(Publicado en Humanidades,
periódico de la Dirección de Humanidades de la UNAM,
el 28 de enero de 1998)
Hace unas semanas causaron gran revuelo en México las declaraciones del científico estadounidense Richard Seed, quien pretende abrir una clínica en la cual se clonarían seres humanos. El objeto de dicha empresa sería (además de hacerse rico) ayudar a parejas estériles, haciendo posible que tuvieran un bebé idéntico a uno de los padres. Llama la atención que quien propone tamaña aventura sea no un biólogo molecular, sino un físico. Pero, más que eso, lo que escandalizó a la opinión pública fueron las desproporcionadas afirmaciones de Seed. Veamos.
En primer lugar, afirmó que pretende ir perfeccionando el proceso hasta llegar a producir 200 mil clones anualmente. Esto no puede sino causarnos estremecimientos, al hacernos pensar en Aldous Huxley y los “alfas” y “deltas” de su Mundo feliz. ¡Apenas estamos comenzando a darnos cuenta de los problemas éticos, sociales, políticos y hasta legales que plantea la clonación, y este individuo ya quiere establecer una fábrica de clones a escala masiva! Desde luego, su pretensión es, cuando menos, irresponsable.
Además, según Seed este sería una especie de “primer paso en la transformación de los seres humanos en dioses, pues dios quiere que el hombre llegue a ser su semejante” (o algo así). Creo que aquí sobra cualquier comentario. El tipo parece estar seriamente desequilibrado.
Pero lo que verdaderamente captó la atención de los medios, al menos de los nacionales, es su amenaza de que, si no lo dejan establecer su clínica en los Estados Unidos, pues recoge sus tiliches y se viene a México. Al fin que aquí no hay leyes y todo está permitido, ¿no?
De inmediato los diarios de la tarde anunciaron la noticia a ocho columnas, indignados. Y los diputados de todos los partidos, no menos ofendidos, hicieron declaraciones en las que pusieron de relieve no sólo su patriotismo y disposición a defender al país de los gringos invasores y sus amenazas científicas, sino su gran ignorancia en relación con la ciencia.
¿Por qué digo esto? Bueno, para empezar, cualquier biólogo molecular sabe que, a pesar del éxito logrado con la famosísima Dolly el año pasado, el paso de ahí a clones humanos es todavía gigantesco. No se sabe aún si los clones presentan problemas de envejecimiento prematuro o desarrollo de tumores cancerosos, por ejemplo. Además, para obtener un solo ejemplar viable, los creadores de Dolly tuvieron que hacer decenas de experimentos fallidos. El simple hecho de intentar clonar seres humanos y correr el riesgo de abortar una gran cantidad de fetos antes de lograr llevar un embarazo a buen término hace que la idea sea éticamente cuestionable, como lo afirmaron Ian Wilmut, del Instituto Roslin, en Escocia, jefe del equipo que creó a Dolly, y Harry Griffin, vicedirector del mismo.
Pero no sólo eso: la clonación de seres humanos requeriría de grandes sumas de dinero que no se pueden reunir así como así. Grupos de científicos, legisladores y público general se han manifestado en contra, y será difícil que una sola persona, por decidida y necia que sea, logre establecer un centro de clonación en gran escala. Y Bill Clinton, quien desde hace meses ya había intentado que se aprobara una ley prohibiendo la clonación de humanos en los Estados Unidos, ha aprovechado las declaraciones de Seed para convencer a los legisladores que se habían negado ello. De hecho, la oposición de Clinton fue originalmente la causa de las desafortunadas declaraciones de Seed.
Es por esto que afirmaciones como las que hicieron los diputados mexicanos suenan exageradas e ignorantes. Laura Itzel Castillo, del prd que dijo que “el gobierno debe estar alerta para impedir que científicos extranjeros, obsesionados con el fenómeno de la clonación, vengan a experimentar con mexicanos y se aprovechen del sentimentalismo para convencer a parejas que no pueden tener hijos para saciar sus locos deseos de competir con la naturaleza”. Esto no es más que el viejo mito del científico loco que puede lograr la aniquilación del humanidad; la historia de Frankenstein, una vez más. Esta imagen de la ciencia como una amenaza dificulta su avance y daña su imagen pública.
Muchas veces se ha dicho que “lo que puede hacerse, se hará”. Y es cierto: una vez que se puede, en teoría, clonar a un ser humano, pasará poco tiempo para que se haga con éxito. Pero esto no quiere decir que sea deseable que alguien como Seed (o como los integrantes del “movimiento raeliano”, que creen que los seres humanos son producto de experimentos genéticos de seres extraterrestres y ofrecen próximamente un servicio de clonación en alguna isla del Pacífico) se sienta libre de abrir una fábrica de clones.
Quizá lo que habría que hacer, en lugar de lanzar condenas amarillistas, es iniciar una amplia discusión a nivel mundial entre científicos, filósofos, sociólogos, médicos, especialistas en derechos humanos y en bioética, y en fin, con la participación de toda la sociedad. Y para ello se necesitaría primero que la información relativa a estos procedimientos fuera entendida por dicho público. En pocas palabras, se necesitan no prohibiciones, sino discusión.
No hay que tenerle miedo a “la clonación”, así, en abstracto, sino al uso perjudicial o irresponsable de una tecnología tan poderosa. En una próxima entrega hablaremos con más detalle acerca de este tema y de los muy diversos tipos de clonación que se hacen cotidianamente en México (y en todo el mundo) desde ya hace bastante tiempo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario