divulgación científica es una tarea que puede ser realizada óptimamente sólo cuando el personal dedicado a ello cuenta con una preparación especializada.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Volviendo al concurso convocado por Radio UNAM, en mi opinión personal muestra que todavía se sigue prefiriendo improvisar labores de divulgación que encomendarlas a expertos que cuenten con la formación y la experiencia necesarias.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Pensar que estudiantes, investigadores o profesores sin experiencia ni formación en divulgación puedan generar una propuesta profesional de divulgación resulta, cuando menos, muy optimista. Habrá que esperar los resultados, claro, pero si esa es la vía, ¿por qué no se abrió un concurso equivalente para generar un nuevo espacio noticioso, en vez de recurrir a un profesional reconocido como Ricardo Rocha? Después de todo, como argumenta Florence Toussaint en una nota reciente publicada en <i>Proceso</i> (2 de septiembre), “no deja de ser una afrenta a la comunidad universitaria –con dos escuelas y una facultad en donde se enseña periodismo– que su propia emisora no sea capaz de producir un noticiario innovador, profundo”.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">En un texto publicado en <i>Humanidades </i>(no. 217), el director de Radio UNAM aboga por que la divulgación científica se presente “a través de radionovela, biografía, episodio dramatizado o cualquier otro formato que motive al radioescucha para seguirnos sintonizando y logre entusiasmar a nuevos radioescuchas”. Pero quien conozca un poco respecto a la divulgación en radio sabrá que precisamente los géneros dramatizados presentan dificultades especiales para realizar esta labor, en virtud de la densidad de información que tiene que comunicarse para lograr un mensaje que tenga sentido y el poco tiempo con el que se cuenta en radio para<span style=""> </span>lograrlo: las dramatizaciones reducen todavía más ese tiempo.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Sería muy deseable que, junto con el afán por, en palabras de Escalante, “replantearnos esquemas que motiven a quienes nos sintonizan a seguir valorando el trabajo académico, científico y cultural de la UNAM”, se valorara la experiencia acumulada por los profesionales que durante años han producido y conducido programas de divulgación científica en Radio UNAM, para que, junto con los nuevos planteamientos, esta labor pueda enriquecerse no sólo con base en ideas preconcebidas, sino en el sólido conocimiento y experiencia de los profesionales.</span></p><p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"><br /></span></p><div class="blogger-post-footer">Derechos reservados, Copyright (R) 1997-2007, Martín Bonfil Olivera. Prohibido su uso comercial sin autorización del autor.</div>Martín Bonfil Oliverahttp://www.blogger.com/profile/05286138874576064756noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-4883470106411659408.post-33638092579432731942001-09-19T10:15:00.003-05:002009-07-08T10:19:55.846-05:00¿Adiós a la ciencia en Radio UNAM?<span class="Apple-style-span" style="border-collapse: separate; color: rgb(0, 0, 0); font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: normal; letter-spacing: normal; line-height: normal; orphans: 2; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; widows: 2; word-spacing: 0px;font-family:'Times New Roman';font-size:16;" ><span class="Apple-style-span" style="color: rgb(85, 85, 68); line-height: 18px; text-align: left;font-family:tahoma;font-size:13;" >Por Martín Bonfil Olivera<br /><span style="font-style: italic;">(Publicado en<span class="Apple-converted-space"> </span></span><span>Humanidades</span><span style="font-style: italic;">,</span><br /><span style="font-style: italic;">periódico de la Coordinación de<span class="Apple-converted-space"> </span></span><span style="font-style: italic;">Humanidades<span class="Apple-converted-space"> </span></span><span style="font-style: italic;">de la UNAM,</span><br /><span style="font-style: italic;">el 19 de septiembre de 2001)<br /><br /></span></span></span>Una de las premisas centrales de la divulgación científica que se hace en nuestro país –y el pretexto de esta columna– es que la ciencia es cultura. Por eso, cuando la ciencia logra conquistar espacio en algún medio cultural, superando división artificial entre ciencias y humanidades (las “dos culturas” de C. P. Snow), hay que festejar el acontecimiento. Nuestro periódico <i>Humanidades </i>es uno de estos espacios. Otro lo ha sido, hasta ahora, la radiodifusora universitaria, nuestra querida Radio UNAM.<p></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Durante un largo tiempo, la programación de la emisora ha incluido programas dedicados a la difusión de la cultura científica. Como se trata de una estación esencialmente cultural –no comercial, hay que recordarlo– esta labor se inserta perfectamente en sus labores de difusión cultural. Al igual que las otras dos funciones sustantivas de la universidad </span><span lang="ES-TRAD" style="font-family:Symbol;"><span style="">-</span></span><span lang="ES-TRAD">la enseñanza y la investigación</span><span lang="ES-TRAD" style="font-family:Symbol;"><span style="">-</span></span><span lang="ES-TRAD"> la difusión es una labor importantísima para la sociedad, y justifica plenamente la inversión que ésta hace para mantenerla funcionando.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Hasta hace unas semanas, Radio UNAM contaba con una barra diaria de programas de ciencia que, con distintas trayectorias, cubrieron en forma muy exitosa las necesidades de un público bien definido. Esto se debe, en gran parte, a que los programas eran producidos y conducidos por divulgadores profesionales de la ciencia que contaban con la preparación y la experiencia necesaria, algo<span style=""> </span>que no es tan común encontrar en los medios masivos de comunicación. </span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Entre estos programas destacaron los siguientes: <i>En la ciencia</i>, un espacio breve que se había transmitido ininterrumpidamente desde 1982, y <i>A la luz de la ciencia</i>, con duración de una hora, ambos producidos por la Dirección General de Divulgación de la Ciencia (DGDC) de la UNAM y conducidos por Rolando Ísita y su equipo de colaboradores;<span style=""> </span><i>Por pura curiosidad, </i>a cargo de Juan Manuel Valero, producido por la Coordinación de la Investigación Científica, la Facultad de Química y la DGDC; y finalmente <i>La respuesta está en la ciencia</i>, de la Sociedad Mexicana para la Divulgación de la Ciencia y la Técnica (SOMEDICYT). </span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Estos programas se transmitían en la barra de 2 a 3 de la tarde en días hábiles, y todos contaron con un público que supo responder con interés y fidelidad al trabajo profesional realizado por sus responsables.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Desgraciadamente, como parte de una reorganización de la programación total de la estación, la barra de ciencia fue sustituida un nuevo programa de tipo noticioso, conducido por Ricardo Rocha. </span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Es claro el beneficio que un comunicador tan famoso le puede aportar a una estación, que, quizá, no tiene ya la cantidad de radioescuchas que solía tener. Lo que no entiendo es qué puede ganar Rocha: supongo (espero) que no dinero, tomando en cuenta la grave crisis económica que enfrenta la UNAM. </span><span lang="ES-TRAD" style="font-size:14;">El</span><span lang="ES-TRAD"> director de la estación, Fernando Escalante, declaró al periódico <i>Reforma </i>(Cultura, 30 de agosto del 2001) que la entrada de Rocha “no impactará en el presupuesto”, pues “es una coproducción y por ello compartimos gastos y utilidades”.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Lo malo es que, para hacer lugar al nuevo programa, se haya decidido prescindir de la barra de ciencia. Desde luego, hubo una reacción inmediata del personal involucrado, ante lo cual la directiva de la estación invitó, según <i>Reforma</i>, a “elaborar un nuevo proyecto radiofónico a la brevedad, para que podamos continuar con la divulgación de la ciencia”.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Esto no debería ser necesario: los proyectos de los programas mencionados han probado ser buenos. Al parecer se trataba de un prejuicio –en el sentido de juicio previo, antes de ver la evidencia– de los directivos de Radio UNAM. En la nota de <i>Reforma</i>, Fernando Escalante dijo: “La estructura de Radio UNAM no ha cambiado en los últimos 20 años. Lo que pretendemos ahora es hacerla más atractiva. Que los conductores no se dediquen a platicar durante dos horas con sus invitados, sino que exploren todas las opciones de producción que da la radio”.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Uno podría preguntarse, ¿por qué una estación exitosa, dentro de su ramo, que es el cultural, tendría que cambiar? Como dicen los gringos, “si no está descompuesto, no lo arregles”. El programa indiscutiblemente más exitoso de la radio en la capital, el de Gutiérrez Vivó en Radio Red, al igual que muchos de formato similar, consisten, esencialmente, en un señor sentado frente a un micrófono, dando sus opiniones y entrevistando gente. Esa fórmula funciona y gusta al público, si está bien hecha (es decir, si conductores, temas e invitados son buenos e interesantes: pienso en Miguel Ángel Granados Chapa y su <i>Plaza Pública</i>, uno de los grandes éxitos de Radio UNAM, o el maravilloso programa de Jaime Litvak). Recordemos también el inmenso éxito de los programas de Ikram Antaki, a pesar de que más bien parecían conferencias. </span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Lo más irónico es que el nuevo programa de Rocha, anunciado con bombo y platillo en los medios de comunicación, consiste en... un señor sentado frente a un micrófono entrevistando a invitados. Y recibiendo reportes de enviados especiales, reporteros, etcétera... En fin, al parecer, se planea invitar a los participantes en los programas de la barra de ciencia a colaborar con el programa de Rocha.