por Martín Bonfil Olivera
(Publicado en Humanidades,
periódico de la Dirección de Humanidades de la UNAM,
en diciembre de 1998)
Según parece, ya no sólo es la universidad, sino el país y el mundo entero los que están envueltos en cambios y modernizaciones. La culpable de todo parece ser la famosa globalización, junto con su tenebroso aliado, el neoliberalismo.
De cualquier modo, la última manifestación de la ola modernizadora en la unam parece ser el decreto, edicto o proclama (o como se llame) en que se establece que los investigadores de la máxima casa de estudios de nuestra nación tienen la obligación de dar cierto número de horas de clase, so pena de no recibir estímulos, complementos, tortibonos y demás.
Varias comunidades de investigadores -notoriamente los del área biológica- se han manifestado en contra de esta medida (los muy flojos). Recomiendo, antes de tomar una posición, revisar los pros y los contras.
En realidad la disposición no es nada nuevo: al parecer ya en el estatuto del personal académico (o como se llame -se ve que no soy muy adicto a la burocracia universitaria) está establecida la obligación que tienen los investigadores de dedicar parte de su tiempo a la docencia.
Entonces, ¿para qué tanta alharaca? Posiblemente los investigadores inconformes están pensando en que otras actividades que realizan también pueden contar como “docencia”. Las largas horas dedicadas a la formación de nuevos investigadores -entrenando, discutiendo y guiando los esfuerzos de prestadores de servicio social, tesistas de licenciatura, estudiantes de maestría, doctorado y posdoctorado- podrían ser consideradas como dedicadas a la enseñanza. Pero no.
Los cursos y seminarios impartidos en sus respectivos institutos y facultades para los mismos estudiantes también podrían aspirar a este estatus, pero tampoco.
La participación como jurados en exámenes de grado y de posgrado, el arbitraje de proyectos y tesis podrían -en un momento de debilidad- ser consideradas parte de la labor docente. Pues no.
Finalmente, la dictaminación de libros de texto o -lo que es peor- la escritura de los mismos, podrían tratar de hacerse pasar como docencia. Pero, nuevamente, no es así.
Los investigadores deben tener claro -según parece- que la única forma de ejercer la docencia es pararse en un salón frente a un grupo y dar clase.
Pero yo tengo algunos temores. ¿Qué pasa si al investigador definitivamente no le gusta dar clase? ¿Tendrá que hacerlo a fuerza? Espero que no, por el bien de sus posibles alumnos.
¿Y qué pasa si -como sucede con cierta frecuencia- el investigador es un pésimo, malísimo maestro? Antes de seguir, me disculpo con los muchos investigadores que son excelentes docentes: a ellos se debe la conseja de que para que una escuela o facultad valga la pena, debe tener al menos algunos investigadores dando clase. Su labor enriquece y aumenta la calidad de la enseñanza en esos planteles.
Pero no es a ellos a los que me refiero, sino a aquellos santos varones que no pueden dar clases sin que sus alumnos se duerman, se salgan del salón o comiencen a pensar en el suicido. A aquellos que no pueden bajar de su nivel ultraespecializado para compartir el conocimiento con los jóvenes para quienes los conceptos científicos son algo totalmente nuevo. A aquellos cuyos grupos reprueban en masa -a menos que sean “barcos”-, a esos cuya fama de pésimos maestros es reconocida por todos, esos a quienes todo mundo desearía recomendarles que mejor dedicaran de lleno sus esfuerzos a la creación de conocimientos -la investigación-, y dejaran la transmisión de conocimientos para quienes estén más dotados... sólo que nadie se atreve a decírselos porque son Investigadores (así, con mayúscula).
Después de todo, si un investigador eligió esa ocupación -y no la de profesor de carrera- es porque lo que quiere y sabe hacer es investigar, no enseñar (aunque, en realidad, así como las tres funciones sustantivas de nuestra universidad son la enseñanza, la investigación y la difusión de la cultura, los mejores universitarios, los más completos, son los que conjugan estas tres actividades).
Por otro lado, si mal no recuerdo una de las reglas de oro del sni (ese otro sistema de estímulos para convertir los malos salarios de los investigadores en algo decente sin tener que aumentarles el sueldo -y por tanto la jubilación, etc.) era la de no tomar en cuenta nada que no fuera investigación. Para el sni -creo- no vale ni la enseñanza ni la difusión del conocimiento científico.
Es decir, le están diciendo al investigador “no pierdas el tiempo en otras cosas, dedícate sólo a investigar”. Ahora la unam parece decir lo contrario: “no creas que con sólo investigar ya desquitas tu salario: también tienes que enseñar”.
¿O será -no me atrevo ni a enunciar esta herejía- que de lo que se trata es de ahorrar en sueldos de profesores de asignatura?