21 de mayo de 2003

Tecnoamenaza microscópica (o los placeres de la paranoia)

Por Martín Bonfil Olivera
(Publicado en Humanidades,
periódico de la Coordinación de Humanidades de la UNAM,
el 21 de mayo de 2003)


Todo comenzó con el anuncio de una mesa redonda sobre nuevas tecnologías. “La convergencia tecnológica: nanotecnología, biotecnología, informática... ¿el futuro de la ciencia?”, anunciaba el cartel. Estaba ilustrado con un fragmento del infierno del famoso tríptico del Jardín de las Delicias, de Hyeronimus Bosch (El Bosco), en el que se observa un humano con cabeza de pájaro y una olla de sombrero, sentado en un trono, que devora a un ser humano mientras defeca a otro dentro de una burbuja. Pero para mí quedaba claro, por lo simbólico de la ilustración, que el tema de la mesa redonda debía ser algo muy peligroso.

El texto que acompañaba a la imagen eliminaba cualquier duda: “Nuevas y poderosas tecnologías con gran potencial militar (como genómica, neurociencias, robótica, informática y la más significativa de todas: la nanotecnología o tecnología atómica [sic]), están siendo desarrolladas principalmente por el gobierno de Estados Unidos, sin que la sociedad tenga prácticamente ninguna información sobre éstas ni sobre sus proyectos. Invitamos a este panel para compartir nuestra investigación sobre estas tecnologías, el contexto en que se desarrollan, y sus posibles consecuencias.”

Decidí asistir, con el fin de enterarme de la versión que el grupo ETC (Grupo de Acción sobre Erosión, Tecnología y Concentración) tenía del asunto, y quizá para expresar la opinión de un divulgador de la ciencia (yo).

Por coincidencia, unos días antes un amigo me había enviado una nota periodística muy curiosa: el príncipe Carlos de Inglaterra había convocado a la prestigiosa Royal Society de Londres (la institución científica más antigua del mundo) a debatir los riesgos de la nanotecnología, bajo la impresión de que esta disciplina -que busca producir máquinas de tamaños submicroscópicos (nano se entiende como apócope de nanómetro, la millonésima parte de un milímetro), compuestas por relativamente pocos átomos- podría llegar a crear una especie de virus artificiales que acabaran con la vida en el planeta. La idea es que los científicos y tecnólogos, apoyados por las grandes empresas y el gobierno estadounidense, están tratando de desarrollar nanorrobots capaces de reproducirse a sí mismos, que posteriormente podrían (como tiene que ser, según el canon anticientífico establecido por Frankenstein) salirse de control y apoderarse del mundo.

Pues bien, resulta que la principesca angustia fue causada por la lectura de un documento llamado The big down (traducido extrañamente como “la inmensidad de lo mínimo”), escrito por el activista Pat Mooney y distribuido precisamente por el grupo ETC. La noticia había salido a la luz el día de la mesa redonda, causando curiosidad y risas en la comunidad científica de todo el mundo. Los organizadores de la mesa, sin embargo, no tuvieron empacho en vanagloriarse del “apoyo” que estaban recibiendo del real personaje.

La convocatoria para la mesa, que se realizó en la Facultad de Economía, había sido distribuida ampliamente en la UNAM, así como en los medios de comunicación. Yo esperaba encontrar un discurso relativamente moderado, cauteloso, que tratara de convencer por medio de una historia más o menos creíble.

Lo que me encontré fue exactamente lo opuesto: ciencia ficción pura. No puedo negar que los ponentes contaban con datos bastante precisos, pero la historia que hilvanaban, con base en sus muy peculiares interpretaciones de esos datos, y sobre todo las predicciones que pretendían deducir de ellas, eran tan increíbles como las space operas (novelones tipo Guerra de las Galaxias) que le recetan a los estudiantes de Dianética y Cienciología.

Junto con la historia de la amenaza de la nanotecnología fuera de control (que denominan grey goo, o plasta gris), este grupo, al que netamente puedo denominar anticientífico, propaga la llamada (por ellos) “teoría del pequeño BANG”. Basada en las iniciales de Bit, Átomo, Neurona y Gen (objetos de estudio de las nuevas y peligrosas tecnologías que tanto temen los de ETC: informática, nanotecnología, neurociencias y biotecnología), la “teoría” advierte que el gobierno de los Estados Unidos está promoviendo la fusión de estas cuatro ramas para “garantizar la dominación... tanto militar como económica en el siglo 21”.