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">En una carta publicada en el semanario <i>Proceso</i> (19 de agosto de 2001), un grupo de personas, supongo que trabajadores de Radio UNAM, afirman que la estación “fue pionera en los programas de opinión que hoy están de moda en la radio comercial”, lo cual es muy cierto. También protestan porque afirmar que “Radio UNAM se encuentra estancada desde los años setenta (...) es falso y una falta de respeto para muchos universitarios que han dedicado a la emisora su mejor esfuerzo”. Estoy totalmente de acuerdo: en particular, las instituciones y personas que han producido los programas de la barra de ciencia a lo largo de todos estos años (he tenido el honor se ser invitado a todos ellos alguna vez) han hecho una labor que no puede descartarse de un plumazo. </span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Espero que la oferta de conservar estos espacios, aun cuando sea en otro horario, se cumplan sin escudarse en una supuesta necesidad de “renovar los proyectos”. De otro modo, los radioescuchas perderíamos una de las mejores oportunidades que teníamos de conocer el panorama dela ciencia. Y eso sería una tragedia.</span></p><p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"><br /></span></p><div class="blogger-post-footer">Derechos reservados, Copyright (R) 1997-2007, Martín Bonfil Olivera. Prohibido su uso comercial sin autorización del autor.</div>Martín Bonfil Oliverahttp://www.blogger.com/profile/05286138874576064756noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-4883470106411659408.post-60441278595837314102001-08-22T10:05:00.005-05:002011-06-10T11:04:54.566-05:00El disgusto por la ciencia<div style="text-align: right;"><div style="text-align: left;"><span class="Apple-style-span" style="border-collapse: separate; color: black; font-family: 'Times New Roman'; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: normal; letter-spacing: normal; line-height: normal; orphans: 2; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; widows: 2; word-spacing: 0px;"><span class="Apple-style-span" style="color: #555544; font-family: tahoma; line-height: 18px; text-align: left;">Por Martín Bonfil Olivera</span></span><br />
<span class="Apple-style-span" style="border-collapse: separate; color: black; font-family: 'Times New Roman'; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: normal; letter-spacing: normal; line-height: normal; orphans: 2; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; widows: 2; word-spacing: 0px;"><span class="Apple-style-span" style="color: #555544; font-family: tahoma; line-height: 18px; text-align: left;"><span style="font-style: italic;">(Publicado en<span class="Apple-converted-space"> </span></span>Humanidades<span style="font-style: italic;">,</span></span></span><br />
<span class="Apple-style-span" style="border-collapse: separate; color: black; font-family: 'Times New Roman'; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: normal; letter-spacing: normal; line-height: normal; orphans: 2; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; widows: 2; word-spacing: 0px;"><span class="Apple-style-span" style="color: #555544; font-family: tahoma; line-height: 18px; text-align: left;"><span style="font-style: italic;">periódico de la Coordinación de<span class="Apple-converted-space"> </span></span><span style="font-style: italic;">Humanidades<span class="Apple-converted-space"> </span></span><span style="font-style: italic;">de la UNAM,</span></span></span><br />
<span class="Apple-style-span" style="border-collapse: separate; color: black; font-family: 'Times New Roman'; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: normal; letter-spacing: normal; line-height: normal; orphans: 2; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; widows: 2; word-spacing: 0px;"><span class="Apple-style-span" style="color: #555544; font-family: tahoma; line-height: 18px; text-align: left;"><span style="font-style: italic;">el 22 de agosto de 2001)</span></span></span></div><span style="font-style: italic;"><br />
Para RBB, con más cariño del que se imagina</span></div><br />
Hace unas semanas sostuve, a través del correo electrónico (me confieso adicto a estos inventos de la modernidad) un debate con uno de mis primos, joven culto dedicado a las letras hispanas, sobre la teoría de la evolución por selección natural, que como sabemos fue formulada por Charles Darwin y publicada en su famoso libro <i>El origen de las especies </i>en 1959. A pesar de que la versión de Darwin ha sido refinada y complementada desde entonces, incorporando los avances de la genética, la biología de poblaciones y de la biología molecular, el mecanismo esencial que propuso (la selección natural) ha probado ser suficiente para explicar los diversos aspectos y modalidades de la evolución en el mundo biológico. Hoy en día, el darwinismo sigue siendo suficiente para entender la evolución y el surgimiento de nuevas especies.<br />
<div class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Por eso me sorprendí cuando, en medio de una discusión sobre la evolución del lenguaje, mi primo comentó, con tono irónico, lo siguiente: “Pobre... ¿sigues teniendo fe en el malabarismo lógico de Don Carlitos?”. Debo confesar que me escandalizó ver a una de las más grandes y poderosas ideas en la historia de la ciencia –la “peligrosa idea de Darwin” que, según Daniel Dennett, puede extenderse mucho más allá de los límites de la biología para llevarla a los campos del estudio de la mente, de la cultura y hasta de la moral– reducida al nivel de “malabarismo lógico”.</span></div><div class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Rascando un poco descubrí que lo que mi primo tenía, seguramente, era una concepción incompleta y ligeramente tergiversada de lo que significa no sólo el darwinismo, sino la ciencia en general. Según él, hay quienes “dicen que la CIENCIA es, (...)conocimiento cierto y verdadero y objetivo y no sé qué otra maravilla más allá de la interpretación con base en un modelo arbitrariamente seleccionado”. En otras palabras, mi querido pariente ha sido presa de una infección ideológica (memética, en los términos de Richard Dawkins) cada vez más común en estos tiempos: la concepción posmodernista de que la ciencia es sólo un conjunto de creencias arbitrarias, sin mayor base que cualquier otro sistema de ideas como las religiones o los cultos esotéricos.</span></div><div class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">La idea (¡errónea!) de que la ciencia pretende tener la verdad absoluta y objetiva acerca de la totalidad del universo es muy común, gracias a lo mal que se enseña la ciencia en las escuelas, e incluso es sostenida </span><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Symbol;">-</span><span lang="ES-TRAD">¡oh, vergüenza! </span><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Symbol;">-</span><span lang="ES-TRAD"> por numerosos investigadores científicos, a quienes no les vendrían nada mal algunos cursos de historia y filosofía de la ciencia (¡pero moderna, más allá de Mario Bunge y su librito <i>La ciencia, su método y su filosofía</i>, por favor!).</span></div><div class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">En realidad, el conocimiento científico actualmente aceptado como válido dista mucho de ser definitivo, pues está en constante cambio (ya Karl Popper, precursor de las modernas visiones </span><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Symbol;">-</span><span lang="ES-TRAD">¡darwinistas!</span><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Symbol;">-</span><span lang="ES-TRAD"> de la epistemología, afirmaba que la ciencia avanza formulando conjeturas y tratando a continuación de refutarlas). Pero no sólo eso: el saber científico es también relativo, pues depende de la cultura en la que está inmerso y necesariamente refleja los prejuicios y las creencias de la sociedad en la que surge.</span></div><div class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Y sin embargo, no por ello puede saltarse a la conclusión de que entonces el conocimiento científico es inválido y la ciencia es sólo un sistema de creación de mitos que resulta cómodo o útil creer. Por su propia esencia, la ciencia y los científicos tienen un compromiso fundamental con la realidad: el de tratar de acercarse a ella de la manera más honesta posible, tratando de entenderla con base en observaciones y experimentos, sometiendo a prueba las hipótesis y desechando las que no puedan explicar las evidencias. La ciencia tiene en su interior mecanismos autocorrectivos que permiten que el conocimiento que produce se vaya refinando y depurando, y aun cuando su método esté sujeto a todas las fallas de los seres humanos que los ejercen (errores, trampas, prejuicios, sectarismos y hasta fraudes), eso no impide que se trate de la manera más efectiva con la que cuenta la humanidad para acercarse a entender el funcionamiento del mundo natural.</span></div><div class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">La ciencia funciona, y la prueba es que el conocimiento que produce puede aplicarse en forma práctica. Las teorías que explican dichos éxitos, y que nos permiten formarnos una visión del mundo en que vivimos que lo hace no sólo comprensible, sino manipulable y por tanto mejorable, pueden estar equivocadas, pero son honestas en tratar de explicar los fenómenos de manera coherente con la evidencia experimental. </span></div><div class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">En otras palabras, si las teorías científicas muchas veces resultan estar erradas y son sustituidas por otras, si el conocimiento científico es incompleto y lo acepta, si a veces los científicos, al enfrentarse a creyentes en los ovnis o las “curaciones cuánticas” tienen que decir “no sé” (circunstancia que es aprovechada por los émulos de Jaime Mausán para descalificar a la ciencia, pues ellos en cambio sí son poseedores de “la verdad”), todo ello es debido a que la ciencia no puede darse el lujo de dejar de tratar honestamente de acercarse a la realidad. De otro modo no sólo perdería todo sentido, sino que dejaría de funcionar y se convertiría, entonces sí, en sólo otro mecanismo generador de mitos cómodos pero inútiles.