(con un saludo para Jonathan Swift)
(Publicado en Humanidades,
periódico de la Dirección de Humanidades de la UNAM,
el 5 de agosto de 1998)
(reimpreso en La jornada, 21 de septiembre de 1998)
Últimamente mis artículos en Humanidades han estado llenos de quejas, lo cual no me tiene muy satisfecho, pues mi propósito inicial con estas colaboraciones era hablar de relaciones placenteras entre los mundos de la ciencia y las humanidades. Pero eso se acabó. Hace unos días tuve la fortuna de leer una nota en el periódico (Crónica, 16/junio/98) donde se presentan las opiniones de Sergio Reyes Luján, coordinador de vinculación de nuestra universidad, y eso hizo que se me abrieran los ojos y por fin viera la luz.
El funcionario indica que “los institutos de investigación de la unam no pueden seguir justificando el presupuesto asignado a esta área ‘con un simple número de cifras de publicaciones internacionales’ ” (y yo, tonto de mí, que creía en la importancia de la evaluación por pares como criterio de validez científica). En vez de eso, y debido a que “actualmente se vive una brutal competencia como consecuencia de la globalización[...] la unam debe abrir sus laboratorios para que el ingeniero y el investigador de la empresa hagan lo que se necesita para que sean aún más competitivos” (sic).
¡Y yo que pensaba que lo que había que hacer con los institutos y laboratorios era seguir produciendo conocimiento científico! Pero ahora, con la transferencia de los dos buques oceanográficos del Instituto de Ciencias del Mar y Limnología a la Coordinación de Vinculación, y el anuncio de que se buscará rentar el estadio universitario para conciertos y se planea cerrar el resto de las tiendas unam, me queda claro hacia dónde debemos movernos.
En vista de esto, y porque siento que mi nueva iluminación me permite ver con claridad lo que otros tal vez todavía no han podido percibir, quiero hacer dos propuestas para permitir que la unam, y en especial sus institutos de investigación, cumplan mejor con los nuevos objetivos que la globalización nos impone.
Paso, pues, a enunciar mis dos propuestas para la unam del año 2000:
1) En primer lugar -y ya que en la cámara de diputados se están dando pasos en este sentido- propongo que se modifique la ley orgánica de la universidad para añadir una nueva función sustantiva, la cual será definida como primordial y a la cual estarán sujetas las otras tres (que como se recordará son la enseñanza, la investigación y la difusión de la cultura). Esta función es la obtención de un margen de ganancias comparable con el de cualquier otra empresa del ramo (léase universidades privadas, aunque tal vez podría aspirarse a tener las ganancias de una cadena de supermercados).
2) Como segundo paso en la eficientización de nuestra alma mater, y para mejor vincularnos con la sociedad a la que servimos, sería deseable eliminar gastos inútiles. Y nada más adecuado aquí que cerrar una serie de los llamados “institutos de investigación” que únicamente funcionan como torres de marfil que no cumplen función alguna de producción de bienes o servicios que beneficien a la sociedad (y que, desde luego, puedan cobrársele adecuadamente).
Entre los institutos que pienso que podrían cerrarse sin mayor trámite ni averiguación están (me limitaré a los del área científica, que es la que conozco mejor, pero invito a los lectores a proponer una lista similar para el área de humanidades): el de Matemáticas (a nadie le gustan y no parecen ser productivas en términos económicos), Astronomía (¡basta ya de estar mirando a las estrellas cuando tenemos tantos problemas aquí abajo!), Fisiología Celular (si en todo este tiempo no han podido hallar una cura contra el cáncer, el sida o el envejecimiento, seguramente no lo harán nunca, y ultimadamente, ¿por qué seguir criando bacterias, levaduras o ratas?), Biomédicas (al fin y al cabo ya explotó, y costaría más caro reconstruirlo que simplemente cerrarlo), Biología (creo que sólo tienen colecciones de plantas y de conchas) y Física (¿alguien sabe para qué sirve? Desde luego, no van a descubrir una nueva teoría de la relatividad).
Entre los institutos que podrían salvarse están el de Ingeniería, el de Química y el de Biotecnología, que pueden realizar investigaciones patrocinadas por grandes empresas como ica o por laboratorios farmacéuticos. En la rayita se quedarían algunos como Matemáticas Aplicadas, Materiales o Ecología, pues no está claro si sus servicios puedan venderse.
Pero, desde luego, no estoy proponiendo que los institutos económicamente improductivos se cierren y ya: con un poco de ingenio se pueden hallar nuevos usos para sus instalaciones. Las bibliotecas podrían conservarse para ser usadas ¾mediante módicas cuotas¾ por los estudiantes (la de Fisiología Celular es mi favorita). En Astronomía tienen telescopios que pueden rentarse a grupos de muchachos (o a parejas enamoradas) para ver la luna y las estrellas. El Instituto de Física tiene un acelerador de partículas que podría ser el atractivo central de una gran discoteca (propongo un nombre como “Technobar Rayos Cósmicos”). Y muchos otros institutos tienen salas de conferencias que podrían adaptarse para fiestas de quince años y banquetes de bodas.
Tal vez haya quien esté en desacuerdo con mis ideas, pero me permito recordarles que estamos en tiempos de vacas flacas, y que cuando el hambre apremia, hay que abandonar lo importante y concentrarse en lo urgente. En otras palabras, si lo que está en juego es nuestro alimento de cada día, conceptos obsoletos como la dignidad y los ideales salen sobrando (y ni hablar del amor al conocimiento o la cultura). Sólo pido que, si mis ideas son aprovechadas, se me dé el crédito correspondiente y una compensación en efectivo.
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