26 de noviembre de 1997

Ciencia, sociedad y museos

por Martín Bonfil Olivera
(Publicado en Humanidades,
periódico de la Dirección de Humanidades de la UNAM,
el 26 de noviembre de 1997)


Los museos de ciencia se han convertido en una atracción en muchas grandes ciudades de nuestro país. Gracias al “boom” de construcción de museos y centros de ciencias que se inició con el proyecto del museo de ciencias de la unam, y que culminó con la inauguración de Universum el 12 de diciembre de 1992, se cuenta actualmente con alrededor de 14 de estas instituciones en el país.

El vii congreso nacional de la Sociedad para la Divulgación de la Ciencia y la Técnica (somedicyt), celebrado en la ciudad de Puebla del 12 al 15 de noviembre de este año, estuvo dedicado al tema “museos y centros de ciencias”. Entre los muchos temas de interés que ahí se discutieron, se habló del futuro de los museos de ciencias. En particular, una de las tendencias más notorias ¾y probablemente más benéficas¾ que se observaron fue la de que se están comenzando a construir centros de ciencias de dimensiones reducidas en poblaciones pequeñas. Un ejemplo notable de esto es el centro que se ha estado desarrollando en Atlixco.

Estos centros, en varios casos financiados y construidos por los propios vecinos de la comunidad, tienden a ser más modestos que los grandes museos que se encuentran en ciudades grandes como el d. f., Monterrey, Jalapa, León, Culiacán y varias otras. Pero lo más importante es que a diferencia de estos grandes proyectos, que normalmente son planeados, construidos y operados por instituciones gubernamentales o universitarias, los nuevos centros comunitarios de ciencias, al ser obra de las comunidades, se hallan mucho más ligados a éstas. Los propios habitantes son quienes construyen gran parte de los aparatos que se exhiben; en la construcción del edificio participan arquitectos y albañiles locales, y los cursos y demás actividades son planeadas y realizadas por vecinos.

Es claro que estos centros, al estar mucho más en contacto con la comunidad, prestan un servicio que va mucho más allá de la simple exhibición de aparatos científicos. Sirven como lugares en que los habitantes de la población realizan actividades en conjunto, y se integran muy estrechamente en la vida de la comunidad.

Un ejemplo particularmente interesante de este tipo de centros, aunque en este caso no se trata propiamente de un museo o centro de ciencias, pues no cuentan con exhibiciones ni exposiciones de ninún tipo, son los tres “Centros del Saber” que coordina el centro de ciencias Explora, de León, Guanajuato.

12 de noviembre de 1997

Bultos humanos sin cerebro

por Martín Bonfil Olivera
(Publicado en Humanidades,
periódico de la Dirección de Humanidades de la UNAM,
el 12 de noviembre de 1997)


No, el título no se refiere a quienes Nikito Nipongo llama "moluscos acéfalos" (y de ahí que a las tonterías que declaran en público las llame "perlas").

Los bultos a los que me refiero sí son, sin embargo, producto de la mente de un científico que, si no de tontería, peca al menos de una gran falta de percepción de la opinión pública. Ha propuesto la creación, mediante las técnicas de recombinación artificial de adn (conocidas popular, aunque exageradamente, como "ingeniería genética") de "bultos" humanos vivos que puedan servir como fuentes de órganos de refacción para ser usados en transplantes. Y para probar que la hazaña es posible, creó fetos de renacuajo sin cabeza ni sistema nervioso. El paso de ahí a los humanos, aunque complejo y tal vez tardado, es perfectamente factible.

Pero debería modificar lo que acabo de escribir: hasta hace poco, el llamar "ingeniería" a las técnicas que los biólogos moleculares usan para modificar el material genético de los organismos era exagerado o, al menos, muy pretencioso. Se supone que un ingeniero diseña cuidadosamente y con pleno conocimiento estructuras o aparatos para que cumplan ciertas funciones en forma precisa. Los biólogos moleculares pueden manipular los genes de seres vivos cada vez más complejos (bacterias y virus, hongos, plantas, protozoarios, peces, reptiles y hasta mamíferos, incluyendo humanos). Descubrían, en gran medida por prueba y error, la función de algún gen y luego podían "apagarlo" o bien "copiarlo" a otro organismo que no lo tuviera. Pero no se podía decir que diseñaran organismos.

Sin embargo la propuesta que tanto impacto ha causado recientemente en la prensa mundial "apagar" los genes que controlan la construcción de la cabeza y el sistema nervioso de un vertebrado para producir un "envoltorio" vivo de órganos de refacción me hace pensar que tal vez ya ha llegado la tan temida hora en que se puede hacer verdadera ingeniería genética para producir nuevos organismos a la medida de nuestras ambiciones.

Hasta ahora yo, como alguien que tiene una formación básica en biología molecular y como divulgador de la ciencia, he mantenido una postura opuesta al amarillismo que ve en cada avance de la genética una amenaza para la humanidad. Sean bacterias que evitan que los cultivos de fresas sufran daños por heladas, jitomates que resisten mejor las plagas, ovejas clonadas en serie o que producen hormonas humanas, o la obtención artificial de gemelos idénticos al partir en dos un óvulo fecundado, me parece que todo avance en esta área merece ser tratado como lo que es: un logro técnico que nos da la posibilidad de mejorar nuestras condiciones de vida. Pero el que algo se pueda hacer no quiere decir que se deba hacer.

Los experimentos del doctor Jonathan Slack, de la Universidad de Bath, en Inglaterra, abren, me parece, una puerta que puede conducir a derivaciones muy peligrosas. La actitud de los investigadores de Bath, con su argucia legal de crear fetos de renacuajo sin cabeza para ser destruidos antes de que cumplieran los siete días de vida a partir de los cuales la ley otorga derechos a los animales, me recuerda a los abogados de las películas (y a los de la vida real), que logran sacar a sus clientes de la cárcel gracias a lagunas legales aun cuando sepan perfectamente que son culpables.

La idea de que, sólo por carecer de cabeza, cerebro o sistema nervioso, un ser humano ya no puede ser considerado como tal y por tanto ya no hay restricciones legales ni éticas en su manejo, es muy peligrosa. No en balde existen moratorias internacionales para la manipulación genética de embriones humanos. No se trata de decir que nunca debe hacerse nada en esta área (yo no creo en la "esencia intocable y divina del ser humano"), sino que hay que pensarlo muy, muy bien antes de comenzar a experimentar con técnicas así de poderosas. La soberbia de los científicos y técnicos en inglés se la conoce como hubris les hace muchas veces suponer que, si entienden cómo hacer algo y pueden hacerlo, tienen derecho a hacerlo.

Tal vez la idea de los paquetes vivientes es buena, pero es muy difícil estar seguros de que se haga de la forma correcta. En casos como éste saber qué es lo correcto no es nada fácil, y es deber de la sociedad dejar claro que, cuando está en cuestión la esencia misma de qué es un ser humano, los científicos tienen que compartir la responsabilidad de sus acciones con filósofos, humanistas, sociólogos, médicos y hasta políticos y religiosos... en fin, con la sociedad completa, antes de comenzar a actuar.

¿Qué podemos hacer los ciudadanos comunes y corrientes? Para empezar, interesarnos, estar informados y opinar. Exactamente lo que se espera de cualquier miembro de una democracia.