</span></div><div class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">El descontento y el rechazo que muchas veces causan las ideas científicas pueden explicarse por varias causas. Una de ellas es la percepción de que la ciencia ha traído numerosos males a la humanidad (bombas atómicas, contaminación, calentamiento global, desforestación). Esta visión, desgraciadamente, ignora los mucho más numerosos beneficios que hemos recibido gracias al conocimiento científico que tenemos de la naturaleza. </span></div><div class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Otra causa de rechazo a la ciencia es la arrogancia con la que muchas veces se presenta, por lo que es percibida con justa razón como deshumanizante, cuando en realidad nos podría permitir conocernos mejor y en ese grado ser humanística. </span></div><div class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Finalmente, las revelaciones de la ciencia muchas veces no coinciden con nuestras expectativas, lo cual nos puede hacer sentir incómodos y desorientados. Hoy la ciencia ha mostrado que el hombre no es el centro del universo; que es sólo uno más entre los animales; que la vida es sólo un complejo proceso químico; que no hay una alma o esencia humana más allá de los sutiles mecanismos cerebrales.</span></div><div class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Pero quienes apreciamos la ciencia sabemos que las visiones que nos presenta (nótese que no digo “verdades”, palabra que carece de sentido en este contexto) no sólo pueden enriquecer nuestra visión del mundo, sino conocernos profundamente y permitirnos acceder a experiencias vitales tan enriquecedoras como las que nos proporcionan las artes, las humanidades o las relaciones humanas. En el fondo, la ciencia, la literatura española o una relación amorosa nos dan en cierto modo lo mismo: una experiencia vital que nos produce satisfacción y nos hace ser más de lo que somos. Vale la pena arriesgarse a conocerlas, aunque a veces cueste un poco de trabajo, e incluso aunque a veces duela.</span></div><div class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"><br />
</span></div><div class="blogger-post-footer">Derechos reservados, Copyright (R) 1997-2007, Martín Bonfil Olivera. Prohibido su uso comercial sin autorización del autor.</div>Martín Bonfil Oliverahttp://www.blogger.com/profile/05286138874576064756noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-4883470106411659408.post-371654375072434572001-06-27T09:49:00.000-05:002008-08-20T09:51:02.130-05:00Tres libros a favor del ambientePor Martín Bonfil Olivera<br />(Publicado en Humanidades,<br />periódico de la Coordinación de Humanidades de la UNAM,<br />el 27 de junio de 2001)</p><p class="primerprrafo"><br /></p><p class="primerprrafo"><span lang="ES-TRAD">Entre las muchas vías que se pueden elegir para divulgar la ciencia –para ponerla al alcance del público no especializado– una de las más interesantes es el uso de la literatura.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">La escritura de cuentos y novelas “de ciencia” ha sido explorada de diversas maneras, y con resultados de lo más diverso, especialmente porque como se trata de un área en que la literatura se confunde con la divulgación, los productos tienen destinos de lo más inesperado. A veces una obra que se escribió sin el menor interés por transmitir conceptos científicos al lector funciona admirablemente para este fin, llegando incluso a ser utilizada como material didáctico en cursos escolares. Así, algunas obras, por ejemplo de ciencia ficción, que se escribieron sólo con fines literarios, han permitido que generaciones de jóvenes –y adultos– comprendan principios básicos de la física, la química o la biología. En otras raras ocasiones, una obra que pretendía educar acaba siendo reconocida más por su valor literario que por ser especialmente buena para transmitir ideas (aunque lo normal es que las dos cosas vayan juntas).</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">De cualquier modo, la escritura de libros de divulgación dirigidos a los jóvenes que puedan servir para comunicar conceptos, actitudes y valores relacionados con la ciencia ha sido una estrategia bastante exitosa en nuestro país. Como prueba están los casi 200 títulos de la colección “La ciencia para todos” (antes “La ciencia desde México”), publicada por el Fondo de Cultura Económica. A pesar del muy desigual nivel y calidad de sus textos, y de que no siempre cumplen su función estrictamente divulgativa, pues llegan a semejar libros de texto, existen en esta colección muchas obras admirables (y algunas que, paradójicamente, llegan a ser utilizadas en cursos de posgrado). </span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Existen otras colecciones que, aunque constan de un número mucho menos de títulos y no cuentan con los amplios recursos propagandísticos que el FCE tiene a su disposición (entre los que destaca el exitosísimo concurso anual que se organiza para que los estudiantes de secundaria y prepa escriban ensayos y reseñas sobre sus títulos, una idea genial), ofrecen textos de gran calidad y originalidad. “Viajeros del conocimiento”, de Pangea Editores, y “Viaje al centro de la ciencia”; de ADN Editores y CONACULTA son las más destacadas.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Pero existe otro esfuerzo, menos conocido, que hoy quisiera destacar. Se trata de la Colección básica del medio ambiente, coeditada por la Sociedad Mexicana para la Divulgación de la Ciencia y la Técnica (SOMEDICYT) y la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales (SEMARNAT). En la Casa Universitaria del Libro –recinto que, por cierto, merece todo tipo de felicitaciones por la importante y excelente labor que realiza, no sólo en la presentación de libros, sino en la impartición de cursos que han sido decisivos en la formación de una nueva generación de editores, correctores y escritores en nuestro país– se presentaron recientemente tres nuevos libros de esta colección, que completa así diez títulos, todos ellos dedicados a la promoción y divulgación del conocimiento del ambiente y el cuidado del mismo.</span></p> <p class="MsoNormal"><i><span lang="ES-TRAD">El suelo: ese deconocido</span></i><span lang="ES-TRAD">, de Elizabeth Solleiro Rebolledo, nos habla de la ecología del suelo. A través de un ameno relato acerca de varios adolescentes el libro nos explica las principales características del suelo, su origen y destino, su degradación y conservación. “El suelo es como la piel de la tierra, la parte superficial de la corteza terrestre que permite sostener la vida vegetal y animal. Si no se conoce no se puede decidir qué sembrar o cómo sembrar, sin que se deteriore o pierda”, dice la autora. Y en efecto, es curioso cómo el conocimiento que uno generalmente tiene del suelo que pisa es prácticamente nulo. Cuando se descubren las maravillas que hay bajo nuestros pies es cuando se aprecia el valor de este interesante librito.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Por su parte, <i>Aguas con el agua</i>, de Ernesto Márquez Nerey, se enfoca a promover la “cultura del agua”, recurso que como sabemos es vital para cualquier sociedad, y que aunque es abundante en nuestro país, está muy mal distribuido, además de mal utilizado, contaminado y desperdiciado. Un grupo de estudiantes que deciden organizar un pequeño congreso sobre el agua descubren lo esencial acerca de este recurso en México, su papel en la civilización y en la salud, y las maneras de conservarla, y de paso permiten que el lector se apasione y se informe sobre este refrescante tema.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Finalmente, <i>Campamento Biofilia</i>, de Alejandra Alvarado Zink, el número 10 de la colección, aborda el popular tema de la biodiversidad, esta vez mediante un fresco relato acerca de la visita de un grupo juvenil a un campamento en el que traban contacto con la diversidad biológica de nuestro país, con sus diversas caras, las amenazas que enfrenta y la manera de eludirlas para conservar este importante patrimonio.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Hasta hora, los primeros siete libros de la Colección básica del medio ambiente han tenido muy buena aceptación en el medio escolar, y a decir de estudiantes y profesores cumplen bien su objetivo de divulgar los conceptos básicos del cuidado del ambiente. Es seguro que estos tres nuevos títulos tendrán también éxito. De este modo, la Sociedad Mexicana para la Divulgación de la Ciencia y la Técnica<span style=""> </span>cumple admirablemente con su objetivo.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Es de agradecer que en un país tan grande y diverso como el nuestro, pero en el que la ciencia es –¡todavía!– tan poco apreciada, exista una sociedad tan empeñosa como la SOMEDICYT (a la que me honra pertenecer), que a lo largo de más de diez años ha realizado labores de divulgación de la ciencia y ha promovido la formación y profesionalización de los divulgadores, especialmente a través de su congreso anual. La Colección básica del medio ambiente es una muestra de que, aún con pocos recursos, pueden lograrse resultados ampliamente recomendables</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Nota final: los tres títulos, junto con el resto de la colección, están disponibles en las oficinas de la SOMEDICYT, en planta<span style=""> </span>baja de La casita de la ciencia, frente al museo <i>Universum</i>, en el circuito cultural de ciudad Universitaria, o al teléfono 56-22-1-73-30, en días hábiles por las mañanas.</span></p> <p class="MsoNormal" style="text-indent: 0cm;"><span lang="ES-TRAD"><o:p> </o:p></span></p><div class="blogger-post-footer">Derechos reservados, Copyright (R) 1997-2007, Martín Bonfil Olivera. Prohibido su uso comercial sin autorización del autor.