por Martín Bonfil Olivera
(Publicado en Humanidades,
periódico de la Dirección de Humanidades de la UNAM,
el 7 de febrero de 2001)
Al profesor Rafael Xalteno López Molina, en Aguascalientes
Me escribe un lector, maestro de primaria, para comentarme que, durante un seminario de actualización magisterial sobre la enseñanza de las ciencias, expresó puntos de vista acerca del método científico que había leído en alguno de mis escritos. El resultado no fue alentador, pues las ideas que expuso fueron descalificadas por todos los asistentes, incluida la instructora. Debo aclarar que no se trataba de ataques a la ciencia o descalificaciones de su utilidad, sino, esencialmente, del argumento de que el “método científico” que se enseña en la escuela (y que consiste en una especie de receta de cocina que reza “observación, hipótesis, experimentación, comprobación, conclusión, teoría, ley...”) no existe; es un mito.
Creo que valdría la pena comentar y aclarar un poco el punto. Comenzaré por citar a Ruy Pérez Tamayo, quien en su libro Cómo acercarse a la ciencia resume la cuestión con claridad y concisión. "El método científico -dice este autor-, concebido como una receta que, aplicada a cualquier problema, garantiza su solución, realmente no existe, pero tampoco puede negarse que la mayor parte de los investigadores trabajan de acuerdo con ciertas reglas generales que a través de la experiencia han demostrado ser útiles..." Este mismo autor tiene incluso un libro completo –y muy recomendable– dedicado a explorar la cuestión, llamado precisamente ¿Existe el método científico? Historia y realidad editado por el Fondo de Cultura Económica, en la colección “La ciencia para todos”.
Y en efecto: el método científico no existe, pero sí existe. No existe la caricatura que, todavía, desgraciadamente, sigue repitiéndose en los salones de clase (aunque tengo la esperanza de que suceda cada vez en menos salones). Esta especie de letanía tiene dos grandes defectos: uno, hace parecer que la investigación científica puede hacerse mecánicamente, sin pensar, con sólo seguir los pasos, y dos, es falsa.
A diferencia de los conjuntos de instrucciones llamados algoritmos, como los que utilizan las computadoras para hacer todo lo que hacen, casi ninguna actividad humana (con excepciones como los algoritmos usados para sumar, restar, multiplicar o dividir) pueden seguirse como una receta que no requiera pensar. ¡Hasta para preparar unas galletas o unos tamales se necesita usar la inteligencia! (Y si no, compruébelo alguien que no sepa cocinar e intente preparar algún platillo siguiendo la receta al pie de letra.)
La aplicación del método científico requiere un uso constante del razonamiento crítico y la argumentación basada en las reglas de la lógica. No basta, por ejemplo, con hallar una relación estadística entre dos hechos: para aceptar que uno es causa del otro, debe encontrarse el mecanismo que explica esta relación causal.
Por otro lado, la observación supuestamente “objetiva” y libre de prejuicios e hipótesis previas que supuestamente es el inicio de toda investigación científica es imposible. El solo hecho de escoger observar ciertos hechos y no otros implica la existencia de una hipótesis previa. El filósofo Karl Popper argumentaba que, lejos de ser observadores imparciales, los científicos comenzaban teniendo hipótesis previas sobre la naturaleza, que posteriormente sometían a prueba. Sólo las hipótesis que resisten estas continuas pruebas de confrontación con la realidad logran sobrevivir. Los científicos son prejuiciosos, pero luego someten sus prejuicios a prueba y los descartan si es necesario.
La experimentación presenta problemas similares, pues todo experimento conlleva teoría, y está por tanto lejos ser objetivo e imparcial. La formulación de teorías y leyes, por otra parte, no es siempre aplicable a todas las ciencias. En biología, por ejemplo, hay pocas cosas que puedan considerarse “leyes” en el sentido en que lo son la ley de la gravedad, las de la termodinámica o las leyes de Newton en física.
