por Martín Bonfil Olivera
(Publicado en Humanidades,
periódico de la Dirección de Humanidades de la UNAM,
el 18 de abril de 2001)
Recientemente ha corrido el rumor de que el CONACYT está muy interesado en promover la divulgación científica. Éstas son buenas noticias, pues de ser cierta, significarían que por fin se comienza a apreciar la importancia estratégica que esta actividad puede tener para promover el desarrollo del aparato científico y tecnológico nacional.
Pero antes de que esto comience a sonar como discurso oficial, veamos un poco a qué puede uno referirse cuando habla de divulgación de la ciencia. Se trata de una actividad proteica (palabra que quiere decir “multiforme”, aunque en esta época de ingeniería genética y proteínas por todas partes el significado se confunde un poco...) y por lo tanto difícil de definir. Hay quien habla de divulgación científica cuando piensa en un museo de ciencias, en una revista tipo ¿Cómo ves? o Muy interesante, o en una serie de conferencias sobre temas científicos. Otros consideran que sólo publicaciones de muy alto nivel, accesibles sólo para un público bien educado, como por ejemplo la revista Scientific american, pueden ser consideradas verdadera divulgación científica.
Por otro lado, existe la discusión acerca de si el periodismo científico es una disciplina independiente, o sólo una variedad especializada de la divulgación científica. Los pedagogos y profesores, por su parte, parecen pensar que el objetivo de la divulgación debe ser apoyar el proceso enseñanza-aprendizaje tanto dentro del salón (creándose entonces confusión entre lo que es propiamente el material didáctico y la divulgación científica) o fuera del aula (la llamada “educación no formal”).
De lo que casi nadie parece dudar es de la importancia de poner el conocimiento científico al alcance del público, de modo que pueda apreciarlo, comprenderlo y utilizarlo. Y aquí viene la paradoja, puesto que aunque todo mundo reconoce la importancia de la divulgación, poco se ha hecho para apoyarla y fortalecerla en forma seria.
La UNAM, afortunadamente, tiene una larga tradición al respecto, que se materializa en la creación del Programa Experimental de Comunicación de la Ciencia, posteriormente transformado en Centro Universitario de Comunicación de la Ciencia (CUCC) y finalmente en Dirección General de Divulgación de la Ciencia (DGDC). A través de los años esta dependencia universitaria ha llevado a cabo proyectos tan importantes como las revistas Naturaleza y ¿Cómo ves?, los museos de ciencias Universum y de la Luz, la producción de libros y videos diversos y la puesta en marcha de exposiciones, cursos, ciclos de conferencias, talleres, páginas de internet y boletines varios. Al mismo tiempo, el CUCC/DGDC se ha convertido en una de las instituciones más destacadas en la formación de personal dedicado a la divulgación científica a través tanto del aprendizaje directo como del Diplomado en Divulgación de la Ciencia, que se imparte anualmente y en la definición de proyectos que luego han servido de guía y marcado pautas a nivel nacional.
Y sin embargo, pareciera que actualmente a la divulgación científica no se le da, dentro de la estructura universitaria, la importancia que debiera tener. El translado del CUCC de la Coordinación de Difusión Cultural, donde estuvo originalmente, a la Coordinación de la Investigación Científica, significó enfrentarse a criterios ajenos a su esencia (la divulgación, aunque es parte de la actividad científica, no es investigación; se consagra a la comunicación del conocimiento científico al público no científico, no a crear nuevo conocimiento). Posteriormente, la transformación del CUCC en DGDC, llevada a cabo al inicio del rectorado de Francisco Barnés, significó la pérdida de su calidad de dependencia académica, para pasar a ser una entidad administrativa.
Adicionalmente, la difícil situación política, económica y académica por la que atraviesa la UNAM ha hecho que los recursos para la divulgación disminuyan, y la situación laboral del personal dedicado en forma profesional a la esta actividad dentro de la UNAM no parece estar mejorando, sino al contrario.
Finalmente, no parece claro que los funcionarios universitarios sean conscientes de la utilidad de poner la ciencia al alcance de las mayorías, y de formar y apoyar al personal dedicado profesionalmente a esta actividad. Sigue prevaleciendo, especialmente entre los investigadores científicos, la idea de que la divulgación es algo que puede hacerse sin mayor preparación, improvisadamente, sobre las rodillas.
Incluso la idea de que las actividades de divulgación pueden redundar en beneficio de la ciencia nacional aún no es fácilmente aceptada. Recuerdo una triste ocasión en que, hablando con un alto funcionario, expresé lo conveniente que sería que el CONACYT apoyara las actividades de divulgación, puesto que esto mejoraría la percepción que el público general tiene de la ciencia y por tanto redundaría en un mayor respaldo público y social para el gasto nacional en ciencia y tecnología. La obtusa respuesta del burócrata fue preguntarme si contaba con las cifras para sustentar tan peregrina afirmación.
Sin embargo, y a pesar de no contar con estos datos, hoy parece que el CONACYT ha decidido, por fin, poner manos a la obra y trabajar para que la sociedad que con sus recursos apoya el desarrollo científico y tecnológico nacional tenga una mejor percepción de la naturaleza e importancia de estas actividades. Y, esperamos, la apoye más decididamente. Ojalá que este esfuerzo pronto rinda frutos, en forma no sólo de programas y actividades de divulgación a nivel nacional, sino en el reconocimiento, dentro de los claustros universitarios, de la importancia y valor académico de esta actividad.
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