</div>Martín Bonfil Oliverahttp://www.blogger.com/profile/05286138874576064756noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4883470106411659408.post-73427389709298731972001-06-13T09:43:00.000-05:002008-08-20T09:45:07.593-05:00Accidentes y condicionamientoPor Martín Bonfil Olivera<br />(Publicado en Humanidades,<br />periódico de la Coordinación de Humanidades de la UNAM,<br />el 13 de junio de 2001)</p><p class="primerprrafo"><br /></p><p class="primerprrafo"><span lang="ES-TRAD">Escribo este texto con algo de dificultad, pues tengo que usar un collarín ortopédico debido a un accidente de tránsito: un conductor </span><span lang="ES-TRAD" style="font-family:Symbol;"><span style="">-</span></span><span lang="ES-TRAD">que evidentemente desconocía la propiedad de impenetrabilidad que presentan los cuerpos sólidos</span><span lang="ES-TRAD" style="font-family:Symbol;"><span style="">-</span></span><span lang="ES-TRAD"> pensó que podía acelerar sin esperar a que el auto que estaba delante lo hiciera. Desgraciadamente, el de adelante era yo.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Pero mi tema no este<span style=""> </span>leve accidente, sino un hecho curioso que surgió a raíz de él: cuando tuve necesidad de pasar nuevamente por el lugar preciso en donde sucedió el choque, sentí una gran aversión. </span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Un amigo se burló de mí cuando le comenté mi nerviosismo: “y luego andas tú hablando de pensamiento mágico y cosas así”, dijo, riéndose, cuando le dije que me daba miedo volver a pasar por el mismo sitio. Yo me sentí apenado, claro, pues él tenía razón: ¿por qué habría yo de temer que se repitiera un accidente sólo por pasar de nuevo por ahí?</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Más tarde </span><span lang="ES-TRAD" style="font-family:Symbol;"><span style="">-</span></span><span lang="ES-TRAD">tratando de justificarme, lo confieso</span><span lang="ES-TRAD" style="font-family:Symbol;"><span style="">-</span></span><span lang="ES-TRAD"> reflexioné que quizá no se trataba sólo de supersticiones mías: quizá, me dije, se trate de algo semejante al condicionamiento pavloviano. El fisiólogo ruso Iván Petrovich Pavlov (1849-1936) demostró en 1889 que, si se sometía a perros a un estímulo dado –por ejemplo, darles de comer– simultáneamente con un estímulo condicionante –como el sonido de una campana–, podía establecerse un vínculo entre este sonido, de modo que alguna respuesta fisiológica que normalmente sólo se presentaba ante el primer estímulo –por ejemplo, la salivación en presencia de comida se presentara ahora ante el segundo estimulo. Así, Pavlov logró que los perros produjeran saliva en abundancia con sólo escuchar la campana, sin necesidad de que hubiera comida cerca: una respuesta condicionada.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Posteriormente se confirmó que este tipo de “aprendizaje” primitivo y mecánico que es el condicionamiento pavloviano es vital para muchos animales y desde luego de nosotros, los humanos. Es fácil, por ejemplo, que uno asocie un determinado sonido u olor con ciertas circunstancias particularmente desagradables –una enfermedad, un accidente, un evento doloroso. Es clásico el caso de alguien que se intoxica consumiendo algún alimento en particular –digamos, camarones– y a partir de la fuerte diarrea acompañada de vómitos, cólicos, etc. que suele presentarse en estos casos, desarrolle una fuerte e “irracional” aversión a estos mariscos.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Volviendo a mi accidente y al temor a que se repitiera, se me ocurre que quizá soy una simple víctima más del mecanismo descubierto por el ruso de los perros: quedé marcado por el evento traumático y ahora no podré pasar por el lugar del accidente sin temer un nuevo percance.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Pero independientemente de lo descabellada que pueda ser<span style=""> </span>mi idea, resulta interesante pensar en lo que hay detrás del mecanismo pavloviano. ¿Por qué resulta útil para los seres vivos ser capaces de ser condicionados de una manera tan mecánica por estímulos del medio?</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Una respuesta simple es que así se garantiza que no se repetirá una conducta que puede resultar peligrosa o dañina: si una vez se come algo que resulta tóxico, el condicionamiento de aversión evita que el animal vuelva a consumir ese alimento. Y lo mismo respecto a otras cosas o conductas que puedan amenazar la supervivencia del organismo. Es lógico pensar que una especie que presente este mecanismo de protección puede sobrevivir mejor que otra que no lo tenga; el mecanismo pavloviano adquiere así sentido evolutivo. Aunque no se conozcan con detalle los mecanismos moleculares o genéticos que controlan el condicionamiento, los detalles fisiológicos y cerebrales que lo hacen posible se han estudiado bastante (de hecho, los neurofisiólogos utilizan este tipo de condicionamientos de aversión como una útil herramienta de investigación para explorar los mecanismos cerebrales y psicológicos de animales de laboratorio).</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Pero hay otro nivel en el que el condicionamiento pavloviano resulta apasionante: cuando se lo considera como una forma de inducción. Como se sabe, la ciencia se basa en la observación y la experimentación de algún fenómeno de la naturaleza para llegar, luego de reunir algún número de datos, a una generalización (teoría o ley). Sin embargo, este proceso de inducción (el paso de un número limitado de observaciones a una ley general que se supone válida en todos los casos) no es fácil de justificar filosóficamente.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Sin embargo, actualmente algunos filósofos han comenzado a desarrollar una rama de la filosofía conocida como <i>epistemología evolucionista</i>, en la que buscan conectar la reflexión acerca de cómo conocemos el mundo, sobre todo por medio de la ciencia, con el conocimiento que se tiene acerca de la evolución de los seres vivos. Dentro de esta perspectiva, podría sostenerse la hipótesis de que un mecanismo como el condicionameitno pavloviando es una forma uy primitiva de inducción: a partir de sólo una experiencia negativa, el organismo “aprende” a evitar experiencias similares. Es como si con hacer sólo una medición, como pesar una piña, un científico decidiera que todas las piñas pesan un kilo.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">De cualquier modo, es interesante pensar que procesos intelectuales como la deducción puedan tener bases biológicas... Parafraseando a Marcelino Cereijido, del <span style="font-variant: small-caps;">cinvestav </span>del <span style="font-variant: small-caps;">ipn</span>, ¿acabará la filosofía siendo una rama de la biología?</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Posdata: ya volví a pasar por el lugar del accidente, y no pasó nada.</span></p><div class="blogger-post-footer">Derechos reservados, Copyright (R) 1997-2007, Martín Bonfil Olivera. Prohibido su uso comercial sin autorización del autor.</div>Martín Bonfil Oliverahttp://www.blogger.com/profile/05286138874576064756noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4883470106411659408.post-28460851492200538062001-05-30T09:38:00.000-05:002008-08-20T09:41:39.132-05:00Mitocondrias y periodismo científicoPor Martín Bonfil Olivera<br />(Publicado en Humanidades,<br />periódico de la Coordinación de Humanidades de la UNAM,<br />el 30 de mayo de 2001)<br /><br /><div style="text-align: right;"><span style="font-style: italic;">En memoria de la doctora Aurora Brunner Liebshard</span><br /></div><br />En las pasadas semanas han aparecido en los diarios dos noticias científicas que me dan pie para hablar de los problemas y las dificultades que pueden presentarse en el ejercicio de una de las especialidades más demandantes del periodismo: el periodismo científico.<br /><br />La primera noticia, difundida ampliamente en los medios de todo el mundo el sábado 5 de mayo, anunciaba con grandes titulares –dirigidos, seguramente, a despertar un interés igualmente grande– que un científico estadounidense, el doctor Jacques Cohen, había logrado crear los primeros bebés genéticamente modificados (como botón de muestra, el titular del diario español El país rezaba “Nacen en Estados Unidos 15 bebés con genes de su padre y de dos mujeres”, mientras que en el sitio de noticias científicas de Yahoo, en la red, el encabezado era “Nacen los primeros bebés genéticamente alterados”... como se ve, el periódico impreso parece ser ligeramente más riguroso que los sitios en la red).<br /><br />Desde luego, la noticia resultó en un gran escándalo: la posibilidad de que se hubiera creado a 15 bebés cuyos genes hubieran sido modificados suena aterradora, pues uno de los límites más claros –y en los que prácticamente todo el mundo está de acuerdo– para la manipulación genética es el no manipular la llamada “línea germinal” humana, es decir, no realizar modificaciones en seres humanos que puedan ser transmitidas a la descendencia e introducirse así en el patrimonio genético de la especie.<br /><br />Pero lo más curioso sucedió al día siguiente: a pesar de ser domingo, el lector de, por ejemplo, La jornada, pudo encontrarse con una especie de desmentido de la información anterior: “Niega científico de Estados Unidos haber creado bebés genéticamente modificados”, anunciaba la nota publicada en este diario. A su vez, Yahoo publicó el lunes siguiente una nueva versión de la misma nota publicada el sábado, pero con una cabeza que enfatizaba un ángulo muy diferente del asunto: “Tratamiento contra la infertilidad deja a niños con ADN extra”.<br /><br />Aclaremos de qué se trataba el asunto. Nuestras células contienen, entre los muchos organelos microscópicos que realizan distintas funciones vitales, unas minúsculas pero complejas estructuras llamadas mitocondrias. Estos organelos, que frecuentemente son comparadas con “centrales energéticas” celulares, cumplen la importante función de oxidar los azúcares de los que se alimenta la célula para obtener energía utilizable. Las mitocondrias, a diferencia de la mayoría de los organelos celulares, tienen la característica de poseer su propia información genética, almacenada en moléculas de ADN (ácido desoxirribonucleico). Esta información genética es independiente de los genes contenidos en el núcleo de la célula, y permiten que las mitocondrias, si bien no son capaces de vivir independientemente, sí puedan gozar de una cierta autonomía (en forma quizá parecida a nuestra querida universidad, que es autónoma aunque no puede vivir sin el subsidio que le da el gobierno).