20 de septiembre de 2000

Guerras científicas

por Martín Bonfil Olivera
(Publicado en Humanidades,
periódico de la Dirección de Humanidades de la UNAM,
el 20 de septiembre de 2000)

El pasado 12 de septiembre tuve el gusto de asistir a una interesante discusión en la que se abordó el polémico tema de las llamadas “guerras científicas” (science wars). El evento fue organizado por la revista Fractal y la Casa Refugio Citlaltépetl y se llevó a cabo en ese lugar, dedicado precisamente a ofrecer asilo a escritores extranjeros que son amenazados en sus países. Participaron Shahen Hacyan, investigador del Instituto de Física de la unam, columnista del periódico Reforma y uno de los investigadores que han realizado una labor más sólida de divulgación de la física en nuestro país, y Carlos López Beltrán, quien es biólogo, historiador y filósofo de la ciencia, investigador en el Instituto de Investigaciones Filosóficas de nuestra universidad y además de poeta y divulgador de la ciencia.
La discusión, que permitió la participación de los asistentes, me pareció especialmente interesante porque aborda un tema del que casi no se ha hablado en nuestro país: el del creciente desencuentro entre quienes se dedican a cultivar las ciencias naturales y los que se dedican a la filosofía y los estudios sobre la ciencia, que normalmente –aunque no siempre- provienen del área de las humanidades.
El tema no es nuevo: el título mismo de este espacio en nuestro decano periódico humanidades, “Las dos culturas”, hace referencia a un famoso ensayo del científico y escritor C. P. Snow publicado en 1959, en el que se quejaba de la brecha de incomprensión, ignorancia y desprecio que se iba acrecentando cada vez más entre científicos y humanistas, dividiendo de este modo la cultura en dos compartimientos estancos.
Las “guerras científicas” pueden verse como una continuación de este problema. López Beltrán señaló tres incidentes recientes. El primero es la publicación, en 1987, de un artículo llamado “Donde la ciencia se ha equivocado”, firmado por T. Teocharis y M. Psimopoulos, en la afamada revista científica inglesa Nature, en el que se denunciaban los “ataques” de filósofos y sociólogos a la ciencia y se convocaba a defender los conceptos de verdad y objetividad científica. El segundo es la publicación de una biografía de Louis Pasteur escrita por Bruno Latour, en la que se desmitificaba la figura de este héroe científico y se afirmaba que había alterado los resultados de algunos de sus experimentos más famosos para obtener resultados acordes con sus expectativas.
Finalmente, el tercero es el famoso “affaire Sokal", ya comentado en este espacio. El físico estadounidense Alan Sokal, molesto por el mal uso de conceptos científicos, en particular provenientes de la física, en los escritos de filósofos “posmodernistas” como Jaques Lacan, Julia Kristeva, el propio Latour, Jean Baudrillard y otros –predominantemente franceses-, y en general con lo que él percibe con una tendencia a desprestigiar a la ciencia por parte del área de “estudios sobre la ciencia” (science studies, que comprenden disciplinas como la filosofía, historia y sociología de la ciencia), decidió contraatacar: escribió un artículo plagado de confusiones y tonterías, pero lleno de citas de estos autores (al que tituló “Transgredir las fronteras: hacia una hermenéutica transformativa de la gravedad cuántica”), y lo mandó a una importante revista de sociología llamada Social Text.
Cuando el artículo fue aceptado y publicado, en 1996, Sokal proclamó a los cuatro vientos que había demostrado la falta de rigor no sólo del comité editorial de la revista, sino de la totalidad del área de estudios sociales sobre la ciencia, comprobando –según él- que no tenían la menor idea de lo que hablaban. Poco tiempo después, junto con J. Bricmont, Sokal publicó el libro Imposturas intelectuales (Paidós, 1999) en el que criticaba más ampliamente el mal uso de conceptos científicos por estos autores.
Como podrá imaginar el lector, cada uno de estos incidentes provocó un amplio debate en los medios, en los que salieron a relucir los crecientes desacuerdos entre defensores de uno y otro bando. En particular la “broma” de Sokal –aunque yo prefiero llamarla “trampa”, y un asistente al debate de Citlaltépetl la describió, muy acertadamente, como abuso de confianza”- contribuyó a polarizar las posiciones. Sokal recibió apoyo de personajes como Stephen Weinberg, premio Nobel de física por su trabajo sobre partículas elementales y uno de los representantes de la ultraderecha científica (que defiende por ejemplo la superioridad indiscutible de la ciencia sobre otras formas de conocimiento y el carácter objetivo del conocimiento científico, conceptos ambos muy cuestionables desde el punto de vista filosófico).
En nuestro país, un artículo de Weinberg en el que apoyaba a Sokal fue publicado con el título “La tomadura de pelo de Alan Sokal” en la revista Vuelta en septiembre de 1996. Uno de los temas que se mencionaron en el evento de Citlaltépetl fue los motivos que podrían haber hecho que el grupo de Octavio Paz, director de la revista, se interesara en el tema y decidiera tomar partido al publicar sólo uno de los puntos de vista. Otra reflexión que me viene a la mente es lo significativo de que el tema sólo pudiera ser tratado en Vuelta, lo cual muestra la carencia de foros donde se pueda discutir la cultura científica en nuestro país.
A pesar de que en el evento de Citlaltépetl se ventilaron temas de gran interés, no hay espacio para mencionarlos todos: el propósito de esta breve reseña es sólo expresar el gusto que me dio la organización de un evento donde se pudieran discutir estos asuntos, pues es algo que hace falta en nuestro árido medio cultural, en el que la ciencia queda excluida como regla general.
Por otro lado, el miedo que, en mi opinión, está en la base de las “guerras científicas” (miedo de los científicos a una subjetivización y relativización de su disciplina por parte de filósofos y sociólogos, que perciben amenazadora, y miedo de éstos al excesivo cientificismo que manifestado por radicales como Weinberg), sólo puede combatirse con conocimiento y discusión. Creo que los científicos no tienen por qué temer a los análisis a que es sometida su disciplina, sino estar abiertos a enriquecerse con ellos, pues creo que nadie tiene como objetivo “destruir” a la ciencia. Parafraseando a Daniel Dennett: ¿quién teme al relativismo? Sólo los dogmáticos. Voto porque discusiones y mesas redondas sobre la relación entre ciencias y humanidades sean cada vez más comunes en nuestro país.

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