(Publicado en Humanidades,
periódico de la Dirección de Humanidades de la UNAM,
el 16 de mayo de 2001)
“Tito, Tito, capotito, sube al cielo y pega un grito. ¿Qué es?” Así rezaba una adivinanza muy popular, cuya respuesta era invariablemente “el cohete”. El grito, por supuesto, era la colorida explosión que normalmente acompaña a los petardos empleados en ferias y festejos.
Afortunadamente, el cohete en el que viajó Dennis Tito, millonario californiano que tuvo el dinero y la voluntad suficiente para convertirse en el primer “turista espacial”, no sufrió ningún tipo de explosión. Eso sí, seguramente este Tito sí habrá pegado varios gritos, pero de júbilo (“fue como estar en el paraíso”, dijo a su regreso). Y no es para menos, pues logró cumplir un sueño que había acariciado largamente y que muchos otros seguramente querrían compartir (como lo atestiguan las decenas de aspirantes que supuestamente ya se apuntaron en la lista para hacer un viaje a la Estación Espacial Internacional). Originalmente su excusión estaba planeada para visitar la estación MIR, pero como ésta había excedido su vida útil y tuvo que ser destruida, la estancia de Tito se cambió al proyecto internacional.
Al parecer, el viaje de Tito costó la friolera de 20 millones de dólares –lo que pone al turismo espacial un poco fuera del presupuesto de la mayoría de nosotros–, y fue realizado no a bordo de una nave estadounidense –como hubiera sido lógico esperar–, sino de un cohete Soyuz ruso. De hecho, la NASA se opuso a que los rusos enviaran al millonario al espacio, e incluso amenazaron con prohibir su ingreso a la parte estadounidense de la estación espacial. Destacó la ligeramente cínica crítica de John Glenn, el septuagenario astronauta y ex senador gringo, quien afirmó que el viaje de Tito era un uso incorrecto para la estación, que se supone debe usarse para fines de investigación. Recordemos que hace unos años Glenn logró volver al espacio a los 77 años de edad, viaje que muchos consideraron como un capricho que logró cumplir gracias a su puesto en el senado.
De cualquier modo, el viaje de Tito lo pone a uno a pensar en muchas cosas. En primer lugar, lo más obvio: la posibilidad de realizar viajes turísticos al espacio, a la luna, algún día quizá a Marte... ¿qué tan realista será esta idea, antes sólo posible en la ciencia ficción?
Y más allá de las posibilidades e implicaciones del turismo espacial, ¿qué nos dice el viaje de Tito acerca de la utilidad que tiene seguir desarrollando la ciencia y la tecnología que permiten los viajes al espacio?
Un argumento que se oye frecuentemente a favor de estas inversiones es el que cuestiona la validez, e incluso la ética, de gastar grandes cantidades de dinero en proyectos como mandar hombres a la luna o explorar otros planetas con sondas que cuestan cifras de 6 ceros en dólares, mientras por otro lado millones de seres humanos viven en la extrema pobreza o mueren de hambre aquí en la tierra.
Hay varias respuestas posibles a este cuestionamiento: uno es la importancia de explorar otros mundos, no sólo por el conocimiento mismo que se obtiene, sino por la tecnología que se desarrolla colateralmente a esta empresa. Muchas de las comodidades de que gozamos en la vida moderna –los privilegiados que podemos gozar de ellas, no olvidemos que una gran fracción de la población del planeta no cuenta ni siquiera con servicios básicos como agua corriente, electricidad o teléfono- son producto de las investigaciones tecnológicas que se hicieron en la década de los 60 para poder llegar a la luna. Todavía hoy seguimos recibiendo avances técnicos como nuevos materiales, alimentos, tecnología computacional y de comunicaciones que directa o indirectamente son derivadas de la investigación espacial.
Y sin embargo, no puede negarse que el viaje de Dennis Tito no parece haber aportado ningún beneficio importante para la humanidad -ni siquiera para un parte de ella. Lo único que parece haber demostrado es que, si uno tiene el dinero suficiente, puede hoy cumplirse caprichos tan extraños como hacer turismo en una estación espacial.
Ante esta realidad, la visión cínica que afirma que la ciencia y la tecnología son manifestaciones de un sistema capitalista que sólo busca la dominación y el enriquecimiento de unos cuantos, bajo el pretexto de la búsqueda del conocimiento. Cuesta trabajo no caer en este tipo de pensamiento. Consideremos, como un intento de antídoto, los riesgos de pensar así. ¿qué pasaría si proliferara la visión de la ciencia como un “gasto”, una empresa que no es costeable para una sociedad que enfrenta retos mucho más urgentes?
La consecuencia inmediata sería el empobrecimiento y quizá la desaparición del sistema científico, lo cual a su vez nos privaría de una de las fuerzas sociales que han resultado más influyentes en el rumbo de la humanidad en los pasados siglos. El peligro de perder de vista los amplios y múltiples beneficios que la investigación científica y tecnológica –en todas sus manifestaciones- nos proporcionan, deslumbrados tan sólo por el mal ejemplo de Tito y su capricho espacial es que nos ocupemos sólo de lo urgente, olvidando lo importante: que enfoquemos nuestros recursos sólo a los problemas del momento, y olvidemos el desarrollo que debemos mantener para el futuro.
Después de todo, no hay que olvidar que la ciencia y la tecnología sirven para muchas, muchas más cosas que para poner una sonrisa en el rostro de un millonario californiando de edad madura que siempre soñó con viajar al espacio.
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