<br /><br />Para terminar esta breve explicación, añadiré que las mitocondrias –y su información genética– se transmiten de padres a hijos de una manera especial: a diferencia de lo que ocurre con los genes nucleares, de los cuales recibimos la mitad de nuestra madre y la mitad de nuestro padre, nuestros genes mitocondriales se transmiten únicamente por la vía materna (la explicación es que cuando el espermatozoide fecunda al óvulo, sólo penetra en él la cabeza, que contiene el núcleo, pero el cuerpo ni la cola, que contienen las mitocondrias paternas, de modo que el bebé tiene sólo mitocondrias –y ADN mitocondrial– proveniente de la madre. Esta característica ha permitido estudiar la antigüedad de los genes de las mitocondrias y remontarnos hasta la famosa “eva mitocondrial”, así como estudiar las migraciones de grupos humanos en la prehistoria.<br /><br />Bueno: pues lo que hizo el doctor Cohen, del Instituto de Medicina Reproductiva y Ciencia del Centro Médico de San Barnabas, en Nueva Jersey, y que motivó los escandalosos encabezados a los que nos referimos al principio, fue inyectar citoplasma tomado de óvulos de mujeres fértiles incluyendo sus mitocondrias en óvulos completos de mujeres infértiles, y posteriormente fecundar los óvulos así tratados para producir bebés. El proceso se llevó a cabo como una forma de remediar la esterilidad de mujeres que no podían producir óvulos fértiles debido a defectos o carencias en su ADN mitocondrial: al mezclar sus mitocondrias con las de una mujer fértil, los óvulos se volvían capaces de ser fecundados.<br /><br />¿Se trató entonces todo el escándalo de una exageración de los medios de comunicación? No exactamente: efectivamente, los bebés obtenidos efectivamente contienen ADN mitocondrial de dos mujeres distintas, y en ese sentido puede decirse que han sido “alterados genéticamente”. Por otro lado, el ADN mitocondrial forma sólo una parte minúscula del patrimonio genético de un ser humano, además de que los genes mitocondriales de los bebés son “naturales”, es decir, no han sido alterados artificialmente. Lo único que hizo el procedimiento fue producir una nueva mezcla de genes que ya se encontraban en la naturaleza.<br /><br />Más bien podría hablarse de un manejo tendencioso de la información, que se presentó inicialmente como un alarmante caso de manipulación genética y sólo después del reclamo de los científicos involucrados se corrigió para verla como un curioso efecto secundario de un tratamiento contra la infertilidad. Tampoco queda claro de quién fue la culpa, pues se argumenta que la información, publicada en la revista Human reproduction, fue tergiversada ya desde un editorial incluido en la propia publicación científica.<br /><br />En fin, todo quedó en un escándalo fallido y varios desmentidos publicados en todo el mundo. El incidente muestra cómo sigue existiendo un extendido prejuicio contra todo lo que signifique manipulación genética –con la carga de irracionalidad e ignorancia que todo prejuicio conlleva. Sin que esto signifique, claro, que deba aceptarse irreflexivamente algo tan delicado como la manipulación del patrimonio genético humano. Pero quizá el saldo final sea bueno, pues ha dado pie para que el gran público conozca lo que es el ADN mitocondrial y para que los divulgadores de la ciencia podamos escribir artículos como éste, en los que podemos hablar acerca de las curiosidades de la herencia<div class="blogger-post-footer">Derechos reservados, Copyright (R) 1997-2007, Martín Bonfil Olivera. Prohibido su uso comercial sin autorización del autor.</div>Martín Bonfil Oliverahttp://www.blogger.com/profile/05286138874576064756noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4883470106411659408.post-65822370246700030802001-05-16T09:37:00.000-05:002008-08-20T09:38:14.699-05:00Tito, Tito, Capotitopor Martín Bonfil Olivera<br />(Publicado en <span style="font-style: italic;">Humanidades</span>,<br />periódico de la Dirección de Humanidades de la UNAM,<br />el 16 de mayo de 2001)</p><p class="primerprrafo"><br /></p><p class="primerprrafo"><span lang="ES-TRAD">“Tito, Tito, capotito, sube al cielo y pega un grito. ¿Qué es?” Así rezaba una adivinanza muy popular, cuya respuesta era invariablemente “el cohete”. El grito, por supuesto, era la colorida explosión que normalmente acompaña a los petardos empleados en ferias y festejos.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Afortunadamente, el cohete en el que viajó Dennis Tito, millonario californiano que tuvo el dinero y la voluntad suficiente para convertirse en el primer “turista espacial”, no sufrió ningún tipo de explosión. Eso sí, seguramente este Tito sí habrá pegado varios gritos, pero de júbilo (“fue como estar en el paraíso”, dijo a su regreso). Y no es para menos, pues logró cumplir un sueño que había acariciado largamente y que muchos otros seguramente querrían compartir (como lo atestiguan las decenas de aspirantes que supuestamente ya se apuntaron en la lista para hacer un viaje a la Estación Espacial Internacional). Originalmente su excusión estaba planeada para visitar la estación MIR, pero como ésta había excedido su vida útil y tuvo que ser destruida, la estancia de Tito se cambió al proyecto internacional.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Al parecer, el viaje de Tito costó la friolera de 20 millones de dólares –lo que pone al turismo espacial un poco fuera del presupuesto de la mayoría de nosotros–, y fue realizado no a bordo de una nave estadounidense –como hubiera sido lógico esperar–, sino de un cohete Soyuz ruso. De hecho, la NASA se opuso a que los rusos enviaran al millonario al espacio, e incluso amenazaron con prohibir su ingreso a la parte estadounidense de la estación espacial. Destacó la ligeramente cínica crítica de John Glenn, el septuagenario astronauta y ex senador gringo, quien afirmó que el viaje de Tito era un uso incorrecto para la estación, que se supone debe usarse para fines de investigación. Recordemos que hace unos años Glenn logró volver al espacio a los 77 años de edad, viaje que muchos consideraron como un capricho que logró cumplir gracias a su puesto en el senado.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">De cualquier modo, el viaje de Tito lo pone a uno a pensar en muchas cosas. En primer lugar, lo más obvio: la posibilidad de realizar viajes turísticos al espacio, a la luna, algún día quizá a Marte... ¿qué tan realista será esta idea, antes sólo posible en la ciencia ficción? </span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Y más allá de las posibilidades e implicaciones del turismo espacial, ¿qué nos dice el viaje de Tito acerca de la utilidad que tiene seguir desarrollando la ciencia y la tecnología que permiten los viajes al espacio?</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Un argumento que se oye frecuentemente a favor de estas inversiones es el que cuestiona la validez, e incluso la ética, de gastar grandes cantidades de dinero en proyectos como mandar hombres a la luna o explorar otros planetas con sondas que cuestan cifras de 6 ceros en dólares, mientras por otro lado millones de seres humanos viven en la extrema pobreza o mueren de hambre aquí en la tierra.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Hay varias respuestas posibles a este cuestionamiento: uno es la importancia de explorar otros mundos, no sólo por el conocimiento mismo que se obtiene, sino por la tecnología que se desarrolla colateralmente a esta empresa. Muchas de las comodidades de que gozamos en la vida moderna –los privilegiados que podemos gozar de ellas, no olvidemos que una gran fracción de la población del planeta no cuenta ni siquiera con servicios básicos como agua corriente, electricidad o teléfono</span><span style="font-family: Symbol;" lang="ES-TRAD"><span style="">-</span></span><span lang="ES-TRAD"> son producto de las investigaciones tecnológicas que se hicieron en la década de los 60 para poder llegar a la luna. Todavía hoy seguimos recibiendo avances técnicos como nuevos materiales, alimentos, tecnología computacional y de comunicaciones que directa o indirectamente son derivadas de la investigación espacial.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Y sin embargo, no puede negarse que el viaje de Dennis Tito no parece haber aportado ningún beneficio importante para la humanidad </span><span style="font-family: Symbol;" lang="ES-TRAD"><span style="">-</span></span><span lang="ES-TRAD">ni siquiera para un parte de ella. Lo único que parece haber demostrado es que, si uno tiene el dinero suficiente, puede hoy cumplirse caprichos tan extraños como hacer turismo en una estación espacial.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Ante esta realidad, la visión cínica que afirma que la ciencia y la tecnología son manifestaciones de un sistema capitalista que sólo busca la dominación y el enriquecimiento de unos cuantos, bajo el pretexto de la búsqueda del conocimiento. Cuesta trabajo no caer en este tipo de pensamiento. Consideremos, como un intento de antídoto, los riesgos de pensar así. ¿qué pasaría si proliferara la visión de la ciencia como un “gasto”, una empresa que no es costeable para una sociedad que enfrenta retos mucho más urgentes?</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">La consecuencia inmediata sería el empobrecimiento y quizá la desaparición del sistema científico, lo cual a su vez nos privaría de una de las fuerzas sociales que han resultado más influyentes en el rumbo de la humanidad en los pasados siglos. El peligro de perder de vista los amplios y múltiples beneficios que la investigación científica y tecnológica –en todas sus manifestaciones</span><span style="font-family: Symbol;" lang="ES-TRAD"><span style="">-</span></span><span lang="ES-TRAD"> nos proporcionan, deslumbrados tan sólo por el mal ejemplo de Tito y su capricho espacial es que nos ocupemos sólo de lo urgente, olvidando lo importante: que enfoquemos nuestros recursos sólo a los problemas del momento, y olvidemos el desarrollo que debemos mantener para el futuro.