15 de enero de 1997

¿La ciencia es cultura?

Martín Bonfil Olivera
(Publicado en Humanidades, periódico de la Dirección de
Humanidades de la UNAM)
Enero de 1997

En otras ocasiones en que he sugerido la publicación, en un contexto cultural, de algunos textos en los que se hablara de temas científicos, me he encontrado con la respuesta de que sería más adecuado publicarlos en algún medio dedicado a la ciencia.

Sin embargo, y siguiendo las ideas de Charles Percy Snow, de cuyo famoso ensayo “Las dos culturas” toma su nombre esta columna, estoy convencido de que la división de la cultura en “ciencias” y “humanidades” resulta artificial e inútil y hasta dañina. Por ello creo que, en vez de limitar a la ciencia a las revistas especializadas, resulta mucho más atractivo e interesante incluirla en una publicación en la que se habla de todas las otras facetas de la cultura, como las artes, las humanidades y los eventos de interés público, hasta la influencia de la cultura de la computadora en nuestra vida y nuestro trabajo (por ejemplo, los artículos que se publican aquí sobre computadoras, redes, etcétera).

Según Ruy Pérez Tamayo, es una lástima que siempre se coloque a la ciencia separada del resto de la cultura, como si no formara parte del mismo mundo que el arte, la política, la economía, las humanidades y todos los demás productos de la creatividad humana. Y es también una lástima que se la coloque siempre, sin fallar, aparejada con la tecnología (pensemos, por ejemplo, en el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología).

El problema es que, a pesar de estar relacionadas íntima y recíprocamente (la tecnología avanza gracias a los adelantos de la ciencia, pero ésta última también aprovecha en su beneficio los avances tecnológicos), la ciencia y la tecnología son actividades muy distintas. Mientras que la primera busca la creación de conocimientos, la tecnología busca la producción de bienes de consumo y servicio. Si pensamos en su función, sus objetivos y sus procesos creativos, y no tanto en sus aplicaciones, la ciencia está mucho más cerca de otras disciplinas creativas como las artes y las humanidades.

Los hábitos, sin embargo, son difíciles de romper y, aunque hay algunas excepciones, en la mayoría de los medios de comunicación en los que se habla de ciencia siempre se la mantiene apartada de las demás manifestaciones culturales y se la incluye (cuando se la incluye) junto con las noticias sobre educación, o de plano junto a la información sobre tecnología o finanzas.

¿Para qué quiere una persona de cultura media (o alta) saber de ciencia? En primer, lugar, hay que dejar claro que ya está en contacto con la ciencia. Se la encuentra a cada momento en los dispositivos mecánicos, eléctricos y electrónicos que permiten el funcionamiento de los aparatos electrodomésticos y de los medios de transporte, en las ondas electromagnéticas que transmiten la información de los medios de comunicación, en las moléculas sintéticas que forman parte de nuestros alimentos, nuestras medicinas, nuestra ropa... Y conocer la ciencia que hay detrás de todas estas cosas nos permitirá no sólo controlarlas mejor, sino conocerlas, entenderlas, disfrutarlas y hacerlas nuestras, enriqueciendo así nuestra experiencia vital diaria.

Pero no sólo eso: la ciencia es una de las fuerzas más importantes que influyen sobre los rumbos de las sociedades modernas, y la responsabilidad de su control no debe estar sólo en manos de los científicos ni de los gobernantes. Toda la sociedad debe poder opinar y tomar decisiones respecto a las cuestiones en que intervenga la ciencia, y para hacerlo es indispensable contar con un mínimo de cultura científica.

Finalmente, el dinero con el que se financia la mayor parte de la investigación científica, que como sabemos se lleva a cabo principalmente en las universidades, proviene de las arcas públicas. Los científicos, por lo tanto, también tienen una responsabilidad social: deben poner a disposición del pueblo el conocimiento que producen. No es que tengan que hacerlo directamente, pues no es su actividad principal ni han sido entrenados para ello (aunque existen casos, desafortunadamente excepcionales, de grandes investigadores científicos que a la vez son grandes comunicadores). Pero sí deben hacerlo colaborando con los comunicadores profesionales y los divulgadores de la ciencia. De este modo, quizá pronto podremos contar con más científicos que produzcan el conocimiento, con más divulgadores que podamos transmitirlo al público y con más espacios en los medios que permitan darle salida a esta información que nos debe pertenecer a todos.

La meta de estas colaboraciones, que espero se vaya alcanzando a lo largo de los meses, es contribuir en algo a lograr estos objetivos.