10 de julio de 2002

Las reglas para discutir

Por Martín Bonfil Olivera
(Publicado en Humanidades,
periódico de la Coordinación de Humanidades de la UNAM,
el 10 de julio de 2002)

Desde hace tiempo me inscribí a una de esas listas de discusión por correo electrónico que están disponibles en internet. La experiencia ha resultado interesante por la oportunidad de discutir distintos temas con personas de medios distintos al que normalmente me muevo.

Quizá una de las sorpresas más inesperadas ha sido descubrir lo distinta que puede ser la forma de discutir y argumentar de las personas. Tanto así, que a veces la comunicación parece imposible. Por mi parte, mi formación científica me ha condicionado a utilizar una cierta modalidad de discusión y argumentación que me atrevería a llamar “científica”, si no fuera porque es exactamente la misma que utilizan los filósofos, los humanistas y científicos sociales, y básicamente cualquiera que se dedique a la reflexión racional (¿habrá de otra?).

De cualquier modo, en las discusiones de la famosa lista de correos me he llevado algunas sorpresas. Una fue cuando, luego de opinar (en contra de lo expresado por otro miembro de la lista) que no porque a uno no le guste algo deber tratarse de eliminarlo, pues otras personas sí pueden disfrutar de ello, fui tachado de “intolerante”.

Recordando otras ocasiones en las que he tenido discusiones acaloradas con amigos en las que a veces parece que no hay manera de entendernos, se me ocurrió formular algunas “reglas” elementales para facilitar las discusiones y evitar las peleas. Y al hacerlo, me di cuenta de que los científicos normalmente proceden utilizando algo parecido.

Regla 1: Comunicar claramente al otro nuestras ideas. Esto podría parecer obvio, si no fuera por la cantidad de ocasiones en que uno entiende precisamente lo contrario a lo que nuestro interlocutor intentaba comunicar. Lo mejor es expresar nuestro mensaje de la manera menos ambigua posible, asegurándonos de que el otro nos entienda. A veces incluso conviene definir los términos.

Los científicos tratan de evitar este problema utilizando un lenguaje especializado en el que las palabras resultan lo menos ambiguas posible (en términos técnicos, tratan de eliminar la polisemia). El uso que hacen de abreviaturas, esquemas, diagramas y cifras precisas ayuda también a evitar los malentendidos.

Regla 2: Tratar de entender lo que el otro comunica. Como complemento a la regla 1, esto significa que no basta con que alguien trate de comunicarse claramente; también se necesita de un interlocutor dispuesto a hacer el esfuerzo de entender el mensaje. Desde simplemente prestar atención hasta preguntar cuando no se entienda algo, el papel activo del escucha resulta vital cuando se trata de comunicarse productivamente.

Quien haya asistido a un seminario científico o a una buena clase de ciencia sabrá a lo que me refiero: cuando un científico no entiende algo, simplemente levanta la mano y pregunta. Como la claridad resulta esencial para una discusión, esta actitud ayuda a evitar muchos problemas.

Regla 3: Apoyar nuestras tesis con argumentos. Todo periodista distingue claramente entre una simple opinión y un argumento basado en pruebas. Cuando dos personas tienen puntos de vista distintos, lo que se esperaría en una discusión racional es que cada un explique por qué piensa lo que piensa y en qué se basa para proponer lo que propone.

Regla 4: Discutir abierta y respetuosamente los argumentos. Como contraparte a la regla 3, la discusión de las ideas y la evidencia en la que se apoyan permite llegar a un entendimiento, o al abandono de los argumentos que no resultan convincentes. La discusión de los argumentos y el abandono de los incorrectos o menos convincentes, es de hecho un proceso darwiniano de selección muy similar al que permite la evolución de los seres vivos. Sólo que aquí lo que se selecciona son las ideas.

Para los científicos, las reglas 3 y 4 son esenciales: el pan de cada día. En todos los niveles de discusión científica, desde las que se dan con los compañeros de laboratorio hasta el arbitraje de los artículos enviados a una revista internacional, pasando por los seminarios y congresos en los que los investigadores presentan sus resultados preliminares ante sus colegas para obtener retroalimentación y crítica, los científicos (como los filósofos) siempre discuten y discuten, tratando de convencerse mutuamente y de hallar los errores o lagunas en la argumentación del otro. Es así como la ciencia avanza, tal como lo expresara el filósofo Karl Popper en el título de su libro Conjeturas y refutaciones.

Regla 5: Estar dispuestos a cambiar nuestras ideas. Una discusión no tiene sentido si los interlocutores están de antemano decididos a no cambiar su manera de pensar. Desde un principio debe aceptarse que tal vez uno sea convencido (convertido) por los argumentos del otro.

En ciencia está claro que éste es el mecanismo que permite el avance del conocimiento. Al igual que sucedería con una especie de organismos que se reprodujeran siempre perfectamente, sin errores ni mutaciones, las discusiones dogmáticas impiden la evolución del pensamiento.

Regla 6: En caso de no poder ponerse de acuerdo, estar dispuestos a discrepar. Esto es lo que se conoce en inglés como agree to disagree: la disposición a respetar, en caso de desacuerdo, el derecho del otro a no compartir nuestra opinión. Otro nombre que recibe esta actitud de el de tolerancia.

En ciencia se trata siempre de mantener la cohesión de una comunidad científica, pero de vez en cuando se dan desacuerdos que no pueden reducirse, y entonces la comunidad se divide en dos bandos, cada uno defendiendo –y argumentando– su propio punto de vista. Normalmente, tarde o temprano, uno de los bandos gana, por contar con mejores pruebas y argumentos. Pero mientras esto sucede, hay que respetar la posición contraria, aunque a uno le parezca equivocada.

Finalmente, en caso extremo, tenemos la Regla 7: Si el punto en el que no se puede congeniar es vital, uno puede decidir cortar la comunicación. Esto puede resultar doloroso, pero es necesario cuando los dos interlocutores –que a partir de ahora dejarán de serlo– viven, diríamos, en “mundos diferentes”. Los políticos sufren este tipo de rupturas con cierta frecuencia. También los amantes. De cualquier modo, es importante saber que la sana distancia es mejor que la guerra.

En el caso de los científicos, el mejor ejemplo de esta imposibilidad de comunicación se da cuando se enfrenta a charlatanes y seudocientíficos como los creyentes en el “fenómeno ovni” (el peor ejemplo es Jaime Mausán), astrólogos, adivinos y vendedores de máquinas de movimiento perpetuo. Resulta imposible comunicarse con ellos porque su cosmovisión es totalmente distinta –e incompatible– con la de la ciencia. Al grado de que muchas veces resulta irracional. Y sin embargo, no puede negarse el derecho que tienen las personas a creer en este tipo de cosas.

Bien, ahí está. Espero que a algún lector le pueda resultar interesante este intento de evitar pleitos. En caso de que no esté usted de acuerdo, puede estar seguro de que estoy dispuesto a discutir con gusto.