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Después de todo, no hay que olvidar que la ciencia y la tecnología sirven para muchas, muchas más cosas que para poner una sonrisa en el rostro de un millonario californiando de edad madura que siempre soñó con viajar al espacio.</span></p><div class="blogger-post-footer">Derechos reservados, Copyright (R) 1997-2007, Martín Bonfil Olivera. Prohibido su uso comercial sin autorización del autor.</div>Martín Bonfil Oliverahttp://www.blogger.com/profile/05286138874576064756noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-4883470106411659408.post-4138509613643599612001-05-02T09:33:00.000-06:002008-08-20T09:36:04.344-05:00Amistad, evolución y mentepor Martín Bonfil Olivera<br />(Publicado en <span style="font-style: italic;">Humanidades</span>,<br />periódico de la Dirección de Humanidades de la UNAM,<br />el 2 de mayo de 2001)<p></p><p class="primerprrafo"><br /></p><p class="primerprrafo"><span lang="ES-TRAD">Las explicaciones darwinianas parecen estar de moda últimamente. Mucho más allá del ámbito de la simple biología –donde no es sorprendente que el abuelo Darwin siga siendo la figura más influyente de todo el panteón de esa ciencia; después de todo, como ya lo dijera Sewall Wright, “nada tiene sentido en biología si no es a la luz de la evolución”– el pensamiento darwinista ha comenzado a tener influencia en campos tan disímbolos como la química farmacéutica, la computación, la psicología, los estudios culturales y de comunicación, y hasta la filosofía.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">En un libro recientemente publicado (<i>La máquina de los memes</i>, Grijalbo, 2001), la psicóloga Susan Blackmore trata de resumir y sistematizar una de estas nuevas derivaciones de lo que el biólogo Richard Dawkins llama “darwinismo universal”: la teoría de los memes (singular mem), ideas, conceptos, o cualquier tipo de fragmentos de información mental que pueden ser transmitidos de cerebro en cerebro y que compiten entre sí en forma semejante a como lo hacen los genes en los organismos vivos.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">La idea básica es relativamente simple: los genes, por su propia naturaleza de “replicadores” o “replicones” (unidades de información genética capaces de reproducirse, o “replicarse”, en el lenguaje de los biólogos moleculares) son entidades que evoluciónan. El mecanismo es algo así: dada una variedad de posibles secuencias genéticas –genes–, aquellas que puedan reproducirse en mayor número y con mayor fidelidad comenzarán a predominar en una población dada, por sobre otros genes menos eficientes para replicarse. De este modo, el simple hecho de copiarse con eficiencia hace que un gen sea “exitoso”. Las posibles ventajas o desventajas que confiera al organismo que lo porta se convierten así no en causas, sino en efectos de la eficiencia reproductiva del gen. Esta es, a grandes rasgos, la teoría del “gen egoísta”, planteada hace años por el propio Dawkins.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">La idea de los memes, planteada también por este influyente especialista en comportamiento animal, es sólo una extensión del mismo concepto: ¿no existirán otro tipo de entidades capaces de reproducirse, cambiar y evolucionar en forma semejante a como lo hacen los genes? Claro que sí: las ideas.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Un ejemplo sencillo son las modas: a partir de una idea original que alguien tiene, una moda como, por ejemplo, el usar tatuajes o aretes en el ombligo, se va “contagiando” de cerebro en cerebro –muchas veces ayudada por factores como su utilidad, belleza o significado como señal de pertenencia a una comunidad. A lo largo del proceso, la moda va cambiando y transformándose lentamente: evoluciona, y puede llegar a universalizarse (o casi), o a extinguirse. Igualmente puede competir con otras modas “rivales”, llegando a dominar una en ciertas poblaciones y otra en grupos distintos (piénsese en el abismo que separa la moda de los “darks” de la de los “skatos”, por ejemplo).</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Los chistes son otro ejemplo de memes: una historia comienza siendo contada por su autor, y va siendo repetida –dependiendo de lo contagiosa que resulte, además de su efectividad para provocar la risa, entre otros factores– y en el proceso puede modificarse, cambiar e irse perfeccionando o deteriorando. Nuevamente, evoluciona.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">La utilidad de la idea de los memes es que pone a fenómenos psicológicos, sociológicos y culturales sobre una base biológica,<span style=""> </span>conectando así mundos que alguna vez parecieron separado por un abismo. Blakmore muestra, por ejemplo, cómo el pensamiento memético nos permite abordar cuestiones como la de por qué los seres humanos no podemos dejar de pensar continuamente. </span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Si suponemos que los memes –ideas– que permanezcan más constantemente en la conciencia de un individuo tienen mayores probabilidades de ser comunicados a otro individuo, puede esperarse que a lo largo del tiempo evolucionen memes perfectamente adapatados para hacer precisamente eso: estar dando vueltas una y otra vez en el cerebro que los aloja, esperando ser contagiados a otros cerebros. Naturalmente, este tipo de memes competirán unos con otros, con el resultado de que nuestros pobres cerebros acaban siendo colonizados constantemente, no porque los memes “pretendan” hacerlo, sino simplemente porque han sido seleccionados (en el sentido de “selección natural”) para ello.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Sin aceptamos esta propuesta, no es difícil brincar a otras explicaciones. Por ejemplo, acerca de la amistad. ¿Por qué existe la amistad? ¿Tiene alguna utilidad evolutiva –fomenta la reproducción de nuestros genes–, o podrá tener algo que ver con los memes?</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Una de las características principales de toda amistad es que se la busca sobre todo para platicar: compartir ideas, información, experiencias. Dicho de otro modo, para permitir que los memes que habitan nuestra mente se reproduzcan en la de nuestro amigo o amiga. Las constantes pláticas entre camaradas se pueden ver así como grandes y fértiles campos en los que los memes brincan de un cerebro a otro, aumentando el número de copias que dejan en las mentes por las que han pasado, cumpliendo así su único propósito: reproducirse. En el proceso, desde luego, estos memes cambian poco a poco, a la manera del “teléfono descompuesto” (el juego memético por excelencia), y van así evolucionando.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Por supuesto, la amistad tiene también obvias conveniencias desde el punto de vista genético: un individuo que tenga muchos amigos probablemente sobrevivirá, al igual que sus hijos, y se reproducirá con más eficacia que una persona aislada y solitaria. Pero esto no es obstáculo para pensar que los memes que fomentan las amistades no hayan influido también para desarrollar esta característica –la de formar constantemente amistadas– en nuestra especie.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Tomando en cuenta las ideas anteriores, ¿podría uno atreverse a ir aún más allá, y tratar de proponer una explicación memética del amor? Quizá no es necesario –después de todo, este sentimiento probablemente pueda ser analizado en términos de ventajas genéticas–, y definitivamente es prematuro, pero sería un campo interesante para explorar.</span></p><div class="blogger-post-footer">Derechos reservados, Copyright (R) 1997-2007, Martín Bonfil Olivera. Prohibido su uso comercial sin autorización del autor.</div>Martín Bonfil Oliverahttp://www.blogger.com/profile/05286138874576064756noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4883470106411659408.post-78016271628340957422001-04-18T09:20:00.001-06:002008-08-20T09:25:32.816-05:00Divulgación de la ciencia: fuera y dentro de la UNAMpor Martín Bonfil Olivera<br />(Publicado en <span style="font-style: italic;">Humanidades</span>,<br />periódico de la Dirección de Humanidades de la UNAM,<br />el 18 de abril de 2001)<br /><br />Recientemente ha corrido el rumor de que el CONACYT está muy interesado en promover la divulgación científica. Éstas son buenas noticias, pues de ser cierta, significarían que por fin se comienza a apreciar la importancia estratégica que esta actividad puede tener para promover el desarrollo del aparato científico y tecnológico nacional.<br /><br />Pero antes de que esto comience a sonar como discurso oficial, veamos un poco a qué puede uno referirse cuando habla de divulgación de la ciencia. Se trata de una actividad proteica (palabra que quiere decir “multiforme”, aunque en esta época de ingeniería genética y proteínas por todas partes el significado se confunde un poco...) y por lo tanto difícil de definir. Hay quien habla de divulgación científica cuando piensa en un museo de ciencias, en una revista tipo <span style="font-style: italic;">¿Cómo ves?</span> o <span style="font-style: italic;">Muy interesante</span>, o en una serie de conferencias sobre temas científicos. Otros consideran que sólo publicaciones de muy alto nivel, accesibles sólo para un público bien educado, como por ejemplo la revista Scientific american, pueden ser consideradas verdadera divulgación científica.<br /><br />Por otro lado, existe la discusión acerca de si el periodismo científico es una disciplina independiente, o sólo una variedad especializada de la divulgación científica. Los pedagogos y profesores, por su parte, parecen pensar que el objetivo de la divulgación debe ser apoyar el proceso enseñanza-aprendizaje tanto dentro del salón (creándose entonces confusión entre lo que es propiamente el material didáctico y la divulgación científica) o fuera del aula (la llamada “educación no formal”).<br /><br />De lo que casi nadie parece dudar es de la importancia de poner el conocimiento científico al alcance del público, de modo que pueda apreciarlo, comprenderlo y utilizarlo. Y aquí viene la paradoja, puesto que aunque todo mundo reconoce la importancia de la divulgación, poco se ha hecho para apoyarla y fortalecerla en forma seria.<br /><br />La UNAM, afortunadamente, tiene una larga tradición al respecto, que se materializa en la creación del Programa Experimental de Comunicación de la Ciencia, posteriormente transformado en Centro Universitario de Comunicación de la Ciencia (CUCC) y finalmente en Dirección General de Divulgación de la Ciencia (DGDC). A través de los años esta dependencia universitaria ha llevado a cabo proyectos tan importantes como las revistas <span style="font-style: italic;">Naturaleza </span>y <span style="font-style: italic;">¿Cómo ves?</span>, los museos de ciencias <span style="font-style: italic;">Universum </span>y de la Luz, la producción de libros y videos diversos y la puesta en marcha de exposiciones, cursos, ciclos de conferencias, talleres, páginas de internet y boletines varios. Al mismo tiempo, el CUCC/DGDC se ha convertido en una de las instituciones más destacadas en la formación de personal dedicado a la divulgación científica a través tanto del aprendizaje directo como del Diplomado en Divulgación de la Ciencia, que se imparte anualmente y en la definición de proyectos que luego han servido de guía y marcado pautas a nivel nacional.<br /><br />Y sin embargo, pareciera que actualmente a la divulgación científica no se le da, dentro de la estructura universitaria, la importancia que debiera tener. El translado del CUCC de la Coordinación de Difusión Cultural, donde estuvo originalmente, a la Coordinación de la Investigación Científica, significó enfrentarse a criterios ajenos a su esencia (la divulgación, aunque es parte de la actividad científica, no es investigación; se consagra a la comunicación del conocimiento científico al público no científico, no a crear nuevo conocimiento). Posteriormente, la transformación del CUCC en DGDC, llevada a cabo al inicio del rectorado de Francisco Barnés, significó la pérdida de su calidad de dependencia académica, para pasar a ser una entidad administrativa.<br /><br />Adicionalmente, la difícil situación política, económica y académica por la que atraviesa la UNAM ha hecho que los recursos para la divulgación disminuyan, y la situación laboral del personal dedicado en forma profesional a la esta actividad dentro de la UNAM no parece estar mejorando, sino al contrario.<br /><br />Finalmente, no parece claro que los funcionarios universitarios sean conscientes de la utilidad de poner la ciencia al alcance de las mayorías, y de formar y apoyar al personal dedicado profesionalmente a esta actividad. Sigue prevaleciendo, especialmente entre los investigadores científicos, la idea de que la divulgación es algo que puede hacerse sin mayor preparación, improvisadamente, sobre las rodillas.<br /><br />Incluso la idea de que las actividades de divulgación pueden redundar en beneficio de la ciencia nacional aún no es fácilmente aceptada. Recuerdo una triste ocasión en que, hablando con un alto funcionario, expresé lo conveniente que sería que el CONACYT apoyara las actividades de divulgación, puesto que esto mejoraría la percepción que el público general tiene de la ciencia y por tanto redundaría en un mayor respaldo público y social para el gasto nacional en ciencia y tecnología. La obtusa respuesta del burócrata fue preguntarme si contaba con las cifras para sustentar tan peregrina afirmación.<br /><br />Sin embargo, y a pesar de no contar con estos datos, hoy parece que el CONACYT ha decidido, por fin, poner manos a la obra y trabajar para que la sociedad que con sus recursos apoya el desarrollo científico y tecnológico nacional tenga una mejor percepción de la naturaleza e importancia de estas actividades. Y, esperamos, la apoye más decididamente. Ojalá que este esfuerzo pronto rinda frutos, en forma no sólo de programas y actividades de divulgación a nivel nacional, sino en el reconocimiento, dentro de los claustros universitarios, de la importancia y valor académico de esta actividad.<div class="blogger-post-footer">Derechos reservados, Copyright (R) 1997-2007, Martín Bonfil Olivera. Prohibido su uso comercial sin autorización del autor.</div>Martín Bonfil Oliverahttp://www.blogger.com/profile/05286138874576064756noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4883470106411659408.post-31211910514924581232001-03-21T20:18:00.000-06:002008-03-21T20:19:43.834-06:00Escepticismo y dogmatismo en ciencia<p><span class="Apple-style-span" style="color: rgb(85, 85, 68); line-height: 18px; font-family: tahoma;"><span style="font-style: italic;">por Martín Bonfil Olivera</span><br /><span style="font-style: italic;">(Publicado en </span>Humanidades,<br /><span style="font-style: italic;">periódico de la Dirección de Humanidades de la UNAM,</span><br /><span style="font-style: italic;">el 21 de marzo <span style="font-style: italic;">de 2001)</span></span></span></p> <p style="text-align: right; font-style: italic;" class="dedicatoria"><span lang="ES-TRAD">Para María Emilia Beyer, divulgadora entusiasta</span></p> <p class="primerprrafo"><span lang="ES-TRAD">Cuando se habla de la necesidad de poner el conocimiento científico al alcance del público, se dan justificaciones de lo más variado. Hay quien opina que sin un manejo de los conceptos básicos de la ciencia y la capacidad para ejercer el pensamiento científico una persona no puede considerarse educada. Hay quien piensa que sólo con una ciudadanía científicamente ilustrada podrá nuestro país dejar de ser subdesarrollado (aunque los políticos pervierten esta patriótica aspiración convirtiendo la educación científica en capacitación tecnológica, asegurando así nuestro futuro como nación maquiladora). Otros afirman que la ciencia es tan peligrosa que no puede dejarse en manos de los científicos, y que para poder responsabilizarnos de ella, todos tenemos que comprenderla, al menos en un nivel general. Finalmente, algunos piensan que es el valor estético e intelectual de la ciencia lo que justifica su difusión, de la misma manera que el resto de la cultura –no olvidemos que la ciencia forma parte de ella– se ofrece al pueblo en conciertos, exposiciones, publicaciones, cursos y festivales.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Ni qué decir tiene que, como divulgador de la ciencia, estoy básicamente de acuerdo con todas estas posiciones. Sin embargo, hoy quisiera hablar de otra justificación para esta labor: la de luchar contra el desconocimiento y la ignorancia acerca de los fenómenos naturales y de la misma ciencia, que muchas veces pone en peligro la posibilidad misma de seguir explorando la naturaleza de la manera más efectiva que ha encontrado el ser humano: mediante la investigación científica.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Veamos primero una vertiente del asunto. Todos hemos oído o leído, en algún momento, afirmaciones tales como que –para tomar el ejemplo que planteó hace poco una querida amiga– los hombres son infieles debido a un aminoácido especial que está presente en su metabolismo.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">La afirmación puede parecer neutra a quien no tenga mayor conocimiento del asunto, pero es tan triste –o tan grave, según se quiera ver– como el pensar que usando cristales de cuarzo, imanes en las suelas de los zapatos o balanceando un péndulo sobre la barriga de un enfermo, pueden curarse enfermedades que van desde una indigestión hasta un cáncer de hígado, pasando por el sida o la artritis. O que una lucecita en el cielo –o una fotografía trucada– son pruebas fehacientes de que existe vida en otros planetas, que esta vida es inteligente, que tiene civilizaciones más avanzadas que la nuestra, que ha construido naves interplanetarias (seguramente capaces de superar la velocidad de la luz) y que nos ha estado visitando desde hace cientos de años, vigilándonos y de vez en cuando secuestrando a un ser humano –de preferencia una muchacha buenona- para desarmarla y volverla a armar o tener sexo con ella.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Y sin embargo, existe gente que se gana la vida haciendo programas de televisión, dando conferencias y vendiendo videos y discos compactos sobre la existencia de extraterrestres que nos visitan. Y los sitios donde se leen las cartas, se hacen limpias o se imparte todo tipo de “medicina alternativa” proliferan a más no poder, gracias al dinero de la gente. ¿No es esto prueba de que hace falta divulgar la ciencia, explicarla y compartirla con el público, hacer que la entienda para no ser embaucado tan fácilmente?</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Desde luego que sí, aunque habría que matizar. Volviendo al ejemplo del aminoácido de la infidelidad, habría que comprender que los aminoácidos son sólo moléculas pequeñas que son utilizadas para construir las proteínas –moléculas más grandes, con diversas funciones– que conforman nuestro cuerpo. Es discutible que una proteína específica –o un gen, que es la instrucción para fabricar una proteína– pueda afectar nuestro comportamiento, aunque hay genes que lo hacen (e incluso moléculas relacionadas con los aminoácidos que participan en la transmisión de impulsos nerviosos). Pero pensar que un aminoácido pueda causar un comportamiento tan complejo como la infidelidad es simplemente ser víctima del reduccionismo más extremo (como lo es también, probablemente, pensar que un planteamiento tan simplista como que “los hombres son infieles” sea cierto sin más). De cualquier modo, opinaba mi amiga, sería mejor que el programa de televisión donde vio tamaño desbarro hubiera evitado tocar el tema, si no podía incluir información correcta. Por poner un ejemplo, ¿qué pensaría el lector si en una telenovela oyera a una de las protagonistas decir que el sol gira alrededor de la tierra una vez cada 24 horas?