2 de mayo de 1997

Di sí ala ciencia ficción

por Martín Bonfil Olivera
(Publicado en Humanidades, periódico de la Dirección de Humanidades de la UNAM)
2 de mayo de 1997


En mi anterior colaboración, hablando de ciencia ficción, usé algunas expresiones como “productos comerciales de segunda” y “ciencia ficción barata” al referirme a La guerra de las galaxias y Viaje a las estrellas. Como no quisiera quedar como alguien que no aprecia la ciencia ficción (por el contrario, soy aficionado), he decido comentar aquí algunas de mis opiniones respecto a este género.

En primer lugar, hay que pensar qué tan conveniente resulta el nombre mismo: algunos afirman que “ciencia ficción” es una mala traducción del inglés science fiction, y que deberíamos referirnos al género como “ficción científica”. Otros consideran mejores términos como “relatos de anticipación” o hasta engendros como “fantaciencia”. Yo me inclino por aceptar los hechos consumados, así que usaré “ciencia ficción”.

Como segundo punto habría que definir el género, lo cual a primera vista parece fácil. Aparte de los dos ejemplos ya mencionados, tenemos novelas como 2001: Odisea espacial, de Arthur C. Clarke; la trilogía de Fundación, de Isaac Asimov; la serie de Dune, de Frank Herbert, y las novelas de Larry Niven, Orson Scott Card y muchos, muchos otros ejemplos (no habría aquí espacio para mencionarlos, además de que -la aclaración sobra- no soy un experto en el campo). Todos estos son reconocidos amplia y claramente como productos de ciencia ficción. Pero hay otros casos en que la distinción no es tan clara, como cuando hablamos de programas de TV como Mi marciano favorito, Perdidos en el espacio o Mork y Mindy, o de novelas en que las referencias a aspectos científicos y tecnológicos se mezclan con lo sobrenatural o lo francamente fantástico -como, hadas, duendes y dioses. Las obras de H. G. Wells se consideran generalmente ejemplos clásicos de ciencia ficción, pero no así las de Julio Verne (tendría que escribir “Jules Verne” pero yo siempre lo conocí como Julio). ¿Es Frankenstein una novela de ciencia ficción, o de terror? Supongo que depende del interés del lector.

Quizá lo que habría que hacer es definir las reglas para hacer ciencia ficción. Esto nos lleva al problema central del que quiero hablar: la distinción entre “buena” y “mala” ciencia ficción. Pero permítame el lector no usar términos tan (para no desperdiciar la cacofonía) terminantes. Hablemos mejor de ciencia ficción “rigurosa” (lo que los gringos llamarían hard) y ciencia ficción “laxa” o “comercial” (soft). El gran maestro Asimov (no le digo así por veneración personal -aunque ganas no me faltarían-, ni tampoco fue masón; se trata de un título que la comunidad de ciencia ficción de los EUA confiere a los más grandes exponentes del género) describía más o menos así las reglas del juego. Para hacer ciencia ficción rigurosa:

1) Se toma una situación “real” y se plantea un aspecto científico, sólo uno, en que el mundo del relato difiera del nuestro. ¿Ejemplos? Una Inglaterra de principios de siglo en la que un hombre construye una máquina para viajar al pasado o al futuro; una colonia de humanos en la Luna, dentro de algunos años o siglos; un hombre que logra volverse invisible; una Tierra en la que toda la población vive en cuevas subterráneas, lejos de luz del Sol; una sociedad que cuenta con robots cada vez más perfectos; un mundo en el que el agua es un recurso más raro que el oro.

2) A continuación, se extrapola, en forma realista, para explorar las consecuencias que tendría sobre la situación ese aspecto distinto. Pero el chiste es no “sacar conejos del sombrero”: aparte de ese “algo” sorprendente que plantea el escritor, todo lo demás debe resultar “normal” y creíble. Aquí es donde productos como La guerra de las galaxias quedan fuera del juego de lo riguroso y se vuelven comerciales: en ellos, siempre puede aparecer otro aspecto inesperado, muchas veces en el momento preciso para salvar al héroe. Es un poco como escribir una novela de detectives en la que, en el momento en que lo necesitara, el escritor hiciera aparecer un recurso o personaje nuevo para resolver el misterio (recordemos el famoso baticinturón de Batman).

Uno de los aspectos que más se le ha criticado a La guerra..., por ejemplo, es el uso de “la fuerza”, ese poder místico que proporciona habilidades sobrenaturales a los caballeros Jedi. ¿No se trataba de una película de ciencia ficción? ¿Por qué meter entonces esa fuerza misteriosa? Lo cual no le quita nada de lo divertido o entretenido que pueda resultar la película, por supuesto... sólo que no es ciencia ficción; no rigurosa, al menos. No de la que los expertos consideran verdadera ciencia ficción.

Asimov, y muchos de sus colegas, opinan también que la ciencia ficción fomenta que la población conozca y entienda los conceptos y avances científicos y tecnológicos, es decir, que en cierto modo se trata de un medio de divulgación de la ciencia. Una razón más para apoyarla.

¿Cuál es el panorama en México? Existe una sociedad de aficionados a la ciencia ficción (de hecho, he oído que van a tener un congreso a principios de mayo en el D. F.); también hay al menos una revista que puede conseguirse en tiendas como Sanborns: la revista Asimov, que en parte traduce material de la edición original en inglés y en parte presenta el trabajo de autores mexicanos del género. Y no olvidemos los dos o tres premios para cuentos de ciencia ficción que existen en el país. Es más, hay hasta algunos intentos de hacer ciencia ficción en el cine, como La invención de Cronos. Lo siento: las viejas películas del Santo, con sus marcianos pintados de plateado, no cuentan...

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