Y sin embargo existe, a pesar de todo, algo que puede llamarse “método científico”: es una manera de pensar y de proceder que siguen los científicos, y que en gran medida los identifica como tales. Como comparación, veamos cómo proceden las disciplinas que no son científicas, como la astrología, el creacionismo o la “investigación” sobre ovnis tipo Jaime Maussán.
Un astrólogo sigue ciertas reglas, fijadas en épocas remotas y que tienen que ver con el movimiento de los astros en el cielo, para asignar ciertas características y “predecir” ciertos acontecimientos o tendencias en la vida de una persona. Pero aunque pueden utilizarse cálculos precisos y computadoras para calcular el signo, el ascendente y la carta astral de una persona, todo ello se hace sin tomar en cuenta ninguna evidencia, ni poner a prueba hipótesis alguna. Solo se consideran los datos iniciales (fecha de nacimiento, principalmente) y se siguen las reglas. Y claro, tampoco se somete a prueba la validez de los resultados.
El creacionismo, por su parte, aunque trata de adoptar un aspecto científico al considerar evidencia paleontológica y geológica, parte de una confianza dogmática en un texto revelado: la Biblia. La argumentación de un creacionista, en vez de apoyarse en evidencia tomada de la realidad, siempre se encuentra apoyada en argumentos bíblicos que no pueden discutirse o rebatirse, pues son aceptados como cuestión de fe.
Finalmente, la creencia en visitas extraterrestres y las extravagantes (y muchas veces míseras) evidencias que presentan quienes la defienden, aunque se ofrecen como “científicamente comprobadas”, confunden el uso de instrumentos científicos de precisión con la comprobación de la validez de una hipótesis, sin importar lo fantasiosa que ésta sea. Por otro lado, al presentárseles evidencia en contra de las visitas extraterrestres, o al comprobar que las supuestas pruebas que presentan carecen de validez, los creyentes suelen reaccionar proponiendo hipótesis ad hoc a cual más increíbles: sí hay evidencia, pero el gobierno la ha ocultado; hay un complot mundial para esconder la verdad; etc.
Si como dice Pérez Tamayo, la forma de trabajar de los científicos ha demostrado ser útil, ¿en qué consiste? Lejos de estar basada en una receta, implica la obtención de datos por medio de observaciones y experimentos, dentro del contexto de una hipótesis, más o menos detallada, que pretende explicar algún aspecto de la naturaleza. Éstas últimas son confrontadas con los datos, por medio del razonamiento y la argumentación, y de esa manera se decide si la hipótesis resiste o debe ser modificada o sustituida por otra mejor. Todo ello sin reglas inflexibles, sin un orden establecido y sin garantía de resultados.
En pocas palabras, el método científico consiste en aplicar el pensamiento racional a nuestra diaria labor de interpretar el mundo, y precisamente por eso es una de las actividades más interesantes que ha inventado la humanidad.
5 comentarios:
El problema que veo es que todo depende de quien y donde aprendiste el metodo cientifico. Todo lo que expresaste te lo resumo en una frase: GRACIAS A DIOS QUE SOY ATEO.
bueno, sí y no: con quién y donde aprendas a hacer ciencia influye hasta cierto punto en cómo la haces, pero sí hay estándares aceptados internacionalmente, que encontrarás en cualquier lugar donde se haga investigación científica. Y si no cumples con esos estándares, tu trabajo simple y sencillamente será rechazado, porque no es ciencia.
saludos,
martín
Por que no:)
¿Por qué no? Porque lo que define qué es ciencia y qué no es, precisamente, el consenso de la comunidad de científicos. Lo explica muy detalladamente Thomas S. Kuhn en su clásico "La estructura de las revoluciones científicas". La ciencia es lo que hacen los científicos. Parece redundante; no lo es. Saludos!
¿Cuáles son esos estándares?¿Cómo cambian de disciplina en disciplina?
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