</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Desgraciadamente, la lucha contra seudociencias, supersticiones y charlatanerías es un terreno peligroso, donde es fácil caer en el exceso y convertirse en un dogmático de la ciencia. Ejemplo de ello son algunos grupos de “escépticos” cuyo trabajo es muy importante, pero que a veces, al tratar de combatir estas aberraciones, exageran la nota y llegan a descalificar ideas, teorías y áreas completas de investigación como inválidas sólo porque no se adaptan a una visión más bien simplista y positivista de la ciencia.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Por ejemplo, recientemente leí en la página electrónica de la revista “Skeptical Enquirer” (www.csicop.org) un artículo en el que se descalificaban, con argumentos más bien débiles y chatos, las ideas contenidas en el libro <i>La estructura de las revoluciones científicas</i>, de Thomas S. Kuhn (Fondo de Cultura Económica, 1971), una de las obras más influyentes de la filosofía de la ciencia de las últimas décadas. Lejos de entablar una crítica filosófica, el artículo se limitaba a afirmar categóricamente que la ciencia no sufre revoluciones como las descritas por Kuhn, sino una evolución más parecida a la darwiniana. Otras ideas que he visto descalificadas en esta revista y otras similares son el marxismo, los estudios sobre la ciencia y la filosofía darwinista.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">¿Cuál es el problema, entonces? En mi opinión, es simple: para criticar a los enemigos de la ciencia y defender adecuadamente a esta, hay que tener un conocimiento profundo de qué es y cómo funciona, no una visión dogmática. Finalmente, ¿no es el pensamiento dogmático lo más opuesto al espíritu científico?</span></p><div class="blogger-post-footer">Derechos reservados, Copyright (R) 1997-2007, Martín Bonfil Olivera. Prohibido su uso comercial sin autorización del autor.</div>Martín Bonfil Oliverahttp://www.blogger.com/profile/05286138874576064756noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4883470106411659408.post-86494950217091968462001-03-07T20:16:00.000-06:002008-03-21T20:17:47.506-06:002001: Odisea de ciencia ficción<p><span class="Apple-style-span" style="color: rgb(85, 85, 68); line-height: 18px; font-family: tahoma;"><span style="font-style: italic;">por Martín Bonfil Olivera</span><br /><span style="font-style: italic;">(Publicado en </span>Humanidades,<br /><span style="font-style: italic;">periódico de la Dirección de Humanidades de la UNAM,</span><br /><span style="font-style: italic;">el 7 de marzo <span style="font-style: italic;">de 2001)</span></span></span></p> <p class="primerprrafo"><span lang="ES-TRAD">Hace unos días fui a ver una película titulada <i>Planeta rojo</i>. Desgraciadamente, caí en el engaño de pensar que se trataba de una cinta de ciencia ficción, y sufrí una gran desilusión, pues el argumento, lleno de errores, huecos y trampas, puede ser calificado como cualquier cosa menos ficción científica. (La mercadotecnia que acompañó el estreno de la cinta, en cambio, fue un ejemplo de campaña bien orquestada para crear expectativa y conseguir una afluencia masiva de incautos espectadores).</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Lo triste es comprobar que el público, tan malacostumbrado a aguantar sin queja cualquier atentado que los estudios hollywoodenses, las distribuidoras de cine o las cadenas de salas cinematográficas quieran ejercer en su contra, muestra también una ausencia de criterio tal que resulta incapaz de diferenciar una buena película perteneciente a este género de un bodrio del tipo de aquellas viejas películas japonesas con monstruos de plástico que luchaban contra hombres vestidos con trajes de licra. (Por cierto, me quedé con ganas de ver otro estreno reciente que recupera esta línea: <i>Godzila 2000 contra el calamar extraterrestre</i>. Sobra decir que si deseaba verla era por puro morbo.)</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">De cualquier modo, convendría distinguir la buena ciencia ficción de la mala. Ya hace tres años hablé en este espacio un poco del tema, por lo que sólo mencionaré algunas características que el producto genuino debe reunir.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">En primer lugar, debe ser una obra de ficción que contenga elementos científicos, y que éstos que resulten centrales para la trama. Isaac Asimov solía plantear un escenario en el que todos los elementos eran congruentes con la ciencia conocida hasta el momento, añadiendo un solo elemento ficticio, para a partir de ahí construir un relato apasionante que siempre resultaba verosímil y coherente con el resto del conocimiento científico. Muchos autores de ciencia ficción proceden de modo similar, tratando de proyectar en su mente y en sus relatos, en congruencia con la ciencia conocida, un escenario futuro.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Es por esto que muchas veces se ha calificado a la ciencia ficción como “literatura de anticipación”, pues los mundos que plantea suelen ser posibles en el futuro real... aunque pocas veces lleguen a serlo en sus detalles. Son escasos los ejemplos como Julio Verne, quien en sus novelas predijo adelantos tecnológicos como el submarino, los viajes a la luna por medio de cohetes (aunque se trataba más bien de gigantescas balas disparadas por un monumental cañón tipo <i>columbiad</i>) y otros más.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Un caso que suele causar leve confusión es el gran maestro de la ciencia ficción Arthur C. Clarke </span><span style="font-family: Symbol;" lang="ES-TRAD"><span style="">-</span></span><span lang="ES-TRAD">reconocido por la película y novela clásicas del género: <i>2001: Odisea espacial</i>–, quien en 1945 propuso la posibilidad de colocar satélites en órbitas geoestacionarias, es decir, girando a la misma velocidad que la tierra. De este modo, los satélites parecerían estar inmóviles respecto al suelo debajo de ellos. Hoy la comunicación telefónica y por radio con todas partes del mundo es una parte indispensable de la vida moderna. Muchos consideran que éste es un ejemplo de predicciones de la ciencia ficción que pueden convertirse en realidad. El problema es que Clarke no planteó este desarrollo tecnológico en un escrito de ciencia ficción, sino en un artículo serio publicado en una revista técnica.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Un segundo elemento que requiere la buena (la verdadera) ciencia ficción es un respeto por el conocimiento científico. En otras palabras, excepto por el elemento fantástico que constituye el meollo de la historia, el argumento de ciencia ficción debe ser coherente con el conocimiento científico del momento. Esto explica por qué la ciencia ficción seria (buena) no tiene comparación con las historias fáciles tipo <i>Guerra de las Galaxias </i>o <i>Planeta rojo</i>, en las que se inventan en todo momento recursos como naves que viajan más rápido que la luz sin explicar cómo logran esta hazaña (hasta hoy considerada imposible según la teoría de la relatividad einsteniana), o peor, “fuerzas” sobrenaturales que confieren a los poseedores habilidades telepáticas, etcétera.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Pero basta de caracterizar a la ciencia ficción. Hablemos de su valor. Independientemente del valor literario, que muchas veces ha sido puesto en duda –yo aceptaría que puede tratarse de un género menor, pero uno que ha dado varias verdaderas obras maestras–, la ciencia ficción es un interesante puente que une el campo de lo científico con lo artístico. Es ciencia y es literatura. </span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Octavio Paz, humanista prototípico –aunque también humano, con todo lo que esto implica–, se interesaba por la ciencia, y trataba de leer algunos libros científicos para mantenerse informado de lo que pasaba en esa “otra” cultura que resulta cada vez más importante para comprender al mundo. En su libro <i>La llama doble</i>, dedicado a explorar los temas gemelos del erotismo y el amor, menciona dos anticipaciones del futuro humano. Una era 1984, de George Orwell, que planeaba una sociedad totalitaria y completamente controlada por medio de tecnología y métodos represivos que incluían la alteración del lenguaje y la realidad histórica con el fin de mantener el control absoluto del individuo por el estado. La segunda es “Un mundo feliz, de<span style=""> </span>Aldous Huxley, en la que la antiutopía era producto de la manipulación de óvulos fecundados, que permitía obtener clonas humanas de diversas categorías: en la punta de la pirámide social se hallaban los individuos alfa, cada uno producto de un óvulo fecundado sano e intacto. Después venían los beta, los gamma, y finalmente los épsilon, de los cuales se obtenía una docena por cada óvulo original, y que tenían capacidades severamente disminuidas por lo que eran usados como esclavos.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">Durante toda la segunda mitad del siglo <span style="font-variant: small-caps;">xx</span>, la amenaza del comunismo mantuvo a los Estados Unidos y a sus aliados bajo el temor de la predicción de Orwell. Paz se asombraba de ver cómo, con la caída del bloque socialista y los desarrollos en el campo de la ingeniería genética, la amenaza orwelliana resultó infundada, y la que parece hacerse presente es el futuro temido por Huxley.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD">En fin, podría concluir aventurando que el poder anticipador de la ciencia ficción no es quizá tan importante como su valor literario y su papel como un puente entre las ciencias y las humanidades. Es una de las maneras en que puede lograrse que la sociedad se informe y se cuestione acerca del futuro al que pueden conducirnos los avances técnicos y científicos. Finalmente, la ciencia ficción es un medio para volvernos más conscientes acerca del poder que deposita en nosotros el conocimiento que produce la ciencia.</span></p><div class="blogger-post-footer">Derechos reservados, Copyright (R) 1997-2007, Martín Bonfil Olivera. Prohibido su uso comercial sin autorización del autor.</div>Martín Bonfil Oliverahttp://www.blogger.com/profile/05286138874576064756noreply@blogger.com0