¿Por qué es anticientífico el enfoque de este grupo? Después de todo uno podría pensar que simplemente tratan de advertir a la sociedad sobre posibles peligros de las tecnologías futuras.

Pero hay varias pistas que delatan la agenda oculta del grupo. Una es la burda estrategia que usan de cambiar nombres para crear asociaciones negativas (la sigla BANG, por ejemplo, o proponer que a la nanotecnología se la llame “tecnología atómica”).

Otra es su confusión entre ciencia y la tecnología (aunque lo mismo se podría decir del Conacyt...), así como la visión amenazante que tienen de ellas (a diferencia del Conacyt, afortunadamente). En su opinión, la meta de los Estados Unidos es desarrollar los nanorrobots autorreplicantes para poder así ¡manipular las mentes de la gente! La prueba de ello, según ETC, es que se está tratando de desarrollar un mapa de cada neurona del cerebro humano. Matrix combinado con el Big Brother de George Orwell.

Otra pista es la manera tramposa en que argumentan: si algo podría ser peligroso (ciencia ficción), pero no hay datos para evaluar si ese riesgo es realista (ciencia), ETC decide que está comprobado y hay una conspiración para ocultarlo (amarillismo). También liga datos inconexos para crear la ilusión de riesgo, como cuando afirman que las nanopartículas que forman parte de la contaminación causan daño a la salud, y concluyen que la nanotecnología causará daños a la salud.

Pero lo más notorio, a pesar del barniz superficial que presentaban los oradores de la mesa, aparentando ser expertos en ciencia, era su gran ignorancia en cuanto a los temas científicos.

En efecto: a pesar de manejar palabras y conceptos científicos sencillos, los conceptos en los que se basa la visión apocalíptica de ETC contienen graves errores. Uno que ha sido señalado por la prensa mundial es la extraña concepción que tienen de la nanotecnología: parecen pensar que los átomos pueden manipularse como si no estuvieran sujetos a las leyes de la química, formando enlaces unos con otros. Creen que los átomos se pueden manipular como si fueran ladrillos inertes.

He aquí otras perlas que alcancé a pescar durante la mesa:

“Creemos que la nanotecnología va hacia la manipulación subatómica” (como si también electrones y protones se pudieran manejar como ladrillos –las reacciones nucleares vistas como sencillos rompecabezas).

“A escala nanométrica, los átomos de oro son rojos” (a escala nanométrica, el concepto de color pierde sentido. Quizá querían decir que las partículas nanométricas de oro, no los átomos, vistas macroscópicamente, son rojas).

“Los trabajos de los bio-nanotecnólogos (otro invento de ETC) tienden a borrar la diferencia entre lo vivo y lo no vivo” (no es ninguna novedad: desde el advenimiento de la biología molecular se sabe que no hay ninguna “esencia” que distinga a lo vivo de lo inerte, excepto su alto nivel de organización).

“Gracias a la nanotecnología, de basura se podría hacer una hamburguesa” (sólo si se lograra la transmutación alquímica de los elementos, pues una hamburguesa está hecha de elementos distintas que la basura).

El problema con grupos como ETC es que son gente que sabe muy poca ciencia, pero es suficientemente hábil en su discurso como para que su público –que no sabe nada de ciencia– les crea cuando se hacen pasar por expertos.

El discurso amarillista que manejan les asegura amplia aceptación en una prensa cada vez menos dispuesta a dedicar un espacio a la ciencia. Un ejemplo: el periódico La Jornada cuenta entre sus columnistas a Silvia Ribeiro, miembro de ETC y destacada por su furiosa oposición a todo lo que huela a biotecnología, genómica, y ahora nanotecnología, así como por la dudosa calidad de su información “científica”. (Y al mismo tiempo, hace muchos meses que La Jornada suspendió la publicación de su suplemento de ciencia.)

Quienes nos dedicamos a divulgar la ciencia tenemos un compromiso no sólo con compartir con el público los placeres y la importancia de la actividad científica y del conocimiento que produce: también tenemos que señalar los errores y tergiversaciones que grupos como ETC, lamentablemente, difunden en los medios. Después de todo, su verdadero objetivo no parece ser fomentar el bueno uso de la ciencia, sin combatir su desarrollo. ¿Se tratará, después de todo, de una conspiración imperialista para impedir que haya ciencia en otras partes del mundo? (Pero no, en realidad no lo creo: se trata simplemente de una gran dosis de ignorancia combinada con el enemigo de siempre